Enrique Barrera Beitia
Durante la Guerra Fría, el bloque capitalista invirtió ingentes recursos en conocer las fortalezas y debilidades de la URSS, por lo que deberían tener un conocimiento cercano a la realidad y un abanico de posibles evoluciones sociales y políticas. Sin embargo, la desintegración de la URSS fue una monumental sorpresa. Entre marzo de 1990 y diciembre de 1991 las quince repúblicas soviéticas hicieron uso del derecho constitucional a la autodeterminación para lograr la independencia, y para terminar el giro de los acontecimientos, una revuelta palaciega terminó con el monopolio político del PCUS. Se suponía que todo esto no podía ocurrir, pero no sólo ocurrió sino que todo fue pacífico, porque ni la policía ni el ejército intervinieron.
Pese a la desaparición del bloque comunista, la OTAN no sólo no se disolvió sino que inició una expansión que sólo podía obedecer a impedir el renacimiento del estado ruso, algo creíble dada la abundancia de recursos naturales de su territorio, y su base científica. Era lógico esperar que a diferencia de los informes de esa extensa y bien pagada nómina de “expertos sovietólogos”, los análisis sobre la Rusia postcomunista fueran más rigurosos, pero los acontecimientos parecen avalar que Occidente sigue sin entender la mentalidad rusa porque no es capaz procesar correctamente la información.
Cuando a los pocos meses de la invasión Ucrania y Rusia consensuaron un borrador de paz, las potencias occidentales encargaron a Boris Johnson que volara a Kiev para convencer a Zelensky de que debía continuar la guerra. Una cabeza bien amueblada como la de Josep Borrell declaró en esas fechas que “Rusia es una gasolinera con un ejército”; ni era verdad ni debió decirlo. Ahora vemos las consecuencias de estar dominados por los prejuicios rusófobos. Con una ventaja a cada vez mayor en el frente, el Kremlin repite una y otra vez que la negociación tiene que ser entre Moscú y Washington, porque considera a Ucrania y a los estados europeos miembros de la OTAN como simples marionetas de la Casa Blanca.
¿Qué ocurrirá después de la inevitable victoria rusa? ¿Se mantendrá la OTAN tal y como la conocemos? Un euro-ejército tendría un alto costo económico para los europeos y una menor capacidad militar que lo que ahora tenemos, pero la administración estadounidense querrá reducir gastos en Europa para centrarse en las fronteras chinas del Océano Pacífico, así que todo desembocará en un compromiso intermedio. Además, en la opinión pública de países europeos como Alemania, Francia, Rumanía, Moldavia o Eslovaquia, crece significativamente el deseo de abandonar cualquier confrontación presente y futura con Rusia, un estado que a su vez pierde interés en Europa y gira hacia Asia, un viaje en el que podría acompañarle Turquía.
En realidad, más que anti-occidental la postura rusa es no-occidental, pero occidente no es capaz de digerir este
matiz.