La luz de la Justicia (Gabriel Elorriaga F.)

Gabriel Elorriaga F. Ex diputado y ex senador

Es glorioso que los triunfadores en las contiendas deportivas anuncien su voluntad de repetir sus hazañas. Es natural que sean aplaudidos como triunfadores por el resto de sus conciudadanos. Es una modesta forma de expresar una manifestación de amor a la justicia del mérito. No es lo mismo soportar la conducta de quienes habiendo delinquido, una vez amnistiados, exhiben su impunidad y su propósito de repetir sus mismos delitos.

Los efectos de los actos criminales de inspiración particular o parcial son imprevisibles. Una bala en la oreja de Trump provoca la retirada de Biden. El silencio como estrategia de defensa de doña Begoña justifica que el juez pida testimonio a Pedro Sánchez como esposo y no como presidente del Gobierno. La justicia es una luz que permanece tenue y brilla más cuando más se la raspa.

Formar parte de una mayoría parlamentaria capaz de justificar la impunidad de delitos evidentes no equivale a hacer justicia. La justicia no es un ocasional apoyo legal mayoritario sino una virtud grabada en la historia de la cultura humana con surcos eternos. Lo justo y lo injusto destacan por el relieve que los ilumina o los oscurece.

No basta confiar en el olvido provocado por el paso de los siglos ni en el alivio a corto plazo de que presida un Tribunal Constitucional algún jurista capaz de manchar “el vuelo de las togas”. La justicia no es servir los intereses de un amo y las conveniencias de un partido. La justicia tiene su luz propia incompatible con la cobardía y la corrupción. El daño del ecosistema jurídico tramado por Pedro Sánchez nunca será calificado como una victoria por el pueblo como si fuese el España-2 Inglatera-1.

Los gobiernos no pueden llevar sus conveniencias estratégicas contra los principios medulares de la justicia deformándolos y desvirtuándolos. Los cambios impuestos por la evolución política social y tecnológica pueden legitimar una evolución que tiene sus límites en las referencias permanentes de la equidad, los derechos humanos universales y la tradición acumulada en la historia de las democracias. La limpia alegría del triunfo deportivo es un reflejo incompatible con la vileza de subordinar la justicia a los intereses políticos personales, haciendo de la corrupción una costumbre y de la traición un mérito. La autonomía de un juez basta para mantener en alto la luz de la justicia. La norma de su independencia y de la publicidad de sus actos son las llamas de esa conciencia que alumbra el espíritu de las civilizaciones.

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