Vidas paralelas

Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador

Por mucho que se agiten los improperios e insultos entre Pedro Sánchez y Javier Milei no existe posibilidad alguna de emparejar a los dos personajes como símbolos del liberalismo centrado y la socialdemocracia respetable. Considerando impropias las formas, lo evidente es que Milei es un triunfador democrático que aún está paladeando excesivamente las mieles del triunfo y Sánchez es un presidente prorrogado y resistente con su minoría parlamentaria apoyada por sus concesiones a los enemigos del Estado que está obligado a defender. Su paralelismo no es Milei sino Puigdemont. Son dos interdependencias por insuficiencia de apoyo popular directo.

Pedro Sánchez es inventor de un nuevo sistema para la composición de mayorías parlamentarias. El sistema consiste en aliarse con sus antagonistas cuando se encuentra en minoría sin preocuparse por las ideas de sus aliados y sin respetar a sus electores. No se preocupa por los principios comunes del marco constitucional sino por los escaños que pueda aportarle quienes temen la llegada de un Estado reforzado y regenerado. Él asume como legítimos los deseos de sus adversarios si consigue sumar puntos para su estabilidad individual aunque sea sabiendo que está basada en los enemigos de la unidad del Estado que prometió defender.

A Pedro Sánchez le ha salido un discípulo aventajado que se llama Carles Puigdemont. Con la misma naturalidad y a la medida de sus escasa fuerzas, Puigdemont, tras encontrarse en minoría en unas elecciones autonómicas pretende presentarse como candidato a presidir la Generalitat catalana. No gracias a una insuficiente alianza con otros comulgantes en la fantasía de la secesión de Cataluña sino gracias a un cambalache con el representante poco representativo del Gobierno con quien pretende establecer un intercambio de favores con el Estado que aspira a fragmentar. Un favor por otro favor. A Puigdemont le pidieron siete votos para investir a Sánchez. Él no pide más que una abstención de los socialistas de Salvador Illa para investirse en minoría. La independencia de Cataluña puede dejarse para plazo indefinido. Ahora se trata del presente. Son estrategias de supervivientes y máscaras de egoísmos sin otro fin que ganar tiempo, poco o mucho, en la crónica de la impostura. Vidas paralelas es la que solo la debilidad sanchista puede rescatar a Puigdemont del desahucio.

La consecuencia de estas conductas es la inestabilidad en Madrid e inestabilidad en Barcelona. Inestabilidad de la autonomía y degradación del Estado. Porque es evidente que la mayoría de Cataluña no es independentista y los que mantienen el mito agónico de la fragmentación del Estado lo hacen a cambio de intercambio de favores y deficiencias en la práctica de cada día. Toda esta incertidumbre no solo es social y económicamente negativa para España y para Cataluña, como si se tratase de dos naciones fronterizas, sino dañosa para España y Cataluña conjuntamente como un sujeto único en sus relaciones con la Unión Europea y el resto del mundo.

Va siendo hora de decir un ¡Basta! concluyente a quienes encarnan estas formas inciertas de supervivencia política. Admitamos que el Estado democrático tolere a sus disidencias en su generoso ser, como la iglesia católica trata en su seno a unas monjas cismáticas. Pero va siendo urgente que nuestra nación camine por una senda firme. No puede pasar el tiempo de elección en elección a la espera de cómo juegan sus pactos de supervivencia ciudadanos sin escrúpulos como Sánchez o Puigdemont que unos días meditan si se van y otros si se quedan. Como estos dirigentes entre moribundos y resucitados, no se camina firmemente en los duros tiempos por los que pasa Europa y el mundo. Es para pensarlo bien el próximo 9 de Junio. Con las embajadas presionadas y la diplomacia perdida en chismes de familia.

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