Los “españoles bien nacidos” y la amnistía.

Enrique Barrera Beitia.

Fui concejal de Ferrol entre 1991 y 1999 y doy fe que en esos ocho años las relaciones entre los integrantes de la corporación de uno y otro signo fueron muy correctas, nada que ver con la mala educación que observamos estos días en el Congreso y en la calle. Lo que más me molestaba era la costumbre de cierto portavoz en asociar sus iniciativas a los “bien nacidos”. Le pregunté en privado si estaba sugiriendo que los que no votábamos sus propuestas éramos “mal nacidos”, y me dijo que no. Su respuesta me pareció sincera, pero el caso es que la frase le salía espontáneamente y no podía reprimirla.

Ahora hay partidos que invitan a la “gente de bien”, a los “españoles bien nacidos” o a los “buenos españoles”, a participar en manifestaciones contra el gobierno, y claro, yo tengo por gente de bien a los que pagan los impuestos que les corresponden y tienden puentes entre comunidades, así que la exhibición de símbolos es para mí una decisión personal que ni añade ni resta honradez en el carácter.

Aceptemos que la postura ante la amnistía es la que divide a los buenos españoles de los malos, e imaginemos que los resultados en las recientes elecciones catalanas hubiesen dado una nueva mayoría parlamentaria a los partidos independentistas ¿Qué estaríamos ahora escuchando? Pues que la amnistía ha sido un balón de oxigeno para los independentistas y que el Procés vuelve a poner contra las cuerdas al estado español. No cabe duda que sería un razonamiento impecable, pero ha pasado lo contrario, y por lo tanto el mensaje correcto debe ser que la amnistía ha destruido el Procés, y aunque el independentismo no ha desaparecido porque sigue habiendo independentistas, está dividido y desmoralizado.

La primera persona que lo vio venir fue Dolors Feliu, la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana que organizó las mayores protestas secesionistas contra la amnistía. Para ella la amnistía era una trampa para destruir el independentismo (“supone un alivio personal para las personas encausadas (…) pero aplaza indefinidamente todo proyecto de independencia (…) y por lo tanto es una rendición ante el Estado”. Sin embargo, hay un rechazo numantino en la derecha española para aceptar esta evidencia.

¿Estoy diciendo que Pedro Sánchez sabía que esto iba a pasar? Yo no lo puedo afirmar ni negar, aunque considero indiscutible que el presidente quería que esto pasase, y me asombra que el PP prolongue la acusación de traición asegurando que para garantizar el apoyo de Junts per Catalunya en el Congreso, sacrificará a Salvador Illa y ordenará investir presidente a Puigdemont. Si tal cosa ocurriera, Pedro Sánchez actuaría como Esaú cuando vendió sus derechos de primogénito a Jacob por un plato de lentejas (Génesis 27-34), porque en las próximas elecciones generales los socialistas cosecharían una derrota histórica, por no hablar de que la palabra de Puigdemont tiene una valor relativo y no sólo no estaría garantizado terminar la legislatura sino que habría una revuelta en el PSC, que aunque muchos no lo sepan es un partido autónomo del PSOE.

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