La música del ‘procés’

Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador
Los sabelotodo de Madrid sabemos que el tortuoso Pedro Sánchez hará todo lo que esté en su mano para mantenerse en la Moncloa a cambio de concesiones humillantes a quienes aún mantienen unos escaños operativos en el Congreso de los Diputados. Pero los votantes de Cataluña no son tan retorcidos. Votaron como ganador en votos y escaños a Salvador Illa, un exministro del Gobierno de España y miembro de un Partido Socialista que compone con el Partido Popular las alternativas de Gobierno de España. De cómo se comporte en un próximo futuro Sánchez o Illa no vale la pena hacer pronósticos. Ya se verá. Pero la realidad es que el secesionismo catalán ha sido derrotado dentro de su propia casa.

El Partido Popular ha multiplicado por cinco sus escaños y VOX ha mantenido holgadamente su presencia. El panorama fracturado del secesionismo no suma escaños suficientes para aspirar a una investidura nacionalista. El actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, ha dimitido desde la evidencia del batacazo de Esquerra Republicana. El famoso “procés” no moviliza a la sociedad catalana. Tantos años de indoctrinación, de presión cultural y económica, de negociaciones turbias y de malos modales protocolarios han desembocado en una Cataluña más parecida que nunca a cualquier otra parte del territorio nacional.

Queda el mítico y teatral Carles Puigdemont con su leyenda de fugitivo inaprensible o de autodesterrado, con sus abogados, sus escoltas y sus legitimistas. Una especie de contrahéroe que estaba llamado a llenar urnas y desbordar fronteras con su clamor romántico de rey sin corona. Resucitado por Sánchez por necesidades aritméticas de su penosa investidura, no solo era el gran amnistiado del separatismo sino la gran esperanza de un catalanismo de compra y venta. Con Puigdemont creciente Sánchez quizá hubiese respirado más tranquilo que con Illa. Seguirían las negociaciones “por necesidad” para coexistir con un socio exigente que solo Sánchez sería capaz de mantener aliado. Pero Puigdemont como globo de Sánchez se ha desinflado. No ha venido, ni ha dimitido, ni ha podido unir a los separatistas irremediablemente separados. Se ha atrevido a mantener su aspiración a presidir la Generalitat de Cataluña sin ninguna base que lo justifique. Es una anomalía que ya no puede presentarse en Europa como una causa irredenta sino como una manía personal. El motín de insurrección cobardemente capitaneado en su día por Puigdemont ha llegado a un final disgregado y desencantado, acogido a la indulgencia en las manos débiles de un gobierno central inestable.

El futuro de Cataluña es, desde ahora, un paréntesis hasta las elecciones europeas y un enigma que no se repetirá de acuerdo con el imaginario mental del resentimiento de políticos frustrados y de partidos menguantes. Los catalanes han votado libremente, con el nacionalismo en el poder y con los separatismos adulados a cambio de sus votos en el Congreso. Democracia plena y limpia. El independentismo catalán ha sido minorizado por los catalanes y su pesada monserga del “procés” es una música que ya no será posible cantar en nombre de Cataluña, salvo que Pedro Sánchez la quiera seguir cantando para seguir gobernando.

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