Jose Carlos Enriquez Diaz
En referencia al último artículo publicado en el que Victorino Pérez Prieto se ve que no pierde la costumbre de cambiar los datos y para hacer una comparación sobre lo que él afirmaba de que había vivido 25 años en “parroquias rurales con los más pobres” y, dado que otro de sus hábitos es nombrar con bastante asiduidad Colombia, me parece oportuno traer a colación unos datos recibidos del mismo país que permiten comparar que lo que este señor dijo cuando dictó su conferencia en México, no tienen nada que ver con la pobreza y la situación que se puede vivir, no sólo en México, sino en cualquier país, véase en este caso Colombia donde él no fue misionero ni párroco, sino profesor de la Universidad de Teología de San Buenaventura en Bogotá, de la que si tiene buena memoria no salió exactamente en loor de multitudes… Pero volvamos a la contraposición de lo que se afirmaba en mi artículo de hace unos días.
Un 30% es la población colombiana. De los 11 millones de campesinos, 669.000 están desempleados, dicen las Estadísticas del Dane (Departamento Administrativo Nacional de Estadística), las cuales estimamos sumamente bajas. Los campesinos son la principal base económica del país.
Entre TLC (Tratados de Libre Comercio) y la pandemia ellos han sido los principales afectados, ya que todos los días, tenemos noticias no propiamente oficiales, sino sociales venidas directamente del campo. Se forman largas colas huyendo del campo en un proceso de inmigración infame, teniendo que abandonar sus tierras, sus cosechas y vivienda.
Vienen a buscar mejor calidad de vida en las ciudades en donde se han visto rechazados, por las bandas de delincuentes que tienen sus barreras invisibles, impidiéndoles pasar de un barrio a otro.
No hay día que no se conozcan masacres de jóvenes campesinos de parte del narco y grupos alzados en armas. De cada 10 mujeres colombianas 3 son campesinas, que son las que llevan la peor parte entre el feminicidio y la prostitución.
Se habla de sitios como el Cauca, Valle del Cauca, Antioquia por la región de Uraba, los Llanos Orientales como el Putumayo y Caquetá.
Vale la pena mencionar que uno de los sitios más perseguidos es la Comunidad de Paz de San José de Apartadó que ha realizado un proyecto de paz y tranquilidad en su zona, viéndose continuamente amenazados, pero no doblegados.
La violencia pretende incentivar grandes parcelas y hectáreas para el cuidado del ganado, y hemos olvidado el nombre del patrón, que ha secuestrado las semillas originales, prohibiendo que los campos den sus frutos.
Conviene hacer mención de la resistencia del campesinado, a través de los grupos: las Madres de la Candelaria, las madres de Soacha, Familiares de desaparecidos, acusadas de engendrar violencia y hacerles falsos positivos, pues sus hijos son asesinados y luego los vistes con uniformes de la guerrilla…
¡Habría más que contar con pelos y señales, parece ser que todo el que habla queda amenazado por decir la verdad!
El propósito de las medias verdades o verdades a medias es hacer parecer algo que solo es una creencia como un conocimiento o verdad absoluta.
Hoy la palabra progresista tiene un barniz de izquierdas, pero en el fondo habla de alguien que es profundamente conservador de su estatus. El progre es un esnob, un tipo de izquierda en los salones, pero que no quiere darse cuenta de que la vida es muy dura. La progresía es algo perjudicial para un movimiento de cambio. El progre, como todos hemos podido ver cuando nos tropezamos con ellos, es de clase media o alta, con ideas de izquierda, y cierta inquietud intelectual. Es un burgués que no reconoce serlo, que no renuncia a su vida cómoda, pese a que dichas comodidades materiales que tanto aprecia vienen de su principal enemigo: el capitalismo. Pero nadie dijo que el progre viva de forma coherente con sus ideas; de hecho, es uno de sus rasgos característicos allí donde lo encontramos.
El progre es el máximo ejemplo de la falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la teoría y la praxis, entre lo que predica y practica.
Advertía el vizconde de Chautebriand en sus Memorias de Ultratumba que «la aristocracia cuenta con tres épocas sucesivas: la época de la superioridad, la época de los privilegios, la época de las vanidades: al salir de la primera, degenera en la segunda y se extingue en la última». El problema del snob, en principio, es que envidia —por innata humildad— la época de las vanidades. La chabacanería, según aguda definición de Julián Marías, es la vulgaridad satisfecha de sí misma; y es el signo de la hora. El snob, tan íntimamente insatisfecho de sí mismo, se yergue dubitativo como el anti chabacano por excelencia.
Visto lo visto habría que preguntarse si el señor Pérez Prieto, que tanto alardea de ser “sacerdote”, no olvidemos su completo estado irregular dentro de la Iglesia y confesada y remachada tendencia de izquierdas y nacionalista no formará parte de ese grupo de personas que alardean de lo que no son. Le recomendaría que se pusiese al día en que consiste ser un hombre de izquierda y sobre todo en qué consiste ser sacerdote con un estilo de vida intachable, porque como ya decía en mi artículo anterior no se pueden mezclar churras con merinas con el fin de continuar vendiendo humo.