Victor Corcoba Herrero/escritor-(corcoba@telefonica.net)-
Tenemos que pensar mucho más en la ciencia, como estética de vida, como ética de la inteligencia, como alma de nuestro camino, como tranquilizante y duda, como esencia y morada de luz. Nos interesa a todos para avivar la paz y el desarrollo. Hay que tomar un rumbo nuevo. Las sociedades tienen que ser más ecológicas, más respetuosas con el medio ambiente, más científicas, porque la verdadera ciencia enseña, por encima de todo, a respetar y a descubrir el orden y la medida de las cosas, mediante una cadena de razonamientos que nos humanizan. Precisamente, el propósito de celebrar todos los años el día mundial de la ciencia (10 de noviembre), ha de ser un motivo para meditar y hacer hincapié en la utilización responsable de esta sapiencia en beneficio de la ciudadanía. Por desgracia, el mundo parece desorientado, sin capacidad para discernir los nuevos problemas y afrontarlos de manera global.
A propósito, pienso que la comunidad científica en este sentido tiene mucho que aportar a toda la familia humana. No sólo hay que dejarles que nos presenten sus avances, lejos de condicionamientos económicos o ideológicos, también debemos potenciar esa creatividad con nuestro incondicional apoyo, bajo un ambiente de cooperación entre pueblos y naciones. Desde luego, hace falta compartir más y mejor los nuevos descubrimientos, despojarlos de intereses individuales, interrogarnos sobre tantos caminos, popularizar la ciencia sin obviar la información rigurosa. Realmente, en los tiempos actuales, no hay un periodismo científico capaz de entusiasmarnos por el asombro de esa ciencia, a pesar de que es un abecedario apasionante. Acercarnos a la naturaleza, con el desvelo de descifrar su místico lenguaje, por si mismo ya es conmovedor. Por eso, cuesta entender que los recortes presupuestarios afecten a la ciencia, a las sendas de la invención que son siempre caminos que nos llevan a avanzar.
El mundo tiene que acrecentar el tejido científico como generador de esperanza. Lo debe hacer desde una ética de la reflexión. Vivimos momentos de gran incertidumbre, para muchos ciudadanos de desesperación total, y hace falta poner esa ciencia al servicio de la humanidad, de toda la humanidad, no al servicio de unos pocos privilegiados como sucede en ocasiones. Por consiguiente, a mi juicio, urge tomar conciencia de esta ciencia unida a otras dimensiones del saber científico, sin reduccionismos, con el deseo de activar el pensamiento. Pensar siempre es bueno para no caer en el fanatismo, en la idiotez o en la cobardía. Ya lo dijo el filósofo chino, Confucio, «aprender sin pensar es inútil; pensar sin aprender, peligroso». Para cambiar algo antes hay que recapacitar interiormente. Podemos tener un sin fin de conocimientos adquiridos, pero si nos falla tomar nota del mejor libro de moral que poseemos, la conciencia, difícilmente vamos a poder tener capacidad de discernimiento.
Ciertamente, no se entiende la ciencia sin reflexión. Es una energía necesaria. Al igual que la muerte sólo tiene importancia en la medida que nos hace meditar sobre el valor de nuestra existencia, sucede lo mismo con los avances científicos, la trascendencia radica en que la exploración nos active el deseo de búsqueda a través de la potencialidad de la mente. Bravo, entonces, por los que poseyendo la capacidad de análisis, renuevan ese afán de profundización para ofrecerlo al mundo. Bravo por esas personas que facilitan la comunicación entre la comunidad científica y los encargados de adoptar decisiones púbicas. Bravo por la adopción y aplicación de principios éticos y códigos de conducta para desarrollar las investigaciones que faciliten un auténtico desarrollo humano. Bravo, en definitiva, a todos aquellos que ponen a disposición su talento creativo, con el objeto de promover el avance de la ciencia en sí misma.
Evidentemente, la ciencia es cada día más relevante en nuestra vida diaria. Mucho se habla de sociedades sostenibles. El papel de la ciencia y los científicos es fundamental. También se habla mucho del cambio climático. Gracias a la visión creativa de mujeres y hombres de ciencia se pueden prever algunos fenómenos y controlar sus efectos. En consecuencia, nos conviene a todos disminuir la brecha entre la ciencia y la sociedad. Un país que olvida el mundo científico, que piensa que ya lo ha descubierto todo, es un país sin deseos; y, el deseo, al fin y al cabo son las alas del espíritu de las grandes hazañas.
Desde la producción agrícola e industrial a la medicina, desde los avances científicos a los tecnológicos, desde los métodos científicos a la observación, hay un ansia por descubrir lo no conocido y por describir esa sed de resultados. A los seres humanos nos encanta maravillarnos ante el misticismo de los hechos, sobrecogernos ante la semilla de la ciencia, extasiarnos ante la sabiduría científica, cautivarnos en suma ante la vida misma. Por otra parte, para hacer frente a los muchos problemas que se nos presentan, sólo pueden ser satisfechos con los esfuerzos conjuntos.
Además la ciencia es una empresa colectiva. La colaboración ha de estar presente en el centro de toda labor científica, así como la difusión y el fecundo intercambio entre culturas y comunidades. Para que se desarrolle esta afán de explorar, ha de universalizarse y arraigarse, haciéndose más accesible a todos. Téngase en cuenta que el conocimiento siempre ha progresado gracias al intercambio y a la interacción entre unos y otros. Por ello, es preciso cultivar el ánimo de tal modo que se promueva la capacidad de comprensión y de juicio interno, de contemplación y admiración, de lucidez e ingenio, hacia una constante dedicación al progreso científico del planeta y sus moradores. No en vano, en este pensamiento científico siempre están presentes elementos de la poesía. ¿Quién no llega por los caminos de la autenticidad a la belleza? En el fondo de cada uno siempre late una inspiración, deseosa de ser poesía antes que desencanto. No es insólito, pues, que hallemos nuestro propio pulso.