Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador
El presidente Pedro Sánchez confesó que una ley de amnistía no estaba ni en su programa ni en su propósito. Surgió como una necesidad e hizo “de la necesidad virtud”. Lo que no confesó es que esa necesidad se debía exclusivamente a siete votos que faltaban para prorrogar su permanencia en la Moncloa. Esta necesidad se disfrazaba con el argumento de que sin ella no sería posible un gobierno progresista. Es decir, que gobernarían otros que no aprobarían esta vergonzosa humillación del Estado. Sánchez añadió a su confesión que, además de amnistiar a cierta clase de españoles renegados, negocia en Suiza, fuera de España y fuera de la Unión Europea, ante un verificador extranjero exigido por el fugado Carles Puigdemont, planes desconocidos por el electorado que afectan a la unidad de España sin contar con los españoles. Ahora resulta que tendrá que buscar otro escenario y otro verificador para complacer a Junqueras. Son planes inconstitucionales, ilegítimos, antidemocráticos e inmorales, debatidos por personas carentes de competencia institucional ni gubernamental, con el tal Puigdemont, carente de otra autoridad que la que le otorga graciosamente Pedro Sánchez o la de un tal Santos Cerdán, carente de otra representación que la que le otorga graciosamente Sánchez, al margen del nuevo Gobierno del que no forma parte. Estos plenipotenciarios de no se sabe que poderes, negocian fuera de la sede de la fundación Henry Dunant de sospechosas tendencias antiespañolas ancestrales y, hasta donde se conoce, con el visto bueno del salvadoreño Paco Galindo Vélez, especialista en guerrillas. Son planes sustraídos a los sentimientos de la mayoría de los españoles, únicos dueños de la integridad humana y territorial de su patria, pero también a la mayoría de los habitantes de Cataluña a juzgar por los resultados electorales. Ese trapicheo, que va mucho más allá que una proposición de ley, está a la espera de la aprobación que no emanará de la representación del pueblo a través de sus instituciones soberanas sino de interlocutores al servicio de intereses particulares.
Siendo esto así, por confesión pública, se comprende que haya quien ponga en duda la legitimidad del nuevo Gobierno ¿Conoce y comparten, de acuerdo con su presidente, que se esté negociando fuera de la estructura institucional y territorial de España sin contar con los españoles? Nadie duda de que dicho Gobierno haya sido nombrado legalmente por un presidente en uso de sus atribuciones. Ni de que el presidente ha sido votado por una pequeña cifra mayoritaria de diputados, suficiente, gracias al obsequio de Puigdemont para su investidura. ¿Pero conoce dicho Gobierno qué y cómo se está negociando al margen de sus atribuciones? ¿Se siente cómplice de burlar la opinión de los españoles en materia que afecta a la esencia de su Constitución y de su historia? ¿Da por hecho que el Congreso de los Diputados y las demás instituciones legalmente establecidas van a aceptar sin rechistar los acuerdos negociados fuera de España como normas impuestas fuera de cauces democráticos?Estas ministras y ministros, tan contentos con sus nuevas carteras relucientes, forman parte de un Gobierno inestable e impotente que, tras cuarenta y cinco años de correcta Transición democrática, dependerá de acuerdos opacos irregularmente negociados fuera del territorio nacional y del espacio de la Unión Europea, arbitrados por personas extranjeras sin ningún título para intervenir en el curso de la política española. Es un Gobierno con enfrentamientos internos -en política económica- y externos -en política internacional- que avalan el desconcierto y la inseguridad que le añade su presidente sembrando por el mundo su sistema de mentira metódica. Es un Gobierno precario e insolvente que ha puesto toda su fe en el dogma de un sanchismo infalible. Un círculo de incondicionales del jefe mal avenidos entre sí, dependientes de árbitros extranjeros y de delegaciones sin aval institucional. El nuevo Gobierno abúlico contempla la faena desde el burladero de invitados haciendo el ridículo papel de espectador callado del humillante espectáculo.
Estas ministras y ministros, tan contentos con sus nuevas carteras relucientes, forman parte de un Gobierno inestable e impotente que, tras cuarenta y cinco años de correcta Transición democrática, dependerá de acuerdos opacos irregularmente negociados fuera del territorio nacional y del espacio de la Unión Europea, arbitrados por personas extranjeras sin ningún título para intervenir en el curso de la política española. Es un Gobierno con enfrentamientos internos -en política económica- y externos -en política internacional- que avalan el desconcierto y la inseguridad que le añade su presidente sembrando por el mundo su sistema de mentira metódica. Es un Gobierno precario e insolvente que ha puesto toda su fe en el dogma de un sanchismo infalible. Un círculo de incondicionales del jefe mal avenidos entre sí, dependientes de árbitros extranjeros y de delegaciones sin aval institucional. El nuevo Gobierno abúlico contempla la faena desde el burladero de invitados haciendo el ridículo papel de espectador callado del humillante espectáculo.