Pedro Sande García
Han pasado más de tres meses desde que llegué a mi querido Valdoviño, este año he decidido alargar el verano y entrado el mes de octubre, cuando las castañas empiezan a abandonar su nido y las altas e inusuales temperaturas son presagio de que algo extraño está ocurriendo, he decidido que era el momento de acabar esta crónica. Durante estos meses las palabras han estado revoloteando por mi mente pero que no he sido capaz de convertirlas en un relato escrito. Fue a finales de agosto, en un despertar demasiado prematuro, cuando conseguí dedicar un tiempo a esa actividad que tanto bienestar me proporciona, construir frases con las palabras que siempre están susurrándome. Un espejismo pasajero que, a mediados de octubre, espero que se vuelva a convertir en una rutina gratificante.
Quizás el título de esta crónica sea demasiado largo para un tiempo, el que vivimos, en el que la inmediatez y la premura dominan el modo de vivir y de expresarse.
He tomado la decisión de ir en contra de los tiempos y dejar el título con toda su extensión, al fin y al cabo no estoy obligado a seguir ninguna tendencia ni a adaptarme a ninguna norma establecida.
Fue un día de excursión veraniega el desencadenante de este artículo. Una buena amiga que nos acompañó, a mi mujer y a mí, fue la que me propuso que plasmara en un artículo la experiencia que comenzó a muy temprana hora contemplando mi querida Frouxeira, punto de partida hacia la Mariña Lucense.
En el año 2001 viaje a Costa Rica, un país que me fascino por su naturaleza salvaje. Disfruté caminando por el bosque nuboso de Monteverde, en el volcán Arenal tuve la suerte de poder contemplar las erupciones piroclásticas (terminó no recogido en el diccionario de la RAE pero si en el Diccionario del Español Actual de Manuel Seco: https://www.fbbva.es/diccionario/), recorrí el increíble parque natural de Tortuguero y las salvajes y solitarias playas del océano Pacifico. Sri Lanka, antigua Ceilán, fue otro país que me impresiono por la exuberancia de su entorno natural. Pude caminar por las sendas construidas en las copas de los arboles donde crecen las maravillosas orquídeas, visite los increíbles y coloridos campos de té, los impresionantes budas de Polonaruwa, los yacimientos arqueológicos de Sigiriya y los restos coloniales del antiguo imperio británico en Nuwara Eliya. La idea de este artículo también me trajo recuerdos de las
imponentes puestas de sol en el cabo Sunion sobre el mar Egeo y en la isla de la Juventud en Cuba, las exóticas playas de la isla caribeña o las de las islas Maldivas, las increíbles dunas del desierto tunecino o las rojizas tierras de los desiertos jordanos, los fondos marinos de la caribeña isla de la Juventud, del golfo de Aqaba, de las Maldivas o del mar Rojo. Soy capaz de recordar el colorido que se refleja en EL SIQ, el pasadizo por el que se entra a la ciudad de Petra, el de los templos de la antigua Ceilán o en los templos de Karnak y Luxor en Egipto. Pero no solo he disfrutado viajando a esos lugares lejanos y exóticos, también lo he hecho recorriendo países más cercanos tanto geográfica
como culturalmente. La plaza de los Vosgos en París donde vi entrar a caballo a D’Artagnan y sus inseparables amigos Athos, Porthos y Aramis, el fascinante barrio de Manhattan en Nueva York, esa impresionante obra de ingeniería que permitió construir los canales de Ámsterdam, la belleza de Florencia y de Venecia, la diversidad de Berlín, el encanto de los parques Londinenses o el colorido de la costa Amalfitana. Todos esos lugares y muchos más que he tenido la suerte de visitar, tanto lejanos como cercanos, no solo los he disfrutado visualmente, también me han servido para conocer y comprender otras culturas y aprender a empatizar con la diversidad y me han permitido apreciar, aún más, todo aquello que la naturaleza o las manos del hombre ha creado en mí entorno vital. Lugares cercanos y cotidianos que son el auténtico objetivo de este artículo y en concreto de aquellos que pude disfrutar el pasado 14 de agosto y a los que hago
referencia en el título de esta crónica. No quiero que piensen que quiero comparar, mucho menos menospreciar y tampoco hacer una clasificación de todos esos lugares, lejanos y cercanos, que hasta la fecha he podido visitar y disfrutar. Mi único objetivo es mostrar
como todos esos lugares, al margen de su distancia cultural o geográfica, son capaces de producirme la misma reacción de sorpresa y de fascinación al contemplarlos.
El 14 de agosto fue un día que nos brindó unas excelentes condiciones climatológicas, salimos a las diez de la mañana en dirección al mirador de Coitelo. Del lugar de salida, la Frouxeira, solo puedo decirles que es mi lugar mágico, al que me une un invisible cordón que lo convierte en parte vital de mi existencia.
Llegando al mirador de Coitelo, una hora en coche, pensé que en el banco de Loiba las colas de turistas impedirían que me sentara a contemplar las famosas vistas de las que había oído hablar. Nada más lejos de la realidad, pude hacerlo sin agobios y observar con total tranquilidad como la espuma del océano atlántico golpeaba sobre los acantilados y acababa reposando en los arenales del lugar. Curiosa traducción la de la inscripción que hay en el respaldo del banco «The most bank in the world», frase que se atribuye a unos músicos escoceses donde la palabra «bank» tiene el significado de orilla, borde, terraplén…pero no el de «banco de sentarse» que en inglés sería «bench».
Espectacular la playa de O Picón y sorprendente el pequeño pinar donde pudimos tomar un café en un solitario y apacible chiringuito. Desde allí nos dirigimos a Viveiro, ciudad donde se pueden contemplar algunos de los monumentos que han dejado sus 900 años de historia. Tuvimos la suerte de disfrutar del pasacalle de los gigantes y cabezudos que corrían por las pequeñas calles celebrando las fiestas de San Roque. En Viveiro ocurre lo mismo que en el resto de Galicia, la gastronomía no defrauda y convierte la hora de comer en un ejercicio placentero que pudimos hacer en una animada terraza. Finalizamos con la compra de unos típicos dulces de la zona y desde allí nos dirigimos a O Fuciño do Porco. Un espectacular sendero que transcurre por una pasarela de madera entre acantilados que se precipitan en el mar Cantábrico. El recorrido termina en una pequeña baliza luminosa desde donde se puede disfrutar de la entrada de la ría de Viveiro en O Vicedo. Son aproximadamente entre 30 y 40 minutos por una senda muy bien acondicionada y de baja dificultad.
Suele ocurrir que los lugares más sorprendentes aparecen cuando no estaban planificados en la agenda del día. Nos habían hablado del Souto da Retorta pero el hecho de ser un eucaliptal fue lo que hizo que no me despertara en mí ni el más mínimo interés.
La animadversión por los eucaliptos me pudo haber jugado una mala pasada sino fuera por la decisión de mis acompañantes de ir a visitar el bosque de gigantes. El recorrido por el bosque de eucaliptos se realiza a través de un kilómetro de agradable paseo que serpentea el río Landro y permite contemplar los ejemplares de eucalipto de mayor altura y envergadura del continente europeo. El más famoso de ellos es el denominado «avó», plantado en el año 1880, sus 67 metros de altura y 10,5 de perímetro lo convierten en el árbol más grande España. Olvídense de cualquiera antipatía que puedan tener a esta especie arbórea y no se pierdan una visita al eucaliptal de Chavin también denominado Souto da Retorta.
Creíamos que la jornada había terminado cuando a los pocos minutos de iniciar el regreso vimos un cartel que indicaba «Pazo da Trave». No quiero que piensen que estas palabras son una cuña comercial de este pazo de 500 años de antigüedad convertido ahora en hotel, fue la casualidad y la curiosidad la que nos permitió disfrutar de este agradable lugar mientras tomábamos un refrigerio en sus jardines.
El día terminó en el mismo lugar donde se había iniciado, en la Frouxeira, lugar cercano donde contemplar, sin olvidar parajes lejanos, una de las puestas de sol más espectaculares con la que nuestros sentidos puedan gozar.
Termino esta crónica, de largo título y muchas palabras, deseándoles que disfruten de sus lugares, cercanos y lejanos. Cuídense mucho.