Gabriel Elorriaga F-( Ex diputado y ex senador )
Las elecciones del pasado domingo, de de julio, no dieron un resultado claro, como se venía esperando en semanas anteriores, sino un resultado crítico para España. Una prórroga de confrontación e incertidumbre protagonizada por dos partidos que no dieron la talla: PP y PSOE. La corta victoria del PP y la derrota atenuada del PSOE hacen posibles dos intentos de investidura y, caso de no confirmarse ninguna, una situación de bloqueo e inclusive otras elecciones. Es decir, que se votó lo peor para la tranquilidad y progreso de España en los meses venideros. Digamos que por culpa de todos nosotros y no en exclusiva de los protagonistas del duelo, Sánchez y Feijóo, responsables en parte, por el uso que hicieron de sus facultades, pero hay que confesar que también existe una responsabilidad social de un pueblo que se movilizó y comportó ejemplarmente pero no entendió la necesidad de votar a una de las dos opciones con capacidad de Gobierno y se perdió en el laberinto sentimental de parcelas insuficientes para desarrollar una política de Estado.
Es así como Sánchez puede, porque otra cosa no puede como perdedor contumaz, soñar en la resurrección del monstruo de Frankenstein que desenterró en su día el ingenio de su colega Rubalcaba. La resurrección de Frankenstein es como las repeticiones del personaje tras el éxito de taquilla de aquella inolvidable película que nos aterrorizaba a los niños del siglo XX y que consistía en que el monstruo resucitaba de la tumba donde había sido enterrado o del hielo donde había sido congelado y volvía a la vida para hacer de las suyas y hasta para encontrar novia, que aquí es una señora llamada Yolanda, dispuesta a seguir compartiendo vicepresidencia en otro Gobierno de coalición después de haber aspirado a ser la primera mujer presidenta. Los dos, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, tampoco suman pero asistieron bien conjuntados a un artificioso debate a tres al que, quizá, Alberto Núñez Feijóo debiera haber asistido también conjuntado con el distanciado Santiago Abascal. Quizá uno de sus errores haya sido contribuir a la demonización de su socio natural con el que deberá contar como ha contado en tantos ayuntamientos y autonomías. Lo deplorable es que entramos en una dura y prorrogable confrontación entre bloques con muchas incógnitas y ninguna certidumbre. Los pactos de Estado entre los grandes partidos son solo sueños de Feijóo después de una “queimada”. Vamos a tener gobiernos frágiles e inestables tanto si es el del partido más votado como el del menos votado y peor acompañado. Gobiernos al capricho de cualquier asociado a la investidura desencantado de sus efectos. La opinión pública se encuadra y divide entre una izquierda que quisiera una sociedad ahormada según sus utopías de ecos marxistas o ecologistas que sustituya a la economía de mercado, la familia tradicional y la libertad de expresión, y una derecha liberal, tolerante y realista que desea mantener las tradiciones dentro de un clima de concordia y seguridad política. Una España dividida entre dos opciones ideologizadas donde una acusa al adversario de pactar con la intransigencia y la otra de pactar con la desintegración. Hay que esperar que, como tantas veces, el destino no sea tan amargo como se presenta y la división entre los españoles sea menos radical que su apariencia.
El horizonte político resultante de las elecciones es brumoso. Tanto Feijóo como Sánchez han iniciado contactos con las minorías parlamentarias. Sánchez tiene la facilidad de contar con su complemento “Sumar” con menos problemas que Feijóo con VOX. Pero Sánchez necesita a los de Puigdemont que reclaman amnistía y autodeterminación, terreno duro de negociar. Sánchez, que no felicitó a Feijóo por ser el partido más votado, tendrá que tragarse el espectáculo de los intentos de investidura de Feijóo cuando, a partir del 17 de agosto, día de la constitución de las nuevas Cortes, tras las consultas del rey, haya propuestas formales. Feijóo está legitimado como presidente del partido más votado para iniciar el proceso. Si su investidura resulta fallida, primero por falta de mayoría absoluta y después simple, se pasaría a debatir la investidura de Sánchez y, de resultar fallidas las dos, deberían pasar dos meses de incertidumbre hasta convocarse nuevas elecciones. Si tal cosa sucediera Sánchez pasaría de provocar elecciones en fechas vacacionales del verano a volver a provocarlas en fechas vacacionales de Navidad. Un paréntesis inquietante pero no imposible. De momento solo cabe esperar el desarrollo de unas maniobras parlamentarias, reflejo de unas intrigas extraparlamentarias, que acentuarán la separación entre bloques en el interior de España, el parón de inversiones y el deterioro de su imagen en el exterior.