Los partidos políticos se difuminan cuando los mediocres leales permanecen y los brillantes y críticos se van

José Carlos Enríquez Diaz

El primer método para evaluar la inteligencia de un líder es observar a las personas que lo rodean” (Maquiavelo). Los partidos políticos comienzan a difuminarse cuando los mediocres leales permanecen y los brillantes y críticos se van.

El PSOE ferrolano mete de número dos en su lista a una señora a la que no conoce nadie.

Cada vez son más las voces que reclaman una reforma de la Ley Electoral y, concretamente, la instauración de un sistema de listas abiertas para hacer de la democracia un arma mucho más efectiva. Algunos partidos y dirigentes políticos también empiezan a hablar ya de esta variante electoral.

El descrédito de los partidos políticos y los sindicatos es máximo. Cada vez son más los ciudadanos que confían en los movimientos sociales y en la protesta pacífica para luchar por unas causas justas, que quienes confían en la acción de partidos y sindicatos.

Valores democráticos como la igualdad, la verdad, la limpieza y la Justicia saltan por los aires porque los militantes, después de tanto tiempo pegando carteles y sometidos a las privaciones de la lucha partidista, se consideran con derecho a ser los privilegiados y a ser compensados. Más que demócratas auténticos, los que llegan al poder suelen ser peligrosos verticalistas totalitarios, ansiosos de poder, ávidos de privilegios y perfectamente entrenados para imponer su voluntad a los demás, casi todos ellos ya corrompidos por haber suprimido previamente la verdad, la libertad, la transparencia y el debate de sus respectivas vidas de militantes.

La senda que conduce a la corrupción y al abuso de poder se inicia muchas veces cuando un ciudadano decide militar en un partido político, en algunos casos con buena fe, con deseos de ayudar, pero ignorando que penetra en un espacio peligroso, regido por leyes y reglas profundamente antidemocráticas y escasamente éticas, incompatibles con la dignidad humana y el verdadero progreso.

Los fundadores de la democracia lo tenían claro y rechazaban los partidos políticos porque los consideraban poco menos que organizaciones mafiosas e incapaces de anteponer el bien común a sus propios intereses. Así pensaban Robespierre, Dantón y casi todos los teóricos y revolucionarios franceses de finales del XVIII.

En una organización democrática la toma de decisiones debiera ser fruto de la participación colectiva de los afiliados, a través de mecanismos de democracia directa o representativa.

Últimamente parece haber en los partidos españoles un mayor interés por limitar los mecanismos de participación en la elección de líderes y de candidatos electorales en las llamadas primarias, aunque en la práctica hasta estas últimas están cada vez más devaluadas y cuentan con más trabas, de forma que en la práctica funciona un sistema de cooptación a cargo del líder supremo elegido en primarias.

Los afiliados tienen una serie de obligaciones y deberes, como las tienen los ciudadanos de un Estado de Derecho. Una organización democrática debe regirse por la ley del gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías. Y un militante tiene que ser considerado por la dirección como un ciudadano, no un súbdito ni un subordinado.

Los dos derechos esenciales de los militantes de un partido serían, de un lado, el de poder expresar libremente sus opiniones sin ser tachados por ese motivo de revisionistas, díscolos o indisciplinados. Y por otro, poder participar en la elección de los distintos órganos de representación y control que eviten la existencia de un presidencialismo monárquico en el que todas las decisiones sean competencia exclusiva del presidente o el secretario general.

Por eso, una actividad esencial en un partido democrático es el debate. Actividad que debe ser reconocida como un componente imprescindible de la democracia interna. Un militante de un partido democrático debe tener cauces de participación para hacer llegar sus opiniones a los diferentes niveles de la estructura partidista.

Una organización democrática debe estar basada en ideas, en principios, pero no en dogmas, ni en consignas. Quien se afilia a un partido político conoce su programa, su historia y su identidad. En el marco de una sensibilidad política en particular deben existir libertad de pensamiento y de expresión.

La defensa del PARTIDO prima sobre la honestidad y credibilidad de las PERSONAS que gobiernan. En un sistema de listas abiertas encontraríamos muchos políticos honestos, buenos gestores y con sentido de Estado, que no estarían “silenciados” por las directrices de su partido político y que defenderían su credibilidad públicamente ante los ciudadanos que les directamente les han votado.

Es el sistema que actualmente se utiliza en las elecciones generales, autonómicas y municipales. El elector vota la enumeración de candidatos que presenta cada partido donde el orden viene fijado de antemano y sin que haya opción alguna de cambiarlo. Jorge de Esteban, catedrático español de Derecho Constitucional, remarca que así los electores no pueden cuestionar “el orden establecido por las camarillas de cada partido”.

El actual sistema electoral y de partidos políticos incentiva el bipartidismo y la participación o afiliación de ciudadanos con el objetivo de “hacer carrera”, convirtiendo la política en una carrera profesional donde priman los intereses individuales y la permanencia a perpetuidad dentro del partido sobre los intereses generales de los ciudadanos cuyos bienes gestionan.

Uno de los grandes desafíos de la actualidad es la modernización de la política porque, dejando de lado ideologías y cuestiones éticas, se repiten conductas personalistas y no se promueve la necesaria participación.

Mientras más competencia y transparencia exista dentro de los partidos, mayor será la calidad de los militantes que ocupen cargos dentro de los mismos. Si esto sucede, más eficientes y mejor preparados serán los aspirantes a puestos de elección popular.

Así, pues, la idea misma de democracia exige necesariamente que no haya un poder absoluto controlado por una sola persona o un pequeño sanedrín.

Si sometemos a los principales partidos políticos españoles a una evaluación de su democracia interna siguiendo los criterios definidos en los párrafos anteriores, los resultados en este particular son manifiestamente mejorables.

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