El nauseabundo panteísmo de un “teólogo”

José Carlos Enríquez Díaz

Un buen amigo me ha prestado el libro “A unidade e a Harmonía na diversidade», de Victorino Pérez Prieto. Me dice que «no pudo terminar de leerlo porque es caótico” Según el diccionario la palabra caótico tiene relación con el caos, es decir, desordenado y confuso…

Actualmente está muy de moda afirmar que todas las religiones son lo mismo, que da igual ser budista que cristiano, porque sólo son formas distintas de vivir la espiritualidad y, en el fondo, complementarias. Por desgracia, no faltan incluso sacerdotes y religiosos católicos que lo digan y que recomienden estás lecturas… En mi opinión, esta idea tan extendida de que todas las religiones son iguales, junto con la presencia en nuestra sociedad de diversas religiones orientales y, especialmente, el budismo, nos obligan a plantearnos en serio porqué somos cristianos y no budistas. ¿O es que da igual ser una cosa que otra?

El hinduismo conoce las avataras de Visnuh y de shiva, tan grandiosas, tan impresionantes; pero son manifestaciones, no personas; el budismo tene sus budas o bhodisatvas, orientados hacia adentro, en signo de radical concentración divina: pero tampoco ellos son hombres definidos de la historia, son reflejo de la hondura sagrada de la vida.

En mi opinión, el budismo es un esfuerzo muy meritorio por encontrar una salida al problema del sufrimiento, pero su centro está en rechazar todo lo que es verdaderamente humano. Está claro que el cristianismo es muchísimo más que eso. Los cristianos hemos conocido el amor que Dios nos tiene y que da un sentido a toda nuestra existencia. No necesitamos ya huir del sufrimiento, como hace el budismo, porque, en la Cruz, Jesucristo ha dado un sentido redentor a ese sufrimiento, abriéndonos el camino a la vida eterna. Cada uno es libre de creer en lo que quiera, pero que nadie intente venderme el cuento de que cristianismo y budismo son lo mismo.

Los cristianos creemos que Dios te ha creado por amor y, antes de que el mundo existiera, ya pensó en ti y te amó infinitamente, llamándote por tu nombre. Eres algo precioso para Dios y el mundo es mejor porque tú existes. Tus pecados pueden apartarte de la vida de Dios, pero, por su misericordia, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Dios ha perdonado tus errores, entregando a su propio Hijo para que diera su vida por ti.

«Si nada se hace sin causa, como dicen los filósofos, ¿cómo podrán obrar las segundas causas sin disposición de la primera, que es Dios? De cuya inmensa sabiduría dependen nuestras humanas acciones y sucesos, siendo árbitro y rector de todo lo criado, cuya divina providencia nos asiste, rige y defiende, y que quiere muchas veces fuera de nuestra opinión, aunque no de la razón, gobernarnos por accidentes y segundas causas, para mostrarnos así cómo su inmenso poder lo gobierna y dispone todo». Gómez de la Reguera

La salvación no es don que viene desde fuera sino el mismo sentido de la vida asumida plenamente y transformada por «el Hijo del hombre que ha triunfado de la muerte y transfigura así la historia» (cf. Mt 25, 31-46.) En el fondo de todo eso, Dios se define como aquel que resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 10,9.) Aquel con el que Jesús resucita a lso creyentes (1 Cor 15,22). Más allaá del Dios cósmico del que habla este “teólogo”, se halla el Dios de la historia de Jesús, que ha decidido revelarse en este mundo que perece.

Para el autor del libro y para Edgar Morín, parece que el hecho de que todo esté destinado a morir implica la no existencia de la salvación en ningún sentido: ni en el sentido de las religiones que prometen la inmortalidad, ni en la salvación terrestre, es decir, “no existe una solución social donde la vida de cada uno y de todos será liberada de la desgracia de la tragedia”. Se ha de renunciar por tanto, definitivamente a toda salvación y, del mismo  modo, se ha de renunciar a las promesas infinitas. Padecemos un humanismo de apariencia piadoso que ambiciona un hombre autónomo de la Causa primera, capaz por sí solo de salvarse. El cristianismo consistiría, para este humanismo, en convencer a los demás de las altas capacidades autorredentivas que posee la humanidad misma. Dios no sería más que un espectador, de tanto que confía en la potencia autosalvadora de la libertad humana. Lo católico sería, para esta mentalidad, convencer al hombre de lo poderoso que es el hombre, y de la esperanza que Dios tiene puesta en el ser humano.

Algunos creen que sólo queda rezar y esperar. Y otros, gracias a Dios, con exquisita caridad siguen levantando la voz, aunque éstas parezcan sonar en un desierto, como testigos fieles del Verbo. Y es preciso que se conozcan y difundan esas voces, pues aunque sean pocas, son más de las que parecen. Es preciso que se las conozca porque son voces que Dios alienta en su Iglesia para consuelo y fortaleza de los débiles, para aliento en la perseverancia hasta que el propio Señor ponga fin a todo esto.

Estos “teólogos» modernizados creen que es Dios quien espera en el hombre, y no el hombre quien debe esperar en Dios; quieren que la persona sea un pequeño dios, no soporta ser criatura, quiere ser autocreador. Basta, piensa, un acuerdo de voluntades, ponerse todos juntos a trabajar, para cambiar la sociedad, que todas las religiones se unan en un proyecto de liberación inmanente.

Mejor es volver a lo que nos han enseñado nuestros ancestros: somos criaturas, somos causas segundas, no primeras; en Dios encontramos la fuente de todo nuestro bien, personal y social. ¡Sin Cristo nada podemos! Somos mendigos de la acción conservadora de Dios, somos mendigos de la gracia, somos mendigos de su Causa. Vale la pena esta bandera, porque vale la pena salvarse.

El autor del prólogo afirma que el libro está muy documentado, pero conozco a personas sencillas que no tienen en su casa más que unas pocas docenas de libros, pero que sin embargo muestran un conocimiento de las cosas de Dios más certero y profundo del que manifiestan tener todos estos “teólogos”. Y es que para conocer lo esencial no hace falta tener 100.000 libros sino solamente 73, los que van de Génesis a Apocalipsis. También debemos recurrir siempre al Espíritu Santo, que es el Espíritu de verdad. Ojalá estos «teólogos» puedan encontrar esa verdad.

 

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