José Perales Garat
Cuando PAFERR empezó su andadura hace ya siete años, dedicó su primera mesa redonda al Dique de La Cabana, con cualquiera de los nombres que se le quieran adjudicar. Puedo atribuir parte del mérito de impulsar la restauración parcial del astillero a esta pequeña acción sin parecer arrogante, puesto que yo todavía no formaba parte de la asociación. En el ecuador de las obras varias autoridades se interesaron por el proyecto y el arquitecto que las dirigió, Antonio García-Lastra Núñez manifestó su opinión de que consideraba que su plan de usos debía vincularse “a su pasado como centro de reparación y construcción naval, ya sea musealizándolo, destinándolo a construir navíos históricos o como centro formativo para alumnos de ingeniería y carpintería de ribera”. Y puso como ejemplo a seguir la factoría Albaola, en Pasajes (Guipúzcoa), un astillero recuperado que también funciona como museo y como escuela de navegación y carpintería.
Durante estos días podíamos leer en la prensa que el Astillero do Ciprián, en Outes, se prepara para abrir sus puertas convertido en museo “en el que los visitantes tendrán ocasión de saber en qué consiste la carpintería de ribera y cuáles son las herramientas características (…) un museo vivo, donde se construyan pequeñas embarcaciones que contribuyan a aumentar el patrimonio local, y (…) ya está encima de la mesa el primer proyecto, un sancosmeiro para cuya fabricación se solicitará el apoyo de las asociaciones locales y de Agalcari”, según informa La Voz de Galicia en su edición de Outes (Barbanza) del 31 de enero de 2023.
AGALCARI es una asociación que lleva desde 2007 “inmersa en diversos proyectos que tienen como finalidad la consecución del reconocimiento de la carpintería de ribera como una actividad con pleno sentido productivo y comercial” que cuenta con dieciséis astilleros y carpinterías de ribera, según se nos
explica en su página web. Albaola, por su parte, es una factoría que lleva haciendo lo mismo desde hace veinticinco años y que lleva ya bastante tiempo inmersa en la construcción de una réplica de un barco del XVI -la nao San Juan- con la colaboración de varias instituciones públicas y privadas españolas y
canadienses, donde se encontró el pecio del navío original.
En Ferrol tenemos un astillero de propiedad municipal -con su grada y dique y parte de sus construcciones auxiliares- construido a partir de 1810, que forma parte del conjunto de bienes incluidos en la candidatura de Ferrol a Patrimonio Mundial.
Su dique tiene 51 metros de eslora por 12,50 de manga, y sus sillares están en un perfecto estado de conservación; con esos mimbres ya podríamos construir una cesta, pero es que tenemos muchas más cosas: una escuela de ingenieros navales, una escuela náutico- pesquera, un Club del Mar con una sección de barcos tradicionales, una delegación del colegio de Ingenieros Navales, dos escuelas de la Armada entre las que están los departamentos de maniobra y navegación y de energía y propulsión, una comisión naval de regatas, un extraordinario centro de Formación Profesional (el Ferrolterra) en el que se imparte un ciclo especializado en la madera y en sus usos navales, una delegación del Museo Naval, la Fundación EXPONAV y su exposición permanente y, omnipresentes con sus grúas cigüeña, unos astilleros públicos en los que se construyen algunos de los barcos más avanzados del mundo, además de varias empresas dedicadas a la ingeniería, industrias auxiliares, los archivos militares y civiles en los que se guardan los planos de muchísimos modelos de buques, modelistas navales, aficionados a la náutica deportiva, aficionados a la historia naval militar… tenemos todo lo que tiene que tener una ciudad que se convirtió en lo que es hoy por la marina y para la marina.
¿Y qué es lo que no tenemos? Pues no tenemos un plan, parece ser, y mira que en una ciudad con tantos militares parecería que deberíamos saber planear, pero no se ha dado el caso, y ahora me vais a permitir una pregunta. ¿Tenemos un sueño? ¡Ah, pues algunos sí lo tenemos, claro!
Uno de mis principales defectos es la tenacidad que pongo en informarme acerca de los temas que me atraen, y este es uno de los que me lleva reconcomiendo desde hace ya mucho tiempo: yo imagino un astillero con astillas (la frase no es mía, es completamente robada) del que salgan navíos de diferentes portes y un dique en el que se reparen las dolencias propias de sus cascos; imagino veleros haciendo velas y cordeleros haciendo cabos y cordeles, imagino una cascada de influencia en la economía de la zona, especialmente en el sector primario y en el recreativo. Y también a propios y extraños paseando por esa ensenada en la que el saneamiento nunca debería de dejar de avanzar, curioseando entre el sonido de todos esos extraños instrumentos que usaban (y siguen usando) en las carpinterías de ribera para dar forma y armonizar todas las maderas que componen los esqueletos de los barcos. Y árboles, frondosas y otras que sea menester, y los aserraderos que provean a esa industria que nunca ha llegado a morir de esas piezas especializadas, y veo a viejos marinos tan calafateados como los cascos de los viejos navíos en los que sirvieron sirviendo de cicerones y contando a los jóvenes que, hace no tanto tiempo, nuestros barcos recorrían los siete mares con un trozo de alma ferrolana entre sus tablas y el aliento de sus gentes portando en sus velas, como siguen haciendo hoy esos gigantes de acero que no son sino los sucesores de esas fragatas que dominaron la Mar Océana cuando el sol no se ponía en nuestro imperio, y también cuando empezó el ocaso de nuestra misión civilizadora.
Qué rancio todo ¿Verdad? Nos vamos haciendo viejos, y empezamos a escribir nuestro testamento para los que vayan incorporándose a filas. A mí se me ocurren pocas cosas más bonitas que legarle a nuestros nietos, y ojalá antes de mi última singladura pueda cruzar la ría sobre un trozo de mis montes y mis mares y contaros que, hace ya mucho tiempo, ese fue gran parte de mi sueño. De mi gran sueño, que a lo mejor sólo necesita para empezar una cátedra de construcción en madera, el impulso de un particular o -¿Por qué no soñar a lo grande?- la unión de todas esas instituciones de las que os acabo de hablar para construir un pequeño barco, un pequeño símbolo de lo que fuimos, un recordatorio de lo que nos hace ser nosotros y, tal vez un día, la nave que nos lleve a la otra orilla con el legado que dejamos.
Ojalá. Felicitaciones y aplausos hasta con las orejas por un grupo de gente que, inasequibles al desaliento, «planean» un futuro en positivo para Ferrol. Que se cumplan cuando menos la mitad de vuestros anhelos porque ya serán el doble de lo que otros menos capaces nos prometen (mucha turra nos queda a pocas semanas de unas elecciones!!!!)
Muchísimas gracias, MacAnudo.
Lo cierto es que, hasta cuando escribes tratando de generar ilusión en tus vecinos, hay algún cretino que te lo afea. Creo que queda claro que es sólo un anhelo de un escribidor que cree que estás iniciativas van más allá de cualquier ideología.
Aparte de todas las maravillas relacionadas con la construcción naval, tenemos la cesión al concello de los terrenos de defensa, una magnifica oportunidad (si nuestro mandatarios municipales se ponen manos a la obra) para conseguir un despegue de la ciudad importante .Esperemos que esto no quede en el olvido y no siga siendo un criadero de zarzas y roedores.
Pues sí, esperémoslo muy fuerte… ahora es el momento de empujar para que Nervión y el resto de empresas involucradas en los nuevos desarrollos industriales se unan y/o aumenten su aportación económica al patronato de EXPONAV, que a lo mejor podría ser la institución que iniciara la transformación del astillero en algo que se use.
Es un gran momento para que Nervión y todos sus colaboradores contribuyan a la Fundación EXPONAV, que podría ser la encargada de gestionar un núcleo inicial de construcción naval tradicional en el astillero.