El contrasanchismo

Gabriel Elorriaga F. (Ex diputado y ex senador)

La tendencia predominante este año electoral no es el crecimiento arrollador de un partido concreto sino la expansión del contrasanchismo. Una especie de hartazgo generalizado que se detecta tanto por la derecha como por la izquierda y hasta dentro de la misma coalición de Gobierno y entre sus aliados periféricos. Es como una marea contra la que Pedro Sánchez forcejea ayudado con algunas iniciativas ingeniosas de Bolaños que es un burócrata ascendido a nivel político que desconoce los movimientos morales y sentimentales que operan a pie de calle.

El contrasanchismo es como la fuerza del destino que arrastra a una persona hacia el descenso, diga lo que diga y haga lo que haga. Desde todos los sectores, incluso desde el que fue su partido, se desea a alguien distinto en que poder depositar confianza. Avanza por instinto práctico la oferta de Alberto Núñez Feijóo cuando este aún no es suficientemente conocido de la gente poco dada a valoraciones políticas. Reman a su favor algunos como Xosé Luis Barreiro Rivas con su libro “En torno a Feijóo” y por descontado el núcleo central del Partido Popular que tampoco ha alcanzado aún, ni en dimensión ni en comunicación, los niveles máximos de estimación popular. Pero avanzan sin gran esfuerzo aparente hacia un probable triunfo como avanzó en Galicia “aquel neniño de Los Peares que ganaba todas las elecciones a que se presentaba” (Barreiros dixit).

Avanzan pero sin atropellar. Aquí nadie pierde del todo salvo Ciudadanos, cuyo electorado ha sido absorbido por el PP que también recupera algún voto de VOX pero sin que los de Santiago Abascal pierdan su posible ubicación como tercera fuerza del Congreso. Los de Podemos caen, pero no todo lo bajo que merece su necia vocación de tiranuelos indocumentados. Los nacionalismos han convertido sus feudos en campos de reyerta de micropartidos sin horizonte. Y Sánchez sueña en su nube de relaciones internacionales creyendo que las atenciones que recibe son la estimación de su modo de entender la política y no porque, guste o no guste, representa a la España unida y constitucional que se tiene por existente y no a su impresentable contraventa con el separatismo, la mediatización de la justicia, la extralimitación de los decretazos y demás desafueros que no afectan al olfato más allá de nuestras fronteras. Aquí dentro, la inercia histórica impide pulverizar en los sondeos el espacio correspondiente al ancestral socialismo para no hacerle perder un segundo puesto desde donde Sánchez, aún en minoría, pudiera intentar entrelazar otro engendro sociocomunista.

Pero la España consciente de sí misma se siente escarnecida por un gobernante sometido a las exigencias de quienes quieren despedazarla y avergonzarla de soportar en su Gobierno a traidores a la alianza de los pueblos libres ante la agresión de Putin al Derecho internacional. Se siente incómoda por la imposición de normas ideológicas sectarias y por el desprecio a sus tradiciones familiares. El contrasanchismo es como una carcoma que corroe incansable las vigas podridas del andamio sanchista. Hay que escuchar el ronroneo generalizado como lo escuchó Barreiro cuando, al margen de su adicción a la oferta personal, positiva e indispensable de Feijóo, pronunció la frase contundente que refleja el sentir de una inmensa ciudadanía sin etiqueta definida de partido: “Hay que derrumbar el modelo que tiene Sánchez con su Frankenstein».

 
 
 
 

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