La Navidad bien entendida

José Carlos Enríquez Díaz

La navidad cristiana comenzó a celebrarse a partir del siglo IV, precisamente para sustituir la fiesta del Sol Invicto – solsticio- que se celebraba en la Roma imperial. Y en diciembre, porque a partir de esa fecha, el sol crece y avanza hasta su plenitud. Jesús de Nazaret, el niño de Belén, es el nuevo sol entrado en la órbita de la historia, que luce para siempre y nos trae la luz plena. 

El cristianismo transformó los rituales solares paganos de la antigüedad, transformándolos en la alegría del Nacimiento de Jesús, la verdadera Pascua de la Natividad.

El abeto navideño es el símbolo de la cristianización del Norte de Europa, se trata del árbol que taló San Bonifacio en el año 724 y que anteriormente era venerado como el ‘dios Thor’. El Belén fue una genial idea de San Francisco de Asís, hace unos ocho siglos, mágica forma de catequizar plásticamente el Nacimiento, la Virgen María, San José y otros personajes que vivieron aquél momento histórico.

El nacimiento de Jesús es un hecho histórico, que expresa y proclama el nacimiento de Dios en la historia de los hombres. No nace en el palacio del rey, ni en la catedral de las religiones, sino en un descampado, entre los no aceptamos por la sociedad que esta noche celebra sus grandes cenas. No, no está allí, en esas cenas, está fuera.

Nace Dios, después de milenios de preparación, pero nadie de los grandes ni poderosos de este mundo le recibe.

Nadie recibe a Jesús (reyes, sacerdotes, comerciantes…). Todos están ocupados en otras cosas, tienen otros trabajos, problemas… Actualmente sucede lo mismo. Si a la Navidad le quitamos el significado auténtico, la celebración del nacimiento de Jesucristo, el Niño-Dios, todo queda en una celebración vacía y sin sentido, primaria e irracional, es decir, sólo grandes comidas, iluminación laica de calles y escaparates, derroches en compras, fiestas, es decir, una serie de juergas donde nadie sabe exactamente qué se celebra.

Nace Dios entre los expulsados de la ciudad, entre emigrantes, nómadas de la vida, tribus urbanas o gente de la estepa… 

Todos esperan, los grandes, los poderosos del mundo… Pero Dios ha querido celebrar su fiesta en los arrabales de los pastores, emigrantes… gente que puede ser buena, pero que no se define por “buena” sino por desarraigada, problemática. Allí, entre esa gente, dice Dios su Palabra: No temáis, pues yo os evangelizo un gozo grande para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor. Y esta será para vosotros la señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre (Lc 2, 12).

Dios que nace en mi vida, en nuestra vida. Ésta es una experiencia que han puesto de relieve los grandes cristianos, desde Orígenes has Gregorio de Nisa, desde Dionisio Areopagita hasta Teilhard de Chardin. 

El verdadero significado de la Navidad es que Cristo Jesús, aunque tenía la forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que se despojó de todo, tomando la forma de un siervo, naciendo a semejanza de los hombres.

El verdadero significado de la Navidad es que la gente que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; los que habitaban en una tierra de oscuridad profunda, sobre ellos ha resplandecido la luz.

En los cuatro evangelistas aparece inconfundible el proyecto de Jesús. Jesús de Nazaret revoluciona la sociedad en que vive. Su estilo de vida se sale de lo común. Dentro de una sociedad opresora y oprimida, Jesús actúa con una libertad sorprendente, pues se enfrenta con unas instituciones y costumbres que esclavizan, anuncia una sociedad que va más allá de las fronteras de Israel: no se deja dominar por el legalismo ni el fariseísmo; no cumple con ciertas prescripciones religiosas: se relaciona con gente de mala reputación, acepta a los paganos, denuncia a los dirigentes y poderosos como hipócritas e inmorales y reprueba el nacionalismo fanático.

Lógicamente, Jesús entra en conflicto, es mal visto, calumniado, perseguido y matado. Y, para colmo este hombre resucita. ¡No es un hombre cualquiera!

Los historiadores y políticos romanos de principios del II d. C. (Tácito, Suetonio o Plinio el Joven) le recuerdan como un revoltoso, ajusticiado por la autoridad romana, pero su figura les sigue pareciendo carente de importancia. Es evidente que se equivocaron.

Pues bien algunos de sus discípulos dijeron a los pocos días muerte que él estaba vivo de un modo más alto, pues le habían visto, más real que antes, resucitado, en la Gloria de Dios, y que ellos debían seguir su obra, creando su «iglesia» que, de maneras diversas, ha seguido existiendo hasta el día de hoy (2022).

Así  pues, el significado de la navidad se centra en Jesús de Nazaret y se entiende en radicalidad a partir de Él. Jesús de Nazaret no es una fecha sólo, ni un individuo humano cualquiera.

Que hemos desfigurado la Navidad hasta hacerla irreconocible y anticristiana parece innegable. Pero también sigue latiendo hoy el atisbo de otras navidades posibles. Ojalá pues que, al menos los cristianos, al desearnos este año Feliz Navidad explicitemos que nos estamos deseando la dicha de una humanidad “sobria y solidaria”, donde todo lo que en la fiesta hay de sobreabundante, es compartido con decisión y serenidad. La navidad bien entendida implica muchas más cosas que las que hoy celebramos. Porque Jesús de Nazaret es vida, libertad, amor, justicia, opción por los pobres y empobrecidos de esta sociedad… Y, en consecuencia, solidaridad y amistad compartidas, reuniones en familia y con los amigos, turrón, champán, música, alegría, pero como expresión de un nacimiento comunitario y exigencia de solidaridad y compromiso universal. ¡La vida de Jesús tiene un momento inicial, pero no se agota en ese momento no se reduce a un día en el año! Es un proyecto, un estilo, y para los cristianos que celebramos  su aniversario, un desafío.

Felices y santas Navidades.

 

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