Trilogía del pesimismo, no me gusta el mundo en el que vivimos

Pedro Sande García

 

Con este artículo pondré fin a una tendencia que comenzó con la crónica «Me pongo el velo cuando me da la gana» y continuó con « Elías Ahúja estaría horrorizado del griterío de los bárbaros». Serán tres crónicas que comparten mi visión del mundo y de la condición humana, una visión poco optimista donde lo más destacable es el pesimismo que me envuelve. En ningún momento ideé está trilogía con premeditación, ha sido la casualidad de haberme interesado por dos terribles hechos, los descritos en los artículos referenciados al comienzo de esta crónica, que han coincidido en el tiempo. La decisión de poner punto y final a esta tendencia de escribir, en realidad la tendencia es a pensar, sobre esta negativa percepción del comportamiento humano sé que no será definitiva.

Regresaré, no puedo obviar mi ADN y tampoco voy a poner cortapisas a mi forma de escribir. En ocasiones me siento obligado, conmigo mismo, a dar voz a hechos cuyo protagonista es el deplorable comportamiento de nuestra especie.
Pensarán ustedes que con esta visión que tengo de la condición humana debo de ser una persona triste y amargada, no es así, tampoco soy la alegría de la huerta aunque en algunas ocasiones hasta puedo serlo. Esta visión negativa surge cuando saco los anteojos fuera del cascarón de mi vida y de la cercanía del hábitat que me rodea. Este hábitat o zona de confort es el microcosmos en el que transcurre el día a día de mi existencia: mi familia, mi barrio, mi ciudad natal, la ciudad en la que vivo, mis amigos y mis amistades, mis lugares mágicos y mis aficiones. Se preguntaran ustedes si lo que estoy diciendo es que el entorno que me rodea tiene la exclusividad de la bondad y en él todo lo que percibo sobre la condición humana es positivo. Ni mucho menos, intentaré
explicárselo a ustedes con un ejemplo y espero que no complique aún más mis palabras.

Supongan que un día concreto les presentan un determinado número de personas de manera individual. Con muchas de ellas seguro que empatizarán, se sentirán a gusto y es posible que inicien una relación de amistad. Ahora imagínense que les facilitan un periscopio a través del cual puedan observar el comportamiento de esas personas en momentos en los que están alejados de ustedes. Seguro que surgirán ocasiones en los que se llevarán una sorpresa cuando vean como esas personas cambian su conducta, ocurrirá cuando dejan de ser individuos y se convierten en manada. Con este ejemplo quería mostrarles dos visiones, la primera es cuando el observatorio de nuestra existencia enfoca a nuestro entorno más cercano y amigable, y la segunda cuando ese mismo periscopio se aleja y enfoca al mundo de manera global y deja de ver a las personas como individuos para verlas como grupo.

Es posible que mi visión negativa se produzca porque enfoque en pocas ocasiones a mi zona de confort y ponga demasiado foco en ese otro mundo, igual de real, en el que lo que sobresale es la parte más negativa del ser humano. También es posible que esa visión, nada positiva, se produzca porque mi periscopio tiene un problema de distorsión del mundo al que enfoca. Creo que hay que diferenciar entre lo que graba nuestra retina y envía a nuestro cerebro, lo que vemos, y las percepciones o sensaciones que esto nos produce.

Para esta última parte, la sensorial, he dedicado todas las líneas que ustedes acaban de leer. Ahora me gustaría centrarme en lo que veo y genera esa percepción negativa. Dejaré al margen una serie de hechos, los citaré, y comportamientos humanos que se han convertido en parte cotidiana de nuestras vidas. Comienzo con las guerras, guerras que seguirán asolando nuestro planeta, guerras que producen devastación, miles de muertos, miseria y desplazados, guerras de las que sólo nos acordamos los primeros días o cuando inciden de forma directa en nuestras vidas. También dejaré al margen la miseria que recorre
muchas zonas de la tierra, la miseria responsable de millones de muertos y desplazados, de millones de niños desnutridos, miseria que esta en el lado opuesto de la opulencia y el despilfarro que nos rodea. Por último, también dejaré al margen la violencia que se produce por motivos políticos, ideológicos o por la codicia del ser humano, violencia que al igual que los hechos anteriores también genera miles de muertos, desaparecidos, torturados y millones de desplazados a los que vemos como parias y a los que no podemos y no queremos dar cobijo.

Tres hechos cotidianos que siempre nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas. Es terrible decir que estas tres realidades, por la mera costumbre de convivir con ellas, no son las que me producen más pesimismo sobre la condición humana.

Hay otros hechos, quizás menos visibles, que son los que acrecientan mi visión negativa, hechos que se han ido agravando en los últimos años. Comenzaré con la involución ideológica, la marcha atrás hacia posturas ancestrales que en el pasado produjeron enorme dolor a la humanidad. Ideologías abanderadas por postulados que se fundamentan en el desprecio, paso previo a otra toma de posturas más contundentes, de aquellos que no son o no piensan como ellos. Ideologías que están triunfando en muchos países, ejemplos cercanos los tenemos en Polonia, Hungría, Brasil, Estados Unidos, Italia, Suecia, Finlandia, Austria, Holanda y España.

Otro de los hechos que ejerce una importante influencia en mí visión pesimista es el comportamiento de las nuevas generaciones. Podemos dividir esta enorme multitud de jóvenes, el futuro de la humanidad, en dos grandes grupos con una característica en común: la falta de formación. Por un lado nos encontramos con los millones de profesionales que salen de las universidades, generaciones que acceden a enormes bolsas de conocimiento pero cuya formación humana y cultural es nefasta. En el otro lado de la balanza están esos otros millones de jóvenes que no han accedido a esas fuentes de conocimiento, porque no han querido o porque no han podido, y que además de estar vacíos de conocimiento también tienen una nula formación. Pregúnteles, tantos a unos
como a otros, por algún hecho histórico destacable o simplemente cuantos libros han leído en su vida. O propóngales que les hablen o que escriban una redacción en la que describan sus últimas vacaciones, les dejarán asombrados con sus nulas cualidades como oradores y como redactores. Si a esto unimos la obsesión, algo no exclusivo de estos dos grupos, por el enriquecimiento rápido y fácil sin ningún tipo de esfuerzo, se habrá generado un excelente caldo de cultivo para que se propaguen esas ideologías involucionistas que están resurgiendo a nuestro alrededor.

No podría dejar de citar al fenómeno, tan alardeado en su día, de la globalización. Una actuación, dirigida por unos cuantos iluminados y algunos interesados, que ha devastado el mundo industrial de los denominados países desarrollados. Uno de los objetivos de la tan aclamada globalización era llevarse la fabricación a países lejanos y mejorar la vida de los que allí eran unos parias o esclavos. El resultado ha sido que los esclavos lo siguen siendo y se ha creado una nueva clase de ricos, además de enriquecer mucho más a quienes ya lo eran. No solo ha ocurrido en el mundo industrial, la globalización también ha afectado al mundo de la agricultura y de la ganadería, fíjense en la etiquetas de nuestra cesta de la compra. Algunos pensarán que estoy abogando porque nos encerremos en nuestros países y obviemos la existencia de los demás. Los que lo piensan están equivocados, solo estoy denunciando que mientras se incrementa el número de trabajadores esclavos en países lejanos se está convirtiendo a los trabajadores de aquí en auténticos parias. Otro excelente caldo de cultivo para los caudillos.

Otro hecho que no puedo dejar de citar es la destrucción que estamos provocando de nuestro planeta. Que nadie se llame a engaño, no lo hacemos por subsistir, la única razón de dicha devastación es la codicia. Al margen de los negacionistas, una nueva plaga que se está propagando a nuestro alrededor, no creo que nadie tenga dudas sobre los daños que estamos causando a nuestro ecosistema y las consecuencias que ya hemos empezado a padecer. Pese a todas las evidencias seguimos devastando el planeta, y desde hace años nos hemos echado en brazos del consumo masivo de las energías más dañinas, cuyas fuentes están dominadas por los mayores sátrapas que habitan la tierra.

Ya por último, y creo que en esta crónica se ha extendido más de lo habitual y por ello les pido disculpas, no puedo dejar de citar el próximo mundial de futbol que, al igual que otros acontecimientos deportivos, se va a celebrar en un país donde los derechos más elementales son pisoteados a diario. Millones de personas seguirán las retransmisiones de los partidos, esos millones son los que conforman la mayoría silenciosa que cada día es zarandeada y sometida a todo tipo de abusos y atropellos. Una mayoría que ha consumido algún tipo de soma y que ha dejado de sentir y de pensar. Esa mayoría, tan poco feliz, que describió Aldous Huxley. Aterrador.

Disfruten de la viva y cuídense mucho.

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