José Perales Garat
Se puede defender casi cualquier cosa siempre que tengas argumentos para hacerlo, y por eso -con más o menos fundamento, hay quien defiende que una u otra elaboración culinaria se prepara mejor en un sitio determinado ignorando (omitiendo, más bien) que el gusto es algo absolutamente personal y, por lo tanto, subjetivo. En Ferrol, los edificios oficiales se están uniformando, tal vez por aquello de que la inmensa mayoría de la población tiene vínculos
familiares o personales con uniformados de la Armada o de los astilleros, esos grises y azules que, a diferencia de los americanos de la Guerra de Secesión, suelen colaborar en el tema naval.
Ferrol es cosmopolita y a la vez cosmopaleta, y por eso nos gusta tanto lo de fuera y lo de dentro, pero en lo gastronómico hemos sufrido un periodo de abandono de lo foráneo que poco a poco se va mitigando con la aparición de nuevas tendencias que, seguramente, han llegado para quedarse. Empezaron las hamburguesas, con ese desaparecido Sailor’s cuyo anterior nombre no logró recordar, local al que siguieron el Top’s y la Hamburguesería Pepe y cuyo
plato principal ya es parte integrante de la gastronomía local, con auténticos abanderados en el arte de meter un medallón de carne picada dentro de un bollo.
Después llegaron las pizzas, con locales como El Cantegrill, Il Rioba o el Urimari y uno que había en Castro del que se decía que regentaba una señora que había servido en Italia, tampoco recuerdo el nombre, me vais a perdonar. Con las hamburguesas y las pizzas entramos en los noventa sin especiales atrasos, y hoy las grandes marcas comerciales tienen presencia en la ciudad y conviven con sus adaptaciones locales hasta el punto de que en Ferrol es completamente normal comer pizzas de pulpo á feira o de lacón con grelos y también hamburguesas con ingredientes más o menos locales entre los que destaca, como no, una carne que suele mejorar cualquier receta en la que se le incluya.
El cambio de milenio trajo poca cosa, la verdad: regresaron los asadores y se empezaron a popularizar ciertas elaboraciones que no eran habituales en la ciudad, e incluso tuvimos un asador argentino y un restaurante italiano, aunque de forma efímera en ambos casos. Parecía que la cocina mexicana iba a tener presencia en la ciudad e incluso abrió un rodicio brasileño en Pardobajo. No queda nada de aquello, y esas cuatro cocinas están ausentes en una ciudad que, en esos años de incertidumbres (todos los son) fue perdiendo sus marisquerías.
Los jóvenes de hoy en día no vivieron esas irrupciones en la escena local, y ven natural que cualquiera añada tandoori, tacos o teriyaki a platos más o menos imaginativos y originales, acallan sus hambres en locales de comida árabe con toda la naturalidad del mundo, y sienten que el kebab ya es parte de sus vidas como lo eran de la nuestra los helados de Ramos o los frutos secos de Loti.
Como Ferrol es un continuo vaivén, no logro vaticinar a donde nos va a llevar el hado, -¡Cómo hacerlo!- pero sí puedo entrever que nuestras puertas se han abierto de par en par y que ya a nadie extraña escuchar acentos o idiomas de fuera, celebrar el Oktoberfest, el San Patricio, el Halloween o cualquier otra festividad más o menos pagana, más o menos simpática y más o menos aprovechable… y seguramente por eso, en mi casa no gustan los huesos de santo y sí las hamburguesas, pequeña pero incontestable prueba de que el mundo se va a mover nos guste o no a los que tenemos más años que otros y que, si alguien decide leer este artículo dentro de cien años, se sorprenderá de que Ferrol, hoy en día, no tenga apenas cocina internacional entre sus propuestas hosteleras, tanto como si escribiera hace cuarenta años que la merluza a la cazuela, el rape a la cedeiresa, los riñones con arroz en blanco o los chocos en salsa iban a aparecer en nuestras cartas de modo apenas testimonial.
Y en esa eterna lucha entre el cosmopolitismo y el cosmopaletismo, muchas casas siguen siendo las únicas representantes de algunos platos que llevan tanto tiempo entre nosotros que a veces olvidamos que no son de aquí, como esos “espaguetis” a los que los españoles añadimos el plural, los macarrones gratinados, la pizza, los perritos o las hamburguesas, platos todos que no fueron de nuestros abuelos pero sin los que nuestros nietos no entenderían la
alimentación, como ese cachopo que llegó de Asturias y que no deja de ser un wiener schnitzel, al que aquí siempre se llamó San Jacobo.