Pedro Sande García
A raíz de la muerte, en una comisaría de policía de Teherán, de la joven Masha Amini, detenida por no llevar bien puesto el velo islámico, se han ido produciendo protestas y manifestaciones tanto en Irán como en los países de nuestro entorno. Las redes sociales y las nuevas formas de comunicación han sido una importante caja de resonancia de lo que está ocurriendo. Una buena amiga me envío un video de una joven iraní residente en París donde expresaba lo que estaba ocurriendo en su país de origen. A raíz de este video mantuve, con mi amiga y con mi mujer, una breve conversación donde yo mostraba mi pesimismo, no sobre el presente sino sobre el futuro de los derechos humanos. Esa breve conversación fue lo que motivo mi decisión de escribir este artículo.
Un excelente amigo, luchador activo por los derechos humanos, con el que suelo encontrarme en mis caminatas diarias, me informo hace unos días de un acto de repulsa y en defensa de los derechos de las mujeres que se iba a realizar en el estadio Metropolitano de Madrid. Me llamo la atención que un acto de esas características se celebrara en un recinto con tanta capacidad aunque dada la repercusión que estaba teniendo la muerte de la joven iraní tampoco me extraño. Acepte la invitación de acompañarle con mi familia y reservamos juntos los asientos en el estadio donde juega al futbol, de forma regular, el Atlético de Madrid.
El día de la celebración cogimos la línea 7 de metro y tanto en las estaciones por las que íbamos pasando como en los propios vagones se podía ir percibiendo el ambiente que había dentro del estadio. Familias enteras y personas de todas las edades abarrotaban el recinto, no hicieron falta contadores humanos para calcular el número de personas congregadas, los tornos informaron de la presencia de 48.263 personas.
Cuando llegamos a los asientos que teníamos reservados nos encontramos con dos sorpresas, una bolsa de papel que guardaba un velo y un vinilo rígido con unas instrucciones para construir un mural humano. Cuatro grandes pantallas intercalaban imágenes con el ambiente que había dentro del estadio y un video donde sobre una frase que decía: me pongo el velo cuando me da la gana se podía ver a una pareja de chico y chica mostrando como ponerse el velo de manera correcta. Fue lo primero que hicimos, imitando a los miles de asistentes, ponernos y quitarnos el velo de forma intermitente.
En estos días del año Madrid suele ofrecer unos magníficos días otoñales para disfrutar al aire libre, una tarde soleada y una agradable temperatura acompañaron el ambiente festivo durante la hora y media que duraron las intervenciones y que nos hicieron pasar una tarde que en algunos momentos nos puso la piel de gallina. Las únicas palabras que se oyeron en castellano fueron las presentaciones que se hicieron por megafonía, todas las participantes hablaron en inglés o en la lengua su país y la traducción simultánea al castellano se iba mostrando en las cuatro pantallas. Cuando presentaron a la primera invitada, Fátima Assad, mi amigo, que me había hablado de ella en más de una ocasión, le dedico, como el resto del público, una entusiasta ovación. Fátima Assad es una exiliada en el Reino Unido donde fundó hace diez años la organización «Me pongo el velo cuando me da la gana». Su intervención fue algo fría al principio, lo que siempre ocurre cuando alguien comienza con una exposición de datos.
Datos escalofriantes muchos de ellos: más de un 40% de países y de un 70% de la población mundial viven bajo regímenes dictatoriales. Su tono de voz se fue encendiendo conforme empezó a hablar de los millones de mujeres que están obligadas a llevar velo en el mundo y las consecuencias que sufren en caso de no hacerlo: detenciones, torturas, azotes y encierro en cárceles donde la seguridad de sus vidas es inexistente.
Las siguientes intervenciones corrieron a cargo de mujeres que en todos los casos habían sufrido en su cuerpo las consecuencias de los castigos físicos por no llevar el velo. Fueron testimonios que nos pusieron la piel de gallina y que contaron con el apoyo total y el aplauso de todos los asistentes. La última intervención corrió a cargo de Asid Shariq que, como las mujeres anteriores, había logrado huir de su país. Las huellas de las torturas sufridas por Asid en la cárcel estaban a la vista, andaba con mucha dificultad apoyada en dos muletas. Asid, con una tremenda frialdad, relató los hechos que se produjeron desde su detención y durante los tres días que estuvo encarcelada por sacarse el velo en un lugar público. Me van a permitir que no entré en detalles, terribles, crueles, es difícil encontrar las palabras adecuadas, y me voy a centrar en la última parte de la intervención de esta mujer. Cuando Asid terminó de relatar los espeluznantes hechos que vivió y sufrió se hizo el silencio, hasta que retomo la palabra y nos dijo que nos iba a pedir algo. Fue en ese momento cuando en las pantallas se mostraron las instrucciones que acompañaban al vinilo que había en nuestros asientos. Asid nos pidió que exigiéramos a nuestros gobernantes que presionarán a todos los gobiernos donde se pisotean los derechos humanos. En las pantallas se mostraron los números con los que comenzaba la cuenta atrás 5,4,3,2,1 ese era el momento en que teníamos que poner el vinilo sobre nuestras cabezas y así se reflejó el mensaje en el gran mural: «Sánchez, Feijoo escuchar al pueblo» mientras todo el mundo coreaba sí, sí, sí. El grito retumbó por todo el recinto. No les puedo decir el tiempo que estuvimos así pero si les puedo decir que la intensidad con la que todos coreábamos el mensaje nunca la había experimentado. La tristeza de la cara de Asid se cubrió con un imaginario velo de sonrisa y esperanza.
Cuando dejamos el vinilo en nuestros asientos y el clamor empezó a silenciarse la voz de Asid se volvió a escuchar, retomo la palabra diciendo que no solo nuestros gobiernos son los únicos que deben y pueden presionar, que nosotros también podemos y debemos hacerlo. La primera forma que propuso fue que desistiéramos de hacer viajes por turismo o placer a esos países, el público volvió a aplaudir la propuesta pero me pareció que el fervor mostrado no era el mismo que cuando se le exigía a nuestros gobiernos. La segunda manera de presionar, dijo Asid, y empezó a citar la cantidad de acontecimientos deportivos que se producían en esos países desde el futbol hasta el tenis, automovilismo, golf, paddle y cito el caso de la supercopa de España o del próximo mundial de futbol. En ese momento se proyectaron en las pantallas las palabras de Eric Cantona, exjugador de futbol inglés, en las que cita las razones por las cuales no asistirá ni verá las retransmisiones del próximo mundial de futbol. Asid fue tajante, nos pidió que siguiéramos el ejemplo de Cantona. Algunos aplausos, silencios, murmullos, miradas perdidas fue lo que ocurrió cuando lo dijo. Sentí que todo lo que había ocurrido hasta ese momento se estaba desvaneciendo, pensé en lo fácil que es jalear pidiendo y exigiendo a los demás su compromiso pero qué difícil es comprometerse cuando nos afecta de manera directa. En su despedida, del rostro de Asid había desaparecido el velo imaginario de esperanza y optimismo que había mostrado unos minutos antes.
¿Qué pensaran ahora ustedes si les digo que todo lo que acaban de leer es fruto de mi imaginación? que no hubo tal acto, que no existen ni Fátima ni Asid y tampoco ese supuesto amigo mío. En realidad lo importante no es si lo que han leído ha ocurrido, lo importante es lo que ocurriría si fuese verdad o no. Yo creo que ambos casos, tanto en el caso de que todo lo que han leído fuese una historia real como en el caso de que fuese pura invención, las consecuencias serían las mismas, no habría ninguna consecuencia.
Creo, además, que la mayoría de los asistentes al acto como la mayoría de los que lean este artículo tendrán sus conciencias tranquilas y para ello, sobre la última petición de Asid, pensarán que no hay que mezclar deporte con política.
¿Y qué pensarán los sátrapas y dictadores que gobiernan esos países en caso de que mi crónica fuera real o pura invención? En ambos casos a ellos les dará igual, ellos se reirán ya que saben que no ocurrirá nada y que en sus países las mujeres se seguirán poniendo el velo cuando a ellos les dé la gana.
Permítanme un consejo, independiente de que lo que han leído sea una historia verdadera o un trampantojo literario, piensen que todo lo que les he contado ocurre todos los días, que todos los días los derechos humanos son pisoteados y que todos los días miles de mujeres que no se ponen el velo son apaleadas y violentadas.
Al principio de esta crónica les hablé del pesimismo que tengo sobre el futuro de los derechos humanos, les puedo asegurar que es una reflexión real y con toda seguridad una posible consecuencia del pesimismo que tengo sobre la condición humana.
Disfruten de su libertad y cuídense mucho.