José Manuel Otero Lastres
Según el Diccionario de la RAE, por credibilidad se entiende “cualidad de creíble” y “creíble” significa “que puede o merece ser creído”. A decir verdad, me esperaba una acepción más rotunda, no tan probabilística. Tal vez por eso si hubiera que atenerse solamente a su significado estrictamente gramatical, la credibilidad no sería considerada una de las cualidades más relevantes de las personas en general y de los políticos en particular. Y es que solo “poder ser” o “merecer” ser creído es un logro menor, que hace referencia más a una capacidad del propio sujeto que al resultado de su acción vital de decir habitualmente la verdad.
Con esto quiero decir que el hecho de “poder o merecer ser creído” no implica necesariamente que el sujeto en cuestión sea siempre veraz, porque hay quienes siendo habitualmente veraces pueden no llegar a conseguir que se tenga por cierto lo que dicen. La razón de ello es que, como se desprende de su significado, la credibilidad hace referencia a la capacidad del sujeto que se hace creer y no está indefectiblemente ligada a la veracidad del relato, sino al hecho de que los destinatarios del mensaje debido a las cualidades intrínsecas del orador crean lo que les dice.
La clave está por eso en llegar a generar confianza. Pero la confianza es casi tan misteriosa como el amor y muy parecida a la empatía: no se sabe por qué uno confía, a veces excesivamente, en otros, ni por qué se identifica con ellos o comparte sus sentimientos.
No es erróneo afirmar que, en los momentos iniciales de las relaciones, los sujetos implicados parten con un grado mutuo de confianza suficiente. Grado que irá creciendo o disminuyendo en función no solo de la conducta de cada uno sino también de cómo es percibida por el otro. Y ello porque pueden darse los dos casos siguientes: que una persona diga la verdad y que no resulte creíble para el otro; o que mienta y su interlocutor confíe en sus palabras. La diferencia entre ambas hipótesis radica en la distinta capacidad de ambos sujetos para convencer al otro; o lo que es lo mismo, su credibilidad personal.
Llegados a este punto, habrá quien considere que la credibilidad es fruto del azar. Esta conclusión, a mi parecer, no es del todo acertada. Hay sujetos que, aun no siendo total ni habitualmente sinceros, consiguen que los terceros los crean; y otros que siendo por lo general honestos generan sombras de sospecha.
«No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo»
¿Quiere decir lo que antecede que no sirve de nada tratar de ser creíbles? Nada más lejos de la realidad. Se atribuye a Abraham Lincoln la frase “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Estoy completamente de acuerdo con el expresidente norteamericano. Y es que cada vez que alguien miente y logre que los demás lo crean, irá erosionando paulatinamente su credibilidad, y si se llega a mentir por costumbre y con mucha regularidad, hasta el punto de abusar de la credibilidad del prójimo, llegará un momento en que nadie lo creerá y perderá toda su credibilidad.
Es lo que se quiere significar con la frase “no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo” que decía Lincoln. Frente a los desconocidos todos partimos con una cuota de credibilidad, pero si se abusa de la mentira, por muy bien que esta sea contada, la gente descubrirá en el mentiroso su cara de malicia. Y a partir de entonces ya no le creerá. La credibilidad es como el prestigio, se consigue lentamente y gota a gota, pero se pierde en un momento. Y una vez perdida es casi imposible de recuperar.
En la política la credibilidad es imprescindible
En algunas profesiones, como en la política, la credibilidad es un valor imprescindible. Los políticos deben resultar creíbles, porque actúan en beneficio de la generalidad de los ciudadanos, gestionando los recursos de todos. Por eso, el político que no tenga suficiente credibilidad, bien porque siempre tuvo poca o porque la que tenía la perdió al no decir una verdad, será muy difícil que sea votado en las elecciones. Y es que la credibilidad se fundamenta en el ejemplo, por eso la mejor manera de llegar a ser creído es hacer honor y cumplir lo prometido, dedicarse a hacer lo prometido antes que a prometerlo y no hacerlo.
Es verdad que a la hora de votar no todos los ciudadanos se mueven por los mismos impulsos. Hay ciudadanos que se guían exclusivamente por su ideología; esto es “el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.” (Diccionario de la RAE). Habrá otros que sean más pragmáticos y que tengan en cuenta, sobre cualquier otra cosa, cuál es el equipo mejor preparado para defender sus intereses. Habrá quienes voten interesadamente en función de la conservación de sus puestos de trabajo y otro grupo numeroso de los que se dejan guiar por la inercia sin reflexionar demasiado. Por último, no serán pocos los que hagan un balance de la legislatura anterior y voten en función de lo más aconsejable teniendo a la vista la situación del país en ese momento.
Pero no creo que me equivoque mucho si digo que, en las próximas elecciones generales, más que en ninguna de las anteriores, se tendrá en cuenta la credibilidad. Y pienso que no serán pocos los que tengan en cuenta la frase que dice Emma Stone en la película Aloha: “Te has vendido tantas veces que ya nadie te compra”.
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