Julia Mª Dopico Vale
En 1831 el escritor Honoré de Balzac, uno de los principales representantes de la novela realista del S. XIX, editaba el relato Obras Maestras Desconocidas, en el que tres pintores conversan a cerca del arte, presumiendo uno de ellos el ser el único discípulo de Mabuse capaz de crear la obra maestra en la que capta la vida en el interior de un lienzo.
Esta vez, el título de la novela filosófica sirvió de inspiración a la Fundación Juan March para organizar un ciclo de conciertos programando una selección de composiciones particularmente bellas que podrían haber sido obras maestras y que sin embargo “comparten un lugar discreto, cuando no ignoto, dentro del catálogo de sus autores”.
Y es que la fortuna de una creación en la posteridad no responde en exclusiva a su mérito artístico, resultando algunos compositores conocidos por una única producción, otros, “autores de segunda fila”, por ser generalmente familiares de los grandes maestros e influyendo también los criterios de selección de los programadores, que hacen que algunas obras no sean escuchadas en las salas de concierto, convirtiéndose cuando esto acontece en un luminoso descubrimiento.
Algo que ocurrió con el recital de la soprano Carolyn Sampson y del pianista Joseph Middleton interpretando algunos de los pocos lieder escritos por Mozart, otros de Brahms, arreglos de canciones folklóricas de Britten, los Cuatro Madrigales Amatorios de Joaquín Rodrigo, los compases “tabernarios” y de café del bohemio de Montmartre, Erik Satie, identificado por sus célebres Gymnopédies, los de Willian Walton, infrecuente fuera del ámbito británico y los de Poldowski, apellido utilizado por la compositora Régine Wieniawski, que elige hacerse pasar por hombre para lograr que se acepte su música apartándose del “ideal doméstico” femenino característico; canciones éstas inspiradas en la “poesía maldita” de Paul Verlaine. ¡Todo un hallazgo!