José Perales Garat
Tal vez una de las cosas que más unen a las familias y que generan recuerdos más hermosos sea la degustación de un chocolate con churros una tarde fría de invierno, como estas últimas.
En mi caso, en mi casa, se hacía el chocolate con churros las tardes de domingo, y todos participábamos de una manera u otra ayudando a mi madre en la elaboración. No recuerdo con nitidez los detalles, pero si tengo una sensación de poner las tabletas de chocolate puro al baño maría, participar en el amasado, montar la manga y ponerle la boquilla en forma de estrella, e incluso lo recuerdo con más cariño que la degustación en sí, y no descubrí el porqué hasta que fui padre: yo fui uno de esos niños a los que no les encantó el chocolate caliente hasta cierta edad… y por mi experiencia son legión.
El chocolate tal y como lo entendemos hoy en día es un invento moderno, concretamente del Siglo XVI, y entró en España desde México con más fuerza de la que lo hizo Luis Miguel en los ochenta. Ya casi desde el principio se consumía como bebida caliente y en el Siglo XVIII (que es cuando se desarrolla el Ferrol que hoy conocemos), se servía en tabernas y posadas de toda España como desayuno o merienda.
El caso de los churros es más difícil de seguir, y yo no he sido capaz de descubrir exactamente en qué momento se empezaron a elaborar, aunque casi todas las teorías que he leído apuntan a que ya se tomaban en España antes del descubrimiento de América. Otras teorías apuntan a que vinieron de China e incluso hay una bastante extendida que dice que es un invento de los pastores castellanos, de oveja churra,
que los elaboraban por resultar la forma más fácil de cocer una masa. El caso es que se
extendieron por España de tal forma que hasta una de las plantas más comunes de la
península, el scirpus holoschoenus, se conoce como junco churrero porque los churros se freían envolviendo en masa su tallo, y de ahí que en algunos sitios se rellenaran al retirar el junco.
El caso es que el maridaje entre el brebaje caliente y los churros se produjo en algún momento de los siglos XVIII ó XIX en la Península Ibérica (hay quien dice que en Zaragoza, hay quien en Palma de Mallorca) y que de aquí, de la vieja piel de toro, se expandió por toda la América española hasta el punto de que hoy se toman desde Punta Arenas hasta Estados Unidos.
Ferrol, claro, no podía quedarse ajena a este fenómeno y, como todas las ciudades de España, vio nacer entre sus calles varios locales que siguen hoy en día deleitando a generaciones de ferrolanos que se juntan de la forma más variada y extensa posible: padres e hijos, amigos, novios, abuelos con sus nietos, jubilados… da igual la edad que tengas y de lo que quieras hablar, porque siempre habrá un momento del año en el que lo que más te apetezca del mundo es tomarte un chocolate con churros con su correspondiente vaso de agua, no solamente el 1 de enero tras pasar toda la noche bailando.
Y con esto de los churros pasa, además, como con la tortilla: hay bandos, y al igual que pasa con otro de los manjares más españoles, yo tampoco me encuentro en ninguno de ellos. Me encanta el aire añejo y eterno del Avenida, tan parecido a las cafeterías de Madrid y tan ajetreado siempre. También me gustan muchísimo la Bola de Oro y Bonilla, por mencionar los tres que ya existían cuando me despellejaba las rodillas en la niñez. A la fiesta se han unido con fuerza Chocolate, El Rincón de la Abuela, La Patrona (con sus porras rellenas de crema y bañadas en chocolate) y El Saco, además de Alexandra’s, local del que ya os he hablado recientemente.
Y por eso creo que, tal vez, estemos ante un renacimiento de esa costumbre tan española que sorprendió a todos los viajeros del XIX, que dejaron negro sobre blanco múltiples opiniones acerca del magnífico chocolate que podía encontrarse en cualquier rincón de España, y también reflexiono por enésima vez acerca de lo curioso que es que una de nuestras costumbres más arraigadas esté tan directamente relacionada con la España que se quedó al otro lado del charco y con esos barcos que lo cruzaban con tanta frecuencia que hasta a nuestros vecinos del sur del Golfo Ártabro se les llamaba cascarilleiros por su afición a tomar la cascarilla de la semilla del cacao en infusión.
Ay, las Antillas y Centroamérica… ¡Cuanto os debemos los ferrolanos, con nuestras habaneras, nuestras tortillas de patatas, nuestros pimientos y nuestro chocolate! Estoy seguro de que algún día podremos poner nuestra historia en común delante de un chocolate con churros, una tarde de frío y lluvia, de esas en las que sólo quieres llegar a casa y en las que, de repente, eres tentado por un olor que llega desde las selvas del Yucatán y acabas sentado con alguien, disfrutando del buen hacer de esos hosteleros que tantas y tantas veces se convierten en testigos mudos de nuestros primeros besos, nuestras confidencias o de esas regañinas a los niños para que aprendan a compartir, que tú has cogido ya cuatro y yo sólo llevo dos.