José Perales Garat
Hace tanto tiempo que han pasado ciertas cosas que empiezan a estar adornadas con esa niebla que da el paso de los años a los recuerdos. Sucedió en 1997, yo estaba en Irlanda y en España el pueblo se rebelaba contra el secuestro de Miguel Ángel Blanco mientras yo disfrutaba de mi primera experiencia en el extranjero. En esos tiempos la comunicación no era como ahora, por lo que irse de casa era irse de casa, sin rendir novedades salvo por alguna esporádica llamada. En Irlanda no se comía especialmente bien, máxime si eras un estudiante sin un duro y contraponías sus precios en libras con los exiguos fondos disponibles en pesetas, por lo que tenías que usar mucho la imaginación para estirar los vales de comida que nos daban en la academia y poder probar algo distinto a los sandwiches, ensaladas y sopas que te
ofrecían. Yo llevaba desde el primer día queriendo probar las ostras que salían en todas las postales turísticas, y la oportunidad llegó de la mano de un amigo crápula y nocteriego que no pensaba perder el tiempo aprendiendo inglés pudiendo dedicarse a cosas más importantes para el resto de su vida, como ligarse a una suiza, tocar los bongós o ser detenido por la policía por robar unas botellas de licor.
El caso es que, ya casi terminando el curso, nos confesó que no había utilizado ningún vale de comida y nos ofreció a sus más allegados pegarnos un pequeño homenaje, a lo que yo respondí que en el Basker Brown (creo recordar que se llamaba así) tenían una oferta especial de ostras con pintas de cerveza negra que podía estar muy bien para deshacernos de tantos papeles, y allí nos fuimos a negociar con un camarero que dudaba de la honestidad de acumular vales de comida para hacer una fiesta. Tras algún tira y afloja que otro, el pobre hombre se tragó su honestidad británica y aceptó nuestra latina propuesta de canjear los vales por las raciones de ostras y las pintas de cerveza negra, y preparó la mesa como lo hacen en Irlanda: Rodajas de pan de centeno, mantequilla y pimienta negra para aderezar las ostras y una ronda de esa Guiness que tanto nos sorprendía cuando no la había en casi ningún sitio, y aunque las ostras de Irlanda no son nuestras ostras, el binomio ostra/cerveza negra sigue siendo un reclamo en todo el país (teclead en vuestro buscador guiness and oysters y lo
comprobaréis).
Habrá quién diga que tampoco nuestras cervezas son las de Irlanda, y ya sabéis que habrá quien diga que no, que son mejores… pero no quiero generar una controversia, y por eso ofrezco mi enésima reflexión acerca del poder evocador que tiene asociar un plato o un alimento a un territorio (paella y valencia, pizza e Italia, cocido y Lalín…) y en nuestra costa ártabra hay varias: las tazas de vino tinto espeso y las bandejas de embutidos de El Cruce podrían ser una imagen de marca de la ciudad, desde luego. También se podría asociar un vino con una de esas tortillas tan queridas en la ciudad (y no digo cual porque ya me llevé un par de rapapolvos por decir que Ankha y Zahara son más de mi estilo que otras, o sea que no diga ná y lo digo tó). Luego podríamos asociar el marisco al ribeiro o la zorza a la cerveza, e incluso las
bravas de O Cabazo a una taza de vino blanco o los chipirones de cualquier sitio a cualquier cosa…
Y digo yo que en Ferrol no somos muy de ostras, Pedrín, y que a mí me encantan tanto como a mi mujer le dan asco en crudo, pero que haberlas haylas y no sé yo si podríamos ofrecerlas la noche de San Patricio, por aquello de favorecer al sector extractivo local y confraternizar un poco con esos galos de las islas británicas que no dejan de ser unos ártabros del Norte que se fueron a San Borondón y no encuentran el camino de vuelta, pese a las pistas que les estamos dando con lo del Camino Inglés.
Pero bueno, que si no son ostras pueden ser zamburiñas, o volandeiras, o vieiras amnésicas o cualquier otra cosa que salga de nuestras aguas, que parece que poco a poco se van depurando y mejorando hasta el punto de que hasta las ballenas se quieren unir al festín.
En fin, que quién soy yo para decirle a los hosteleros cómo tienen que hacer su trabajo… como si importase algo que en las postrimerías del Siglo XX en Irlanda, unos jóvenes estudiantes que daban sus primeros pasos en la vida adulta dedicásemos un par de horas a untar pan negro con mantequilla, echarle pimienta y comernos unas ostras mientras bebíamos unas cervezas que son uno de los signos de identidad más conocidos de todo un país.
Ahora que a mí me encantan las ostras, no sé si lo he mencionado antes, y por eso lo dejo caer, por si acaso alguien recoge el guante y empieza a ofrecerlas en algún sitio.