Gabriel Elorriaga F. (Ex diputado y ex senador)
Tras las vacaciones veraniegas comenzará la segunda parte de la legislatura, lo que equivale a decir urnas a la vista. No me refiero a un posible adelanto de las elecciones en Andalucía, donde un triunfo contundente de Juanma Moreno confirmaría el optimismo del Partido Popular tras el éxito de Isabel Díaz Ayuso en Madrid aunque, por ahora, no está clara una argumentación que justifique un adelanto electoral en aquella comunidad.
Quien debe estar preocupado es Pedro Sánchez ante una oposición creciente del electorado, cansado de su hacer y deshacer sin provecho y de un socialismo estancado y dependiente de sus socios comunistas de salón y atado a los compromisos subcutáneos con sus complementos separatistas. Él sabe, sin duda, que solo un error garrafal de la derecha puede darle alguna oportunidad para corregir el cambio de tendencia desfavorable para él. Por ello, lo suyo es esperar dos años y que la derecha no sea capaz de completar la movilización del voto útil, construyendo una alternativa sólida. Quizá pueda soñar que, desgraciadamente, la derecha no sea capaz de construir una alternativa sólida y superar todos los recovecos de la ley D’Hondt.
Sánchez no va a hacer nada distinto de lo que ha hecho en la mitad anterior de la legislatura. Su reciente reajuste de Gobierno muestra una estrategia repetitiva y agotada. La coalición de Gobierno permanece numéricamente inmutable y las negociaciones con el separatismo son tan oscuras como siempre. Solo un gesto, los indultos, separan la primera de la segunda parte de la legislatura. Un gesto imperdonable para los más e insuficiente para los menos. En un país con más estilo democrático su situación sería para dudar que un Gobierno tan averiado pueda agotar lo que resta de legislatura. Pero no debe olvidarse que la doctrina práctica de Sánchez es resistir a toda costa. Este gobernante humillado internacionalmente y desprestigiado ante su pueblo, es capaz de prolongar las tensiones internas y externas de tal suerte que siga manteniendo el apoyo de quienes, dentro o fuera, calculen que siempre les irá mejor en sus estrategias si a los principios e intereses de España les va peor. Y peor que con Sánchez es imposible imaginar el curso de la política española.
La oposición a la que se atribuye un futuro triunfo sobre el conglomerado sanchista no sabe bien lo que quiere salvo en la mente del cuadro de mando actual del PP cuyo único objetivo obsesivo es que la situación desemboque en una inevitable llegada a la Presidencia del Gobierno de Pablo Casado por su condición de presidente del Partido Popular con una mayoría sensiblemente acrecentada en las encuestas. Es un anhelo natural pero no es un objetivo exportable fuera de un círculo incondicional. Es una tesis basada en los deseos de su autor consistente en dar por hecho que Ciudadanos se reducirá a una insignificancia voluble y VOX se reducirá a niveles de subordinación inevitable. Puede ser un error de visión dar por seguras ambas probabilidades y otras que pudieran surgir.
El candidato capaz de aunar una mayoría absoluta que derrote a Pedro Sánchez no puede alimentarse con ilusiones ópticas. No es descartable que el candidato que desplace a Sánchez pueda ser Pablo Casado u otro u otra. Lo inevitable es que ese futuro candidato piense en triunfar sin estudiar a fondo el paisaje y sin contar con que el peso superior de la opinión pública que se está manifestando en las encuestas frente a Sánchez no está formado por la afiliación a un partido sino por la animadversión y cansancio frente a una izquierda sometida a una gestión personalista vendida a los compromisos con el separatismo y el extremismo populista. No está nada claro que el acentuamiento de las diferencias con VOX sea el camino para reducir esa tendencia y no para revitalizarla. La existencia de una base amplia de rechazo al sanchismo es más amplia que la fe en las propuestas exclusivas del Partido Popular y, por tanto, la capacidad de un liderazgo de cambio general de tendencia no debe referirse únicamente a las filas de dicho partido sino a la proyección popular de su candidato en la sociedad evolucionada y rejuvenecida de los tiempos del post Covid.
Sobre esta opinión pública Sánchez tratará, probablemente, de renovar un mensaje de izquierda más radical y populista. Con el Estado desarmado por la irresponsabilidad del sanchismo, la economía en crisis y los separatismos envalentonados, el escenario puede resultar más duro y difícil de como aparece en las actuales encuestas. Un sistema descompuesto por las concesiones de Sánchez y desconfiado del inmovilismo que se atribuye injustamente a la derecha en general puede derivar hacia fórmulas desorientadas o peligrosas no valoradas como tales en el presente.
El periodo preelectoral que nos espera va a ser un duro encuentro en el que participarán nuevas generaciones desorientadas y viejas generaciones desencantadas. No será la civilizada concordia de los días de la Transición sino una lucha sin cuartel por un futuro distinto. Por ello debemos intuir que, dentro de pocas semanas, entraremos en una época preelectoral histórica cuyas circunstancias no podemos, a día de hoy, dar por supuestas con la sola lectura de las encuestas.