Gabriel Elorriaga F.
(Ex diputado y ex senador)
El tan denostado Iván Redondo, director del gabinete del presidente del Gobierno, me despierta cierta simpatía en cuanto colega en este tipo de tareas. Yo no tuve el honor de asesorar a un presidente del Gobierno pero fui director del gabinete de un ministro, entonces preeminente, durante los siete años de su gestión, que fue Manuel Fraga Iribarne. En aquellos tiempos me toco contribuir a hacer viables esos objetivos políticos que van más allá de la función ordinaria de gestión que cumplen los distintos órganos administrativos de cada departamento ministerial. En aquella situación, los altos objetivos del ministro de Información y Turismo fueron tres. Una Ley de Prensa e Imprenta, aún vigente, capaz de acabar con una censura previa y el control del nombramiento de los directores de los medios que impedían el desenvolvimiento de una información libre. La promoción de las empresas y actividades turísticas capaz de convertir una actividad de iniciativa privada en la industria más próspera de la economía nacional. La aceleración de los pasos que harían posible una Transición sin traumas con la presión favorable a la designación de don Juan Carlos de Borbón como sucesor “a título de Rey para en su día” y la popularización de su imagen. Cumplidos los tres objetivos, nos dedicamos, ya fuera del aparato gubernamental, a establecer los cimientos de lo que terminaría siendo el partido político mayoritario de España a través de los tramos Reforma Democrática, Alianza Popular y Partido Popular.
Iván Redondo es de suponer que tiene sus propias ideas sobre cuál debe ser el camino de un Pedro Sánchez que ha llegado a tan altas responsabilidades. Pero sería desconocer a Pedro Sánchez creer que tiene un camino distinto a la estrecha senda de su continuidad en la Moncloa. Me decepciona que esta especie de colega llamado Iván Redondo no pueda desarrollar otro proyecto que la continuidad de su jefe en donde está instalado, a cualquier precio o de cualquier manera. O “tirarse a un barranco por su presidente” si pierden la dirección salvadora. Quizá sean ideas suyas la NASA española o las hipótesis sobre cómo será España en el 2050. Quizá no tenga que ver nada con los disparates de González Laya en política exterior. Quisiera pensar que este Iván Redondo nos prepara alguna sorpresa, además de su disposición a despeñarse, como anunció en su última comparecencia en el Congreso. La imagen del barranco es una visión pesimista, impropia de un experto en comunicación política. Si lo que quiere es manifestar una lealtad incuestionable, propia de quien asume voluntariamente un cargo de confianza absoluta, no era necesario invocar esa clase de suicidio pedestre como es “tirarse por un barranco”, no sabemos si solo o acompañado de su jefe. Para imaginar un final de esta naturaleza no era necesario un director de gabinete con pretensiones de asesor de “El ala oeste de la Casa Blanca”.
Da la impresión de que su subconsciente lo ha traicionado. Por muy figuradas que sean sus alegorías, eso de decir lo de despeñarse y que “lo hago aquí ahora y mañana” es exagerado porque está claro que en el Congreso no hay barrancos y mañana suena al “hoy no, maaañana” de José Mota. “Voy a estar con él hasta el final” lo mismo quiere decir hasta el final de la legislatura que hasta el final del contrato, como Zidane en el Real Madrid.
Hablar de “el final” en casa de Sánchez es como mencionar la soga en casa del ahorcado. Al borde de prevaricar indultando o de indultar prevaricando, no es reconfortable manifestarse tan indispensable. Lo único indispensable para Pedro Sánchez, son hoy los trece escaños de Esquerra Republicana de Cataluña para afianzar su estabilidad parlamentaria y no los tristes lamentos de un director del gabinete que piensa en cómo se procede al borde del abismo. ¡Ten cuidado, Iván Redondo! Acuérdate de Séneca desangrado en su bañera, buscando una muerte benigna antes de que le obligasen a despeñarse por el barranco de la Roca Tarpeya.
En el PP dicen que Pablo Casado no necesita un Iván Redondo pero, en tres años, ha cambiado tres veces de jefe de gabinete, a la búsqueda de un empujón ideológico. Dicen que no quiere “humo de marketing” pero la impresión es que quizá es lo único que le falta para poder ponerse lo que llaman “la chaqueta presidencial”. Esto no quiere decir que le recomendemos a Iván Redondo cuando este llegue “al final” de su contrato con Sánchez. Iván Redondo lo que necesitará es un indulto individual, como los que Pedro Sánchez prepara para los catalanes sediciosos en fecha indefinida. “Ahora mismo ninguna”.
Redondo no inventó a Pedro Sánchez y no es culpable de que este pueda seguir en la Moncloa a cualquier precio y engañando a todos. Redondo es un servidor justificado por la ley de obediencia debida al que solo se le pide adornar el relato de los hechos de Sánchez de la forma más decorativa. Es un asesor genuflexo que se enroló en un barco pirata sin conocer su rumbo y quizá confiando en que el Estado tenía suficientes juristas capaces de impedir que un presidente circulase por las curvas peligrosas de la prevaricación y la mentira persistente. Sería injusto que Iván Redondo se convirtiese en la cabeza de turco del fracaso de Sánchez mientras los juristas del equipo lleven al tinte a limpiar sus togas de la menor mácula. Redondo no es un cómplice de la sedición ni un traidor de melodrama. Es, sencillamente, un “pelotillero” del poderoso a quien está próxima a estallarle su pelota de colores inflada de aire. Habría que pedir, en su momento, el indulto para Iván Redondo para que pueda seguir en su oficio de decorador de imágenes políticas. Probablemente cumpliría la norma de pedir su indulto personal y no amenazaría con repetir los delitos cometidos en su nombre. Habría que perdonarle y buscarle nuevo empleo en algún club con más futuro.