Pedro Sande García
El calendario oficial que rige nuestro tiempo debería marcar el mes de septiembre como el mes en el que comienza el nuevo año. Si así lo hiciésemos no respetaríamos la
cronología lunar pero no creo que ello fuese un atentado contra nuestro entorno natural, las agresiones contra el ecosistema ya las perpetramos en nuestro convivir diario sin necesidad de alterar el pulso natural del tiempo.
Septiembre es el mes de las ilusiones, el mes de la esperanza y el mes en el que ponemos a cero el contador de nuestros proyectos. Septiembre es el mes en el que no solo la naturaleza se prepara para la hibernación, también es el fin del desenfreno estival de nuestras vidas y cuando nuestra existencia comienza un nuevo ciclo de normalidad. Septiembre es el mes en el que nos preguntamos que nos va a deparar el nuevo año.
Todas nuestras preguntas y todas nuestras dudas son las nos llevan a planificar nuestras vidas para la nueva temporada, esa planificación es reflejo de nuestro egoísmo, solo nos interesa que nos ocurrirá a nivel individual o en el reducido grupo familiar. Nunca pensamos en el futuro como grupo, y es de ese futuro, del futuro de la manada, del que quiero hablar.
Si echamos un vistazo a nuestro alrededor hay dos temas que marcarán nuestra
agenda en el corto plazo, aunque hay muchas posibilidades que sigan marcando el futuro en el medio y largo plazo: el rey emérito y el coronavirus. Temas que ya traté en
anteriores artículos y de los que solo me queda decir, parafraseando a los defensores de la institución monárquica, que tendremos «larga vida» tanto para el coronavirus (siento hacer esta aciaga premonición) como para la institución monárquica. Existe otro corto plazo, el que alimenta el ruido mediático inmediato pero que nunca se alargará más allá en el tiempo, ahí los temas candentes son la negociación de los presupuestos y los culebrones del comienzo de la temporada futbolística. Podrán observar ustedes que no he añadido otros culebrones, los que siempre están en la actualidad diaria, los que airean a gritos la existencia de alguno de nuestros congéneres, a ellos dedican miles de horas los medios de comunicación. Son, junto a los informativos, los programas que tienen mayor audiencia en la parrilla televisiva y por lo tanto forman parte de nuestra normalidad, de la de antes y de la de ahora. En el corto plazo pueden añadir ustedes todas las miserias que diariamente recorren nuestro planeta.
Con este panorama me atrevo a decir que el futuro, a nivel colectivo, nos depara la misma normalidad que el pasado. Una normalidad donde el calificativo que prevalece es la vulgaridad. En este momento muchos de ustedes dirán, yo mismo lo pienso, que no se sienten parte de ese vulgo y enumerarán los originales proyectos que a título individual tienen previsto acometer en el año que empieza. Esto demuestra que la suma de individualidades genera una extraña mutación y se convierte en una colectividad diferente de lo que podríamos intuir. El resultado es algo inmutable,
salvo que el coiv-19 lo corrija, y poco importa que no entendamos esa extraña
metamorfosis.
No debemos desesperar, al fin y al cabo nuestra realidad diaria la percibimos a nivel individual y esa siempre la barnizaremos de optimismo, lo que es otro ejemplo de que los objetivos del grupo no están entre nuestras prioridades. Como colectivo, lo que el futuro nos depara es lo mismo de siempre: larga vida al rey emérito, larga vida a los Messi, larga vida al griterío y en general larga vida a todo lo mediocre que como grupo formará parte del nuevo año.
Pensarán que no soy muy optimista y que en su caso sus objetivos individuales no son ni vulgares ni mediocres, yo pienso como ustedes.
¿Qué deberíamos hacer para cambiar nuestros objetivos como grupo? para contestar este interrogante previamente debemos contestar a otra cuestión ¿Queremos
dedicar parte de nuestros esfuerzo a cambiar los objetivos colectivos? Si queremos
hacerlo debemos ser conscientes de que parte de nuestra individualidad la debemos
poner al servicio del grupo, es la única manera de ganarle la batalla al virus, en este caso al virus de nuestra realidad.
Mientras tanto, para saber que nos depara el futuro como grupo solo tenemos que mirar al pasado. De momento lo importante son nuestros objetivos individuales, pensar en ellos nos genera el optimismo necesario para olvidarnos de aquellos que dejaremos de cumplir.