Por Gabriel Elorriaga F.
Hay que tener la epidermis blindada para atreverse a anunciar en San Millán de la Cogolla que el Gobierno contará con un grupo “de alto nivel” para colaborar en la gestión de los fondos de recuperación de la Unión Europea, después de descubrirse el embuste del comité de sabios epidemiólogos de Fernando Simón, desde ahora conocido como “los protocolos de los sabios de Simón”. Hubo, en tiempos pasados, un libelo titulado “Los protocolos de los sabios de Sión” que sirvió a sucesivos regímenes autoritarios para perseguir a los judíos como reacción ante sus misteriosos planes para dominar el mundo. Pero los protocolos de los sabios de Simón solo han servido para diluir decisiones en la gestión de una pandemia y aliviar, con complicidades imaginarias, la carga de errores de quien ostentó y ostenta la presidencia de la política española.
Hay olvidos, disimulos, disfraces que el tiempo perdona como faltas veniales producto de la improvisación o de la propaganda política. Pero hay protocolos imperdonables que descalifican para siempre la credibilidad de un Gobierno. Tal sucede con este famoso “comité de expertos” que, según el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, aconsejaría las últimas decisiones sobre el programa de desescalada de los territorios españoles diezmados por el coronavirus. Un “grupo de sabios” -once, ni uno más ni uno menos- según afirmó el director del Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias doctor Fernando Simón, que ha resultado ser el más desvergonzado mentiroso como cómplice voluntario del presidente del Gobierno. “Estamos siendo asesorados -decía en la pantalla- por expertos de una extraordinaria calidad desde el punto de vista científico”. Pero resulta que el único experto de extraordinaria calidad era él mismo y, lo más sorprendente, es que lo sigue siendo. El presidente del Gobierno pretende que su larga legislatura, a ser posible prorrogada, sea compatible con la acumulación de mentiras en tiempos de crisis. Pero que esta patología haya contagiado a sus subordinados tan intensamente es difícil de comprender. ¿Qué razón obliga a una persona que no pertenece al partido gobernante ni ha sido nombrado por el actual Gobierno a inventarse el cuento de los once sabios y mantenerlo a través de los meses como un secreto sagrado?.
Tuvo que ser el Defensor del Pueblo, Francisco Fernández Marugán, socialista, quien tuvo que transmitir al Congreso y a los españoles, aplicando la Ley de Transparencia y Buen Gobierno, “que no se había creado como consejo o comité” tal grupo de sabios o expertos. “No existe ningún comité de expertos encargado de la evaluación de la situación sanitaria de las Comunidades Autónomas y que decida sobre las provincias o territorios que puedan avanzar en el proceso de desescalada del confinamiento”. O sea, que Sánchez, Illa y Simón es el trío de máxima sabiduría del que ha dependido y depende la suerte del pueblo español adormecido con sus embustes. Que un país que presume justamente de una medicina de alto nivel haya sido engañado por un trío de desahogados que emplearon el estado de alarma para envolver legalmente el ejercicio autoritario del poder, amparándose en un comité fantasmagórico de “once” magos de la epidemiología a los que había que mantener secretos para que “no sufrieran presiones mediáticas”, es algo que desborda todos los límites de la fantasía. No fueron pequeñas manifestaciones o errores inevitables, Fue una coartada consciente para quitarse de encima la responsabilidad de las propias decisiones atribuyéndolas a científicos inexistentes. ¿Podrá alguien dar crédito a los argumentos de un gobierno pillado en estos protocolos de los imaginarios sabios de Simón? Ni a nivel nacional ni internacional es posible tomar en serio como interlocutor a un Gobierno que jugó de farol con el prestigio de una comunidad científica nacional sometida al silencio y sustituida por la voz de su conveniencia política.