José Carlos Enríquez Díaz
Trágicamente, el suicidio no es tan raro como se podría pensar: en 2016, el último año para el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene cifras globales, se produjeron aproximadamente 793.000 muertes por suicidio. La mayoría, de hombres. Decir que las mujeres están más dispuestas a hablar de sus problemas mientras que los hombres los reprimen es demasiado simplista. Pero es cierto que, por generaciones, muchas sociedades han alentado a los hombres a mostrarse «fuertes» y no admitir públicamente sus problemas.
El acoso al varón en forma de discriminación legal sufrida a lo largo de estos años, ha supuesto que muchos hombres no vean otra salida que el suicidio para terminar con el proceso doloroso de la pérdida de sus derechos como padre y como ser humano. Los psicólogos lo llaman “la paradoja de género en el suicidio”: los hombres se quitan la vida más frecuentemente que las mujeres. En España mueren al año así unos 3.000 varones, frente a 1.000 mujeres. Hay el doble de fallecimientos de hombres por suicidio que en carretera.
En Proverbios 19:13 dice: «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer» Se dice en son de broma que Salomón tuvo 700 esposas y 300 concubinas, porque esperaba que entre todas, pudiera encontrar una o dos de buen humor o agradables. En Proverbios 27:15 Salomón amplía la idea de 19:13 al expresar: «Gotera continua en tiempo de lluvia y la mujer rencillosa, son semejantes». Aquí se nos indica que cada vez que la mujer rencillosa, obstinada o querellante discute, deja caer una gota de intranquilidad. Cada vez que grita deja caer una gota de impaciencia. Cada vez que pelea deja caer una gota de violencia, hasta que llega el día en que deja caer la gota que rebosa el vaso y pierde su hogar.
Elena de White afirma en su libro “El hogar Cristiano:” «La tolerancia mutua es necesaria Debemos tener el Espíritu de Dios, o no podremos tener armonía en el hogar. Si la esposa tiene el espíritu de Cristo, será cuidadosa en lo que respecta a sus palabras; dominará su genio, será sumisa y sin embargo no se considerará esclava, sino compañera de su esposo. Si éste es siervo de Dios, no se enseñoreará de ella; no será arbitrario ni exigente. No podemos estimar en demasía los afectos del hogar; porque si el Espíritu del Señor mora allí, el hogar es un símbolo del cielo. … Si uno yerra, el otro ejercerá tolerancia cristiana y no se retraerá con frialdad.”
Muchas veces el daño que la mujer puede hacer a su cónyuge es causándole miedo o temor. Provocando ansiedad al encontrarse todo el tiempo alerta, pendiente de lo que pueda pasar o lo que pueda hacer la otra persona. Son habituales las amenazas:” ¡vete de casa! Como sigas llegando tarde un día me vas a encontrar muerta. ¡Me Voy a marchar con los niños y te vas a quedar solo!” La soledad de quien nunca conoció compañía podría compararse a la ceguera de nacimiento; pero la soledad del que fue marido y padre, la soledad de quien ha perdido a sus hijos y ha sido escarnecido por su mujer, es algo bastante peor. Es como la ceguera de un hombre que le han arrancado los ojos.
Seguro que más de una vez hemos escuchado: “Solo estoy con ella por mis hijos. ¡Lo juro! A decir verdad… hace años que no dormimos en la misma cama, actuamos como desconocidos, no comemos en la misma mesa, ni siquiera escucha de mí los buenos días. No le pido ni le doy explicaciones. Sí… vivimos bajo el mismo techo… pero créeme. ¡Lo hago por ellos! No sé qué hacer, no es tan fácil dejarla, tengo a mis hijos, siento que me moriría si ellos no estuvieran conmigo, son mi único refugio, las únicas personas en el mundo que me aman tal como soy.” ¡Cuántos hombres se han suicidado porque los hijos son sólo de ella y se los llevó! La responsabilidad padre, madre es de cajón. El derecho de parir no es derecho de exclusividad con lo parido. El derecho de engendrar en una mujer (esposa, amante) no es derecho tampoco de exclusividad. Por encima del mío-tuyo está el hijo, la persona humana, el valor que nadie pone, sino Dios mismo que nos lo confía. Así lo veo yo.
Lo más penoso es que las consecuencias de esto no las pagan solo los desgraciados varones, sino los cientos de miles de hijos e hijas que se ven privados repentinamente de la presencia de sus padres y los cientos de miles de abuelos y abuelas que se ven privados en muchas ocasiones del cariño de sus nietos. La ruptura en una relación de pareja es uno de los mayores factores de estrés para el ser humano, pero el fenómeno se agrava cuando hay hijos de por medio, pues ellos acaban siendo quienes cargan su mochila con el peso del rencor de sus padres, los pilares fundamentales en su desarrollo emocional.
Actualmente los Servicios de Protección al Menor ya consideran el Síndrome de Alienación Parental (SAP) como un maltrato, por ser una forma de violencia contra el menor. Así lo han asegurado los expertos Mª Paz Ruiz Tejedor, psicóloga forense de la Clínica Médico Forense de los juzgados de Plaza de Castilla de Madrid y José Manuel Muñoz Vicente, psicólogo forense del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en las conferencias sobre maltrato infantil y otras formas de violencia organizadas por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). «El niño necesita a sus dos figuras de referencia para un desarrollo normal», asegura Ruiz Tejedor, porque si no llega a crear una falsa memoria e incorporar recuerdos que no existen.
Por otro lado, la tesis doctoral de Mª Paz Ruiz Tejedor abordó las denuncias de acosos sexuales en la infancia, donde revela haber detectado un elevado porcentaje de denuncias falsas que la condujeron a la conclusión de que las denuncias también se instrumentalizan. Las consecuencias: una interrupción del régimen de visitas y la desvinculación con el padre o la madre que se puede extender en el tiempo e incide muy negativamente en la relación con el niño. Para muchos de estos padres que pueden estar sufriendo la separación de sus hijos, el camino es tenebroso, triste y la esperanza de volver a recuperar el cariño de sus hijos poco a poco se va perdiendo y se va transformando en dolor al pensar que los han perdido para siempre. Cada día para ellos es un infierno y se les va quitando el sentido de vivir. Saben muy bien que sus hijos nunca pensarían ni dirían lo que les dicen sin la influencia de sus madres, pero no pueden hacer nada. Muchas veces sin casi poder levantarse por la mañana, quedándose casi sin lágrimas, luchan diariamente para seguir, por si acaso Dios obra un milagro y cambia su historia.
El hombre maltratado también existe. No es un concepto nuevo, ni una nueva expresión, ni un símbolo, ni un ejemplo. El maltrato a los hombres es una realidad, igual de feroz que el maltrato a las mujeres. No hay diferencia. Muchos sufren maltrato psicológico o incluso arañazos y golpes, pero les da vergüenza que se sepa que su mujer les pega. Además, si se animan a ir a la policía, allí les dicen que se lo piensen bien antes de denunciar porque si la mujer dice que empezó él, el que va detenido es el hombre. Queda pendiente por tanto, la elaboración de unas leyes y la aplicación de las mismas de manera que sean más justas y equitativas en la problemática que se produce entre hombres y mujeres de manera que no perjudiquen a los hijos y que intentando dar a la mujer lo que históricamente se le ha negado no dejen al hombre en una indefensión absoluta y total.
La diferencia es que el hombre no llora, ni se queja, ni monta chiringuitos para trincar de la teta pública. Echa p’alante o se suicida. No hay término medio.
Desgraciadamente la mayoría de estas violencias ante la impotencia del que la sufre, acaba asumiendo esta desgracia o correspondiendo y contestando a dicha violencia.
Pasa a ser incontestable, desgraciar para siempre los hijos de un padre, al igual que de una madre