Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia del coronavirus, que se extiende de manera imparable más allá de las fronteras del gigante asiático haciendo tambalear nuestro mundo hiper-tecnificado y haciéndonos vivir un tiempo extraño que invita a pensar en muchas cosas.
Desde que se decretó el estado de alarma en nuestro país, formalmente cerrado y con cuarenta y siete millones de personas aisladas en sus casas, asistimos absortos a una situación en la que un pequeño virus pone en jaque la salud y la vida de los ciudadanos, la economía mundial y el mundo de la música y el arte, hoy “patas arriba” como apuntaba un titular de “La Vanguardia” ante el cierre de los espacios escénicos y el incesante goteo de aplazamientos y cancelaciones de espectáculos, conciertos, giras, festivales…lo que deja la agenda cultural desierta, en blanco, a nivel global.
El “South by South West”, festival multigénero que se celebraría en Austin, Texas, una de las reuniones sobre creatividad más sobresaliente del mundo, los grandes musicales populares, como El Rey León o Anastasia en los madrileños Nuevo Teatro Alcalá o Lope de Vega o los próximos eventos que tendríamos aquí en Ferrol en relación al “Año Beethoven”, el concierto de la Real Filharmonía de Galicia dentro de la programación de la Filarmónica Ferrolana o el pospuesto concierto del pianista inglés James Rhodes, con su renovado y revolucionario concepto de la música clásica, son variados ejemplos del panorama devastador que deja el seísmo del coronavirus en el mundo musical y que afectará incluso a la creación contemporánea.
Nos espera una primavera sin música, al menos en directo, si bien ella sigue siendo el refugio de muchos para este confinamiento, el de los que pueden interpretarla en sus casas o el de los que la disfrutan a través de las puertas virtuales, gran recurso que nos sigue manteniendo unidos.