José Carlos Enríquez Díaz
En esencia, la “hipocresía” se refiere al acto de afirmar creer en algo, pero actuar de una manera diferente. La palabra bíblica se deriva del término griego que se usa para “actor” (literalmente, “uno que usa una máscara”), en otras palabras, alguien que finge ser lo que no es.
Hay dos formas en que se puede presentar la hipocresía: La hipocresía que dice creer en algo y luego actuar de manera contraria a esa creencia, y la hipocresía de mirar por encima del hombro a los demás sabiendo que nosotros mismos somos imperfectos.
El profeta Isaías denunció la hipocresía en su tiempo: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isaías 29:13). Siglos más tarde, Jesús citó este versículo, apuntando a la misma condenación de los líderes religiosos de su día (Mateo 15:8-9). Juan el Bautista llamó “generación de víboras” a las multitudes hipócritas que venían a él para ser bautizadas, y les advirtió que “produjeran frutos dignos de arrepentimiento” ( Lucas 3:7-9.) Jesús igualmente tomó una postura firme contra la santurronería; llamó a los hipócritas «lobos vestidos de ovejas»
Si algo está demostrando Pedro Sánchez es su enorme capacidad para decir una cosa y la contraria en función de sus intereses personales y sin avergonzarse lo más mínimo, evidenciando con ello un nivel de hipocresía inaceptable en la figura de un presidente del Gobierno. Pese a que en una entrevista el 19 de septiembre, Sánchez dijo que, con ministros de Podemos en el Ejecutivo, “no dormiría por las noches”, ni él “ni el 95% de los españoles”.
Ahora, dos días después de las elecciones, los dos anunciaron un preacuerdo para gobernar juntos “con lealtad” y sin vetos. De esta forma, Pablo Iglesias podría ocupar una vicepresidencia en el futuro Ejecutivo.
No hace ni dos meses que Pedro Sánchez, durante una entrevista en Televisión Española y otra en La Sexta, aseguró que “el 95% de la sociedad española no podría dormir tranquila” con un Gobierno en el que hubiese integrantes de Unidas Podemos. El secretario de Organización socialista, José Luis Ábalos, u otras figuras del partido como Rafael Simancas, argumentaban la respuesta del entonces presidente en funciones con los riesgos de que surgiesen discrepancias sobre asuntos vitales del país durante un Consejo de Ministros formado por miembros de dos partidos distintos.
Esta mañana me he puesto a leer a Aristóteles. A recordar. A ver cómo era esto de la política, vinculado a la ciudadanía, al bien común, a la ética, la lógica, la dialéctica y la retórica, cuatro siglos antes de la Era Cristiana. Y creo que hemos extraviado todos los nortes en el camino. Hay demasiados atajos y desvíos, demasiadas contradicciones. Demasiadas declaraciones bochornosas insultando la inteligencia de los ciudadanos. Apelando a las pasiones, a las bajas pasiones incluso, más que a la razón y a los proyectos comunes. En la Edad media ser moral se convertía así en seguir la doctrina de Dios y los mandamientos de la Biblia. El cielo como recompensa o el infierno como castigo servían para motivar a la gente a ser moral. La moral, explicada de forma sencilla, sería lo que nosotros usamos para saber si una acción es buena o mala. Es como una herramienta o una guía que construye nuestra sociedad para que aprendamos cómo tenemos y cómo no tenemos que tratar con los demás. La llamada “regla de oro”: “Trata a los demás como quieres que ellos te traten”. Parece muy sencillo pero cuando la ponemos en práctica descubrimos que si nos ponemos en los zapatos y en la situación del otro, todas las cosas cambian. En la actualidad ningún partido tiene en cuenta el bien común, sólo buscan alcanzar el poder y permanecer en él. Para las políticas globalizadoras, parece que la solidaridad humana está opuesta al crecimiento económico. Así, los países dominantes a través de sus multinacionales y de sus instituciones políticas y económicas, buscan más el lucro y los intereses económicos que el posibilitar que los pobres y los marginados del mundo tengan acceso a los alimentos. Recuerdo muy bien cuando en julio de 2012, la oposición exigió la dimisión de Fabra por gritar supuestamente «¡qué se jodan!” cuando el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunció en el Pleno del Congreso un recorte en las prestaciones por desempleo.
El coste que ya tuvo la cita electoral del pasado 28 de abril, según el Ministerio del Interior, que cifra la factura pública en 138,9 millones de euros. Se trata del gasto más alto en unas elecciones generales en los últimos años. Más allá de la parálisis presupuestaria en que se mantiene sumido al país, volver a sacar las urnas el 10 de noviembre, supuso un gasto público de alrededor de otros 140 millones de euros.
Ética y política son los ojos de un mismo rostro; la política no puede operar acertadamente sin la ética. En la cultura clásica romana, de aquellos que ejercían la política con ética, se decía que tenían “decorum”; tener “decorum” era garantía de ser un político honesto, discreto y que actuaría de manera correcta y justa. En su obra Vidas paralelas afirmaba Plutarco que “el hombre es la más cruel de todas las fieras, cuando a las pasiones se une el poder sin virtud”. Y Cicerón, en su arriesgado y valiente ataque en sus “verrinas” contra la corrupción del tirano Verres de Sicilia: “Cuando los políticos no se rigen por la ética, son como hienas a la caza del poder”. La confianza de la ciudadanía en la política y en los políticos desciende cada día; pierden credibilidad y, en consecuencia, se confía también poco en el funcionamiento de las instituciones.
El problema de las hipocresías políticas es que se intentan disimular por medio de las reiteradas e incondicionales alabanzas de los cortesanos que suelen rodear al poder. En este sentido, es oportuno citar a Erasmo quien se preguntaba “¿Qué os puedo decir que ya no sepáis de los cortesanos? Los más sumisos, serviles, estúpidos y abyectos de los hombres y, sin embargo, quieren aparecer en el candelero.”