Enrique Barrera Beitia
El Tercer Reich prohibió todas las organizaciones juveniles salvo las Juventudes Hitlerianas (JJHH), y después decretó que todos los jóvenes debían integrarse en dicha organización, pero grupos de adolescentes generaron vínculos al margen del sistema, especialmente en las grandes ciudades.
“Los rebeldes del swing” es una película que reconozco no haber visto, aunque sé que ha tenido reconocimiento, y trata sobre jóvenes alemanes pertenecientes a la clase media-alta. Influidos por la cultura anglo-estadounidense, eran demasiado abiertos de mente para aceptar el totalitarismo nazi, pero también demasiado acomodados para oponerse activamente.
Nada que ver con el grupo más importante y fascinante en mi modesta opinión, los “Piratas Edelweiss”, unos 5.000 jóvenes inconformistas concentrados en barrios obreros de Colonia, Essen, Düsseldorf, Wuppertal. Oberhaussen y Duisburgo, ciudades ubicadas en la industriosa Westfalia y cercanas entre sí. Según los barrios, usaban una segunda denominación, como Sturmscharen (Tormenta), Navajos, o Pfadfinder (exploradores).
Entre 16 y 19 años no tenían edad para cumplir el servicio militar, pero trabajaban, aunque los más jóvenes tenían 13 años. Era frecuente que sus padres hubieran sido ejecutados o encarcelados por ser comunistas o social-demócratas, o que habían muerto en el frente. No se puede decir que intentaran pasar desapercibidos, porque eran fácilmente reconocibles por su pelo largo, y por vestir camisas de colores, medias blancas, pantalones cortos y pañuelos de cuello. Hacían acampadas y cantaban canciones prohibidas. La diferencia con los “rebeldes del swing”, era no sólo su extracción social, sino el hecho de que terminaron actuando contra los nazis.
Los «Piratas Edelweiss» (no sabemos por qué escogieron el nombre de esta flor) escondieron a judíos, desertores y trabajadores extranjeros que habían escapado del STO (Servicio del Trabajo Obligatorio), cometieron pequeños actos de sabotaje, como verter azúcar en los depósitos de gasolina, hicieron pintadas y distribuyeron panfletos pidiendo a los soldados alemanes que desertaran y volvieran junto a sus familias. No estaban jerarquizados y eran muy solidarios entre ellos, pudiendo decir que funcionaban en red, algo extraordinario en aquellos años.
Inicialmente, las autoridades alemanas lanzaron contra ellos a las patrullas de las JJHH, pero terminaron siendo el objetivo de un amplio operativo que terminó con la captura de cientos de piratas. Los más afortunados (seguidores pasivos) fueron rapados e internados en reformatorios, los miembros activos fueron torturados e internados en campos de concentración, y los trece cabecillas más destacados fueron ahorcados el 25 de octubre de 1944 en Colonia.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, fue una sorpresa y un bochorno que los aliados dieran credibilidad a la propaganda nazi, que los consideraban como una vulgar mafia de delincuencia juvenil. Además, los jueces del Tercer Reich continuaron ejerciendo salvo excepciones en la República Federal Alemana, y como los «Piratas Edelweiss» continuaron activos hasta 1947, hicieron ver a los aliados que su carácter rebelde era propio de la delincuencia. Fue necesario que el gobierno israelí concluyera en 1988 que habían ayudado activamente a judíos, para que empezaran a ser rehabilitados, y hubo que esperar nada menos que hasta 2005 para que obtuvieron el reconocimiento de organización anti-nazi. Incluso se ha rodado «Edelweißpiraten», una película mucho más modesta que “Rebeldes del swing”, dedicada al carismático Barthel Schink.