José Carlos Enríquez Díaz
El verdadero ateo no es el hombre que niega a Dios, al sujeto, sino el hombre para el cual los atributos de la divinidad, tales como el amor, la sabiduría y la justicia, no son nada. Y la negación del sujeto no implica, ni mucho menos, la negación de los atributos.
«Hacer el bien no es una cuestión de fe, es para todo ser humano. Hacer el bien (o lo que puede ser lo mismo, amar), tiene un gran valor para Dios. Tanto, que el amor o el bien que se haga al otro, es una acción a través de la cual Dios se siente amado» (Mt 25, 40; Jn 14,15).
De manera que para Jesús un discípulo suyo será aquel que ama (Jn 13, 35); y obras de amor las puede hacer perfectamente un ateo. Jesús, incluso, pone las obras por encima de la fe que invita u “obliga” a decirle: “Señor, Señor”. Por esto Jesús dice: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” (Mt 7, 21).
El ser humano es capaz de Dios, dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (Catecismo, 27). Y el Concilio Vaticano II indica: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva” (Gaudium et Spes, 19).
Todos los seres humanos hemos sido creados necesariamente con una relación con Dios porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Afirmaba el monje benedictino Juan Antonio Pascual en su libro, “el ateísmo experiencia cristiana de Dios”: “El sujeto divino carece de personalidad auténtica. Su existencia es meramente sugerida por el fetichismo psicológico de las ideas, que en el plano intelectual reproducen la proyección animista de los instintos infantiles. Dios se convierte entonces en el lugar geométrico de todas las ideas, y tanto más cuanto más generales sean estas. El hombre que aún no ha descubierto a Dios, tiene en el prójimo la norma axiológica más exigente de su comportamiento humano. Pero en su profundidad esta exigencia es la expresión de la inclinación constitutiva del hombre hacia el Tú absoluto. Cristo es la revelación personal de Dios. Quien cree en él, no puede prescindir de Él en su entrega al prójimo. No es que la fe sustituya al prójimo por Cristo, sino que hace vivir la entrega al prójimo en la profundidad y ultimidad sobrenaturales, como la vivió Cristo. El que cree ha de amar exigitivamente como Cristo nos amó. El amor radical y absoluto a Cristo exige a veces la renuncia dolorosa al prójimo más próximo (Mt 10:37). Pero tal renuncia no es desprecio, mucho menos negación, sino la manera originalísima e inefable de entregarse a él misterioso amor de Cristo, que resulta una paradoja de dolor y de escándalo para la mera razón.”
Los atributos divinos son propiamente las cualidades y categorías de la naturaleza, separadas de ésta por la reflexión abstractiva del hombre y personificados por mera instancia psicológica. “Dios se convierte en la imagen invertida de la naturaleza”. La realidad de Dios es la misma naturaleza idealizada. O bajo otro aspecto, pero en el mismo sentido. Los atributos divinos prexisten en el hombre. Dios es “la esencia personificada de la especie humana”
El diagnostico de san Agustín es perennemente válido. “El fin que nos proponemos es muy elevado: es Dios a quien buscamos; es Dios a quien queremos alcanzar; el en quien está nuestra felicidad. No podemos llegar a este fin sublime, sino por la humildad”.
Dios nos ha creado a todos los seres humanos por amor y para la felicidad, aunque un ateo desconozca estas verdades; nos ha creado para Él, bien lo afirmaba san Agustín al decir: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”. Dios es la máxima felicidad pues Él, al ser el Bien perfecto, la Verdad absoluta y la Belleza inefable, es todo aquello que puede hacer feliz al ser humano.
Santa Teresa explica “que es porque Dios es la suma verdad, y la humildad es andar en verdad”. Por la humildad llega el hombre hasta el fondo de su ser, en el que percibe la presencia vital de Dios, y comprende en su auténtico sentido que la verdad plena del hombre es su grandeza deifica.
El amor es la consumación expansiva de la apertura de la humildad hacia el ser absoluto, con quien la verdad y el bien se identifican. En esta identificación, Dios es aprehendido como vida. “El que ama conoce a Dios porque Dios es amor. (1 Jn 4, 7-8) Creado a imagen y semejanza de Dios el hombre es también imagen viviente, y en el amor encuentra la plenitud de su vida».
Cuando el ateo se compromete seria y profundamente en la vida humana, es inevitable que toda su inquietud sea una intensa “agonía” religiosa. La afirmación de Unamuno resulta entonces paradójicamente cierta:” Los verdaderos ateos están locamente enamorados de Dios” Los profetas bíblicos también tienen un discurso y una práctica atea, en cuanto denuncian la opresión y critican a los líderes que se someten al dios–ídolo. Los profetas criticaron duramente a los dirigentes sometidos a sistemas político–religiosos que oprimían a los débiles, afirmando que estaban siguiendo a dioses falsos, a ídolos o fetiches: “Venid ídolos (dioses), a presentar vuestra defensa; venid a defender vuestra causa –exige el profeta Isaías, que luego añade– ¡Pero vosotros no sois nada, ni podéis hacer nada!” (Isaías 41:21, 24). También los cristianos de los primeros siglos, bajo el imperio romano, fueron acusados de “ateos”, porque se negaban a adorar y reconocer la divinidad del emperador y a los otros dioses. Esto no era una cuestión limitada al ámbito religioso, sino que implicaba una forma de subversión contra el poder del emperador y su imperio. Además, dicho “ateísmo” afectaba la vida cotidiana, puesto que la fidelidad al imperio era necesaria para poder comerciar y subsistir en la sociedad romana.
El ateísmo contemporáneo no provoca una réplica de polémica, sino que exige una respuesta de testimonio. Pero este testimonio sólo puede darse plenamente mediante una fe y una vida adulta. El rehusamiento de Dios en el ateísmo contemporáneo, oculta un deseo agónico de conocerle en su realidad personal, sin imágenes y figuras que idolatran su rostro.
Dios nos quiere a todos consigo en casa, algunos por vías ordinarias y otros por caminos extraordinarios que Él conoce.
Es razonable creer que Dios ofrecerá un lugar en el cielo para los que explícitamente no se relacionaron con Él en vida.
Gracias por el artículo, José Carlos, aunque la Fe es necesaria para la Salvación, nuestros Hermanos separados protestantes y hasta algún católico, se equivoca cuando piensan que con la sola Fe se salva. Fe y obras y , en especial, la caridad, porque los demonios, como dice Santiago también tienen Fe. La Fe es la puerta, pero, si no hacemos buenas obras, el Señor nos dirá que no nos conocerá y nos cerrará la puerta del Cielo y más a los que conocemos la Fe, que nos pide mas y, desde luego por medios extraordinarios Dios puede mandar gracias especiales para que personas con Fe implícita, pero bien a voluntad y buenas obras dadas por la Gracia, se puedan salvar
Gracias por su comentario que va en la línea de lo que dice Santiago en su epístola “ la Fe sin obras es muerta”. Le invito a que medite qué pasa cuando el Señor nos sitúe ante todas nuestras obras, buenas y malas. ¿Se salvará alguien?