¿Volverá a intentarlo en septiembre o habrá nueva cita electoral?

José Manuel Otero Lastres

Los políticos de nuevo cuño que nos representan en las Corte Generales parece que tienen profundamente interiorizado que la actividad política más que «realidad» tiene que ser «apariencia«. O dicho de otro modo, que la lucha por el voto de la ciudadanía se gana no por realizar una buena gestión de los intereses generales, sino por escenificar gestos con los que consigan aparentar que son los que mejor defienden nuestros intereses.

Es, en definitiva, el traslado a la política de la cultura de la imagen. Como dice Marcelo Colussi, «hoy todo es imagen, todo es mediático… La práctica política, siempre artera manipulación de las mayorías por una minúscula clase dominante, es un show televisivo con profusión de imágenes, y no gana el candidato más capaz, sino el mejor presentado».

 Es posible que este punto de partida pueda parecer algo exagerado. Pero, a poco que repasemos las imágenes de nuestros políticos que nos trasmiten a diario los medios, comprobaremos la enorme carga teatral que tienen sus intervenciones. Sus poses y ademanes al caminar, su modo de vestir, o de comportarse en las entrevistas, ruedas de prensa y debates parlamentarios los convierte en actores llamados a interpretar un papel previamente aprendido, en el que, más que el contenido, lo que interesa es la parafernalia de la propia escenificación y, sobre todo, la representación fingida del intérprete.

Pero para no ser acusado de quedarme en el plano de lo puramente abstracto, voy a referirme a un ejemplo de estos días: la tediosa y fallida investidura. En las dos sesiones que duró, Sánchez, que iba de chico de la película, acudió al Congreso de los Diputados, con tan pocos apoyos de los otros partidos (solo un escaño del partido del «anchoeiro» Revilla) que parecía Gary Cooper en «solo ante el peligro».

Seguramente porque no entendió bien que según el artículo 99 de la Constitución iba a «solicitar» la confianza de la Cámara, exigió, sin más que se la dieran. Y ello por la única razón de que era el que contaba con más escaños, aunque en número claramente insuficiente.

Después de soltar un discurso lleno de generalidades en el que, para no molestar a los golpistas, omitió cualquier referencia al problema de Cataluña, intentó poner a los otros grupos parlamentarios entre la espada y la pared. Los del centro y la derecha tenían que darle su confianza, porque era mejor que lo apoyaran a él antes que «obligarlo» a que tuviera que obtener el respaldo de sus variopintos «socios» de la moción de censura. Y a éstos últimos porque siempre les iba a ir mucho mejor con él en el Gobierno que con cualquier otra solución, incluida la repetición de las elecciones generales.

La obra teatral que se representaba en el Congreso alcanzó su máxima intensidad dramática durante los rifirrafes del candidato con el líder «podemita», el pedigüeño Pablo Iglesias. Aquí, las imágenes iban acompañadas de la música de la Yenka: un paso para delante (coalición sí y sillones ministeriales) y dos para atrás (ahora coalición no y sillones tampoco, porque Pablo pedía mucho). En pleno nudo de la tragicomedia, el líder «podemita», al caer en la cuenta de que el verdadero obstáculo era él, se hace a un lado, no sin designar sucesora en el reparto del «botín» electoral a su compañera, y no solo de partido.

La función acabó con dos nuevos records para Sánchez: es el candidato que más sesiones de investidura ha perdido (cuatro) desde que está en vigor la Constitución de 1978 y es el que menos votos a favor ha tenido. Es cierto que puede intentar la investidura por quinta vez: tiene tiempo hasta el 23 de septiembre. Hasta entonces va a seguir en la Moncloa en el papel de presidente en funciones que parece que es lo que más le gusta porque es donde menos sufre el control de los demás representantes de los ciudadanos.

Hay quien piensa que el final de esta obra era el que estaba previsto desde el principio: nuevas elecciones  generales. Las razones para convocarlas son que el «podemismo» está en horas bajas después de haber sido ridiculizado con su obsesión por los sillones y que el centro derecha sigue dividido y desorganizado.

Sea lo que fuere, haya investidura o no, lo cierto es que la tendencia creciente a reducir la actividad política a una pura escenificación teatral puede que produzca réditos electorales, pero es tan desilusionante que está provocando un alarmante desinterés de nuestra juventud por la política y un gran cabreo en la ciudadanía que parece haber olvidado que es la única responsable de los resultados electorales

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Un comentario

  1. No sé si volverá a intentarlo, pero lo que sí está claro es que lo que más le preocupa es perder el Falcón.