Enrique Barrera Beitia
La petición formulada por el presidente mejicano Andrés Manuel López Obrador para que España pida perdón por la conquista de Méjico, ha vuelto a poner en primer plano la famosa Leyenda Negra, un debate histórico positivo, siempre que no se desarrolle en términos maniqueos.
Los mexicas (mejicanos) tenían sometidos militarmente a otros pueblos, les obligaban a pagar tributos y hacían sacrificios humanos para crear un clima de terror entre ellos. Aunque las cifras varían, todas coinciden en que no se trataba de sacrificios puntuales, por lo que es lógico que fueran odiados por totonecas, chichimecas, purépechas, zempoaltecas, tlaxcaltecas, toltecas y cholutecas, y otros pueblos sometidos.
Cuando Hernán Cortés desembarcó en el actual Méjico se dio cuenta de esta situación, y fue aceptado por esos pueblos oprimidos como la persona que iba a ayudarles a la liberación; digo ayudarles, porque todos superaron su terror y armaron a docenas de miles de sus hombres para ayudar a Hernán Cortés. ¿Alguien en su sano juicio cree que unos pocos cientos de españoles podrían haber derrotado sin más a un ejército de 100.000 guerreros aztecas? Es indiscutible el arrojo de los españoles, pero ¿bastaron unas docenas de caballos, y unos arcabuces que disparaban cada minuto?
Ciertamente, en la conquista de México se mezclan los episodios de magnanimidad para asegurar alianzas indígenas, con otros de clara índole criminal. Es el caso de la matanza de Cholula, una desproporcionada venganza como castigo a una traición en ciernes. Andrés Manuel López Obrador, por el que tengo una sincera simpatía, se equivoca en esta ocasión al identificar al imperio azteca con la totalidad de la nación mejicana. Es una doctrina indigenista que acierta al reivindicar su legado y su historia, pero se equivoca al presentar un clima de armonía roto con la llegada de los conquistadores. Era inevitable que Europa terminara descubriendo América y conquistándola, y las circunstancias determinaron que fueran los castellanos quienes lo hicieron en Centroamérica; ciertamente les animaban la codicia, pero no más que a otros europeos, y es indiscutible que los reyes promulgaron leyes protectoras, algo que no hicieron otras monarquías europeas.
De los 140 idiomas que se hablaban en México sobreviven 65, con 7 millones de hablantes; desde hace décadas se ha implantado una educación bilingüe, aunque las lenguas indígenas están relegadas a la vida familiar. En cuanto a las viejas creencias religiosas, se han sintetizado con las cristianas en la denominada religión popular, que convive con el catolicismo oficial, a veces de manera complicada como el culto a la Santa Muerte, un ejemplo de síntesis entre los dioses aztecas y mayas relacionados con la muerte, que la iglesia católica considera un culto satánico.
¿Transmitir pandemias es un genocidio?
Los castellanos llevaron los gérmenes de la viruela, sarampión, gripe y paperas provocando una enorme mortandad en una población indígena que carecía de anticuerpos. En 1545 se desató una epidemia de fiebre hemorrágica provocada por la Salmonella enterica, que mató a más de la mitad de los nativos de Méjico y Guatemala, pero hablar de genocidio está fuera de lugar, ya que implica una aniquilación deliberada.
La Inquisición española.
También va siendo hora de desmontar la leyenda negra en torno a la Inquisición española, sin duda un tribunal nefasto, pero menos sanguinario que sus homólogos centro-europeos. ¿Queremos ejemplos? Cerca de 100.000 mujeres fueron acusadas de brujería y quemadas entre 1450 y 1750, en su inmensa mayoría en el centro y norte de Europa. La inquisición española que tanto celo empleó contra falsos conversos y herejes, no desencadenó una caza masiva de brujas, aunque el puntual y conocido caso de Zugarramurdi (“sólo” 56 condenas) pueda dar a entender lo contrario.
Se creía que desde 1530 a 1700, fueron procesadas 300.000 personas, y que terminaron en la hoguera 31.000. Sin embargo, ahora sabemos que en sus 350 años de vida la Inquisición española celebró 125.000 procesos , 27% por blasfemias, 34% por falsas conversiones, 8% contra luteranos, 8% por brujería y otras supersticiones, y el resto por sodomía o bigamia, conductas igualmente sancionadas en el resto de Europa por los tribunales ordinarios. Un 2% de los procesados fueron torturados, y los finalmente ejecutados fueron entre 2.500 y 3.000.