La acepción 4 de la palabra «táctica» en el Diccionario de la RAE es «método o sistema para ejecutar o conseguir algo». Si sustituimos esta última palabra «algo» por «política»; si entendemos esta expresión en el sentido de la acepción 2 «perteneciente o relativo a la actividad política»; y, finalmente, si componemos con estos significados la frase «táctica política», al referirnos a ella estamos hablando del «método o sistema para ejecutar la actividad política». Pues bien, se suele recurrir a la frase «táctica política» para justificar una determinada decisión política, que es difícilmente entendible desde la óptica del interés general. Veamos.
Celebradas las recientes generales, acaba de ponerse en juego el artículo 99 de la Constitución y con él el trámite de la investidura que desembocará muy previsiblemente en la elección por el Congreso de los Diputados del próximo presidente del gobierno de la Nación.
Hasta ahora, el Rey ha consultado con los representantes de los grupos políticos con representación parlamentaria con vistas a proponer un candidato a la Presidencia del Gobierno, y ha propuesto a Pedro Sánchez para que solicite la confianza de la Cámara. Lo cual significa que oídos dichos representantes el Monarca considera que es el Secretario General del Partido Socialista el que cuenta con más posibilidades de contar con mayoría suficiente para ser investido presidente.
Sin embargo, al contar Pedro Sánchez con una minoría mayoritaria insuficiente (123 escaños) y al haberse pronunciado públicamente los representantes de los partidos más votados, ya sea en el sentido de negar sus votos (PP y Cs), ya en el de condicionarlos a la participación en el Gobierno, aunque sea por la vía misteriosa de la «cooperación«, sigue sin disiparse la duda de si el candidato Pedro Sánchez alcanzará la mayoría suficiente para conseguir la confianza de la Cámara. Lo cual de no conseguirse nos abocaría a unas nuevas elecciones generales.
Es evidente que la celebración de nuevas elecciones generales es contraria al interés general. El resultado de las últimas elecciones generales ofrece varias posibilidades para que Pedro Sánchez obtenga la confianza del Congreso de los Diputados. Pero para que el Secretario General del PSOE concite la mayoría suficiente para al investidura el PP o Cs tienen que abandonar la táctica política de lo que mejor les convenga y actuar de acuerdo con el interés general.
Cuando Mariano Rajoy se vio en un trance parecido al que se encuentra hoy Pedro Sánchez (aunque entonces fuera por la obstinada e incomprensible táctica del «no es no«) hubo que abandonar esta táctica política, nombrar una Comisión Gestora, lograr que el PSOE se abstuviera, y lograr con ello la votación mayoritaria para dar la confianza al entonces líder del PP. Hoy hay que actuar del mismo modo. Los que entonces solicitaban la abstención del PSOE no pueden negarse hoy a la abstención diciendo que el PP no es un partido bisagra: tampoco lo era el PSOE y, sin embargo, se abstuvo.
No desconozco que adelantar por parte del PP y de Cs el voto negativo al candidato Sánchez obligará a este a echarse en manos de Podemos. Lo cual puede significar un balón de oxígeno para el moribundo Pablo Iglesias y que se acabe recomponiendo de algún modo la distribución de los votos de la izquierda. Pero si esto es cierto también lo es que se está obligando a Pedro Sánchez a echarse en los brazos de los partidos enemigos de la Constitución, con lo que ello supone, además, de radicalización de la política en lo autonómico e impositivo.
Por eso, si en el caso de Rajoy propugnó plenamente convencido que el PSOE tenía que abstenerse para facilitar su investidura, hoy no encuentro ningún argumento de interés general y más allá de la pura táctica política para reclamar al PP o a Cs que uno de ellos se abstenga con el fin de que Pedro Sánchez -y mis lectores saben que no es santo de mi devoción- obtenga la confianza del Congreso de los Diputados y sea investido presidente del Gobierno.