Miguel Ángel López
No descubro nada nuevo si comento, como de pasada, que Ferrol es una ciudad única. Y no lo digo, esta vez, como producto de ser un orgulloso ferrolano, que también, sino porque, objetivamente, es cierto.
Dejemos aparte natalicios famosos, grupos sociales cordialmente irreconciliables o incluso arquitecturas y trazas urbanas que son, en sí mismas, el monumento icónico que Ferrol nunca erigió porque ninguno habría que lo sobrepasase… Ferrol es una como una veta de carbón que, a base de tiempo y presión, acaba convirtiéndose en diamante.
Claro que para que un diamante en bruto tenga mercado… ha de encargársele a un tallador con oficio que sepa sacarle un buen beneficio.
Ferrol es hoy la única de las grandes ciudades en las que la yerba verde aún toca el mar. En otros lugares, cementados hasta la rompiente a base de horteras paseos marítimos, edificios en primera línea de un bingo urbanístico o simples rellenos sin ton ni son…. en Ferrol uno puede aún acercarse a lo que nos da la vida, a la esencia de Ferrol, a la marsalada… caminando. Y quien dice caminando, dice corriendo, en bici, en 4×4, o en parapente o incluso con los niños, que eso sí es deporte de riesgo.
Ferrol, gracias en parte a las Baterías de Costa del Golfo Ártabro, las más imponentes y temibles del mundo moderno en la fecha de su firma (1929), dispone de una poderosa red de senderos, caminos y pistas que comunicaban los tres emplazamientos de Ferrolterra (Campelo, Prior y Prioriño) entre sí, además de dar servicio a sus dependencias y anejos. La cuarta batería de Monte San Pedro en Coruña, es el vivo ejemplo de lo que debimos haber hecho aquí con las nuestras, pero no hicimos… aún.
En pocos lugares puede uno, a 5 minutos del centro de una gran ciudad, salir a henchirse de bravío virgen durante horas, desde la bocana de la ría (Prioriño, Pieiro y Lobateiras) hasta Meirás y su faro, a cuyos piés aún horada la tierra el viejo almacén del proyector de luz de la batería de Campelo.
Si, lo que una vez sirvió para que nadie ajeno llegase, bien podría ser hoy lo que atrajese a quien queremos que quiera venir. El turismo militar, el turismo de aventura, el turismo de naturaleza, el de caravanas o el agradecido turismo familiar están ahí agazapados en las Baterías de Costa esperando unos pocos euros que le hagan recuperar el brillo perdido y conviertan el semáforo de Monteventoso en un coqueto y lujoso hotel de naturaleza lleno de historia, la quinta batería de Lobateiras o Pieiro en un campamento de verano para niños con las mejores vistas de la zona o el increíble paraje dunar de Marmadeiro en un albergue multiaventura con zona de caravanas desde donde partir a cabalgar unas olas en Esmelle, aprovechar unas ascendentes en Lagoa o snorkelar la capilla de Santa Comba.
Todo esto, y más, es lo que nos hace únicos. En otros lugares aún tienen que devanarse los sesos y dejarse las pestañas para inventar estrafalarias fiestas que extrañan a propios y desconciertan a extraños. Aquí todo eso ya está construido, todo está ahí, todo está preparado para ser recuperado con una escuela taller, algo de dinero europeo y ganas. Muchas ganas.
Solo falta saber si esto último aún existe en Ferrol, o no.