Gabriel Elorriaga F.
El teórico centro-derecha español ha perdido su ventaja por su propia fragmentación. No existe posible aplicación favorable de la regla D’Hondt a un partido que no sea el más votado. No existe posibilidad de ser el partido más votado si los electores afines están divididos en tres agrupaciones de millones de votos cada una mientras su adversario es una sola agrupación predominante seguida de un séquito de minorías recelosas de todo lo que signifique potenciar al Estado común.
Esta simple reflexión debería haber sido suficiente para que las tendencias concurrentes en una concepción nacional del Estado se afanasen por establecer sistemas de encuentro positivo en vez que entretenerse en rivalizar entre sí por una mejor puntuación relativa, en cuya entidad pierden toda eficacia millones de votos que quedan fuera de la contabilidad en escaños. Esto quiere decir que tenía que prevalecer la unidad de objetivos esenciales en vez de estimularse la división con descalificaciones, desconfianzas e incomprensiones dentro del mismo bando.
¿Cómo se puede lograr la unidad de objetivos comunes en la práctica? Desde que existe la sociabilidad característica de la especie humana no hay más que una fórmula: concentrarse en torno a un liderazgo principal. La unidad se elabora en torno a una referencia personal ya que lo que se elige es un cuerpo representativo capaz de seleccionar una opción individual de presidencia. Esta operación necesita una capacidad de convocatoria amplia y superior a las rencillas y pretensiones individuales de cada cabecilla de facción. Esta superioridad solo se logra por la mayor capacidad personal de persuasión de un líder carismático o por la mayor capacidad diplomática para tejer acuerdos puntuales.
Es en esta dirección donde tiene que afanarse el gran bloque del centro-derecha español. O encuentra a alguien capaz de concentrar a la gran mayoría de electores capaz de sumar claramente a un partido más votado, sin preocuparse de que coexistan minorías dispersas sin capacidad de decisión autónoma, o trabaja eficazmente alguien capaz de negociar con las distintas facciones minoritarias para tejer pactos de convergencia útiles y eficaces para la contabilidad electoral. Un líder carismático o un líder diplomático. Lo que no se puede es soñar con el éxito sin ninguno de los dos modelos: ni carisma ni diplomacia.
De nada sirven hoy ni sirvieron ayer los reproches entre PP, Ciudadanos y VOX. La única autocrítica valiosa es la que provoque reagrupamiento y es negativo todo lo que provoque exclusión. En la gran casa del centro-derecha español caben tanto la derecha pura como el liberalismo neto. El futuro no está escrito porque Pedro Sánchez haya logrado prorrogar su estancia en la Moncloa con escasos votos pero con una mejor estrategia en las pasadas elecciones. La base sólida de una mayoría de voto popular se ha manifestado a pesar de su deplorable tripartición frente a un socialismo que, a estas alturas, no sabe o no quiere saber en qué facción extraña se apoyará oportunamente para poder gobernar. Pero Pedro Sánchez era uno y la oposición eran tres. Es lo que tiene que variar si se desea que, algún día, cambien las tornas.