Por Gabriel Elorriaga F.
Empezó la campaña con la frase ‘Haz que pase‘ escrita sobre la cara de Pedro Sánchez. Hace ochenta y tres años, los rogelios empezaron la campaña con lo de “No pasarán” que solo sirvió para que Celia Gámez cantase el cuplé “Ya hemos pasao”. Ahora Sánchez pretende que los electores le ayuden a “pasar” para poder cantar en la Moncloa el “Ya hemos pasao”. Se subraya con ello el carácter plebiscitario de estas elecciones convocadas sin otro objetivo programático que apuntalar en la Presidencia del Gobierno a quien llegó al puesto gracias a los diversos factores críticos negativos propios de una moción de censura. Si pasa lo que Sánchez quiere que pase se producirá la caída del poder en manos de los enemigos del Estado.
Quiere esto decir que se pide el “pase” para la continuidad de la persona que menos estorbe al conjunto plural y contradictorio de partidos contrarios a la integridad territorial, la unidad de mercado y la igualdad de derechos de los ciudadanos españoles. Para ello se necesita un número de diputados suficientes para investir a un presidente lo que no equivale necesariamente a una mayoría de votos populares. Este número no es la suma de los sufragios obtenidos por cada partido sino el resultado de una aplicación de un sistema que, al pretender mantener la proporcionalidad del voto y potenciar la presencia de las entidades provinciales de menor población, favorece a las fuerzas políticas mayores en cada circunscripción e invalida los porcentajes de voto sobrantes obtenidos por las distintas fuerzas menores en cada una de ellas. España se verá maniatada para defenderse de quienes quieren destruirla mientras cientos de miles de votos se perderán en las papeletas del escrutinio.
El presidente elegido por los diputados y no por el pueblo formará un gobierno condicionado por los compromisos contraídos con los diversos grupos parlamentarios que hayan hecho posible su investidura en la Cámara. No será un gobierno del Partido Socialista ni del Partido Popular porque es poco probable que ninguna de estas formaciones tenga una mayoría absoluta suficiente. Será un gobierno escorado hacia la izquierda o hacia la derecha en el grado en que el presidente se vea obligado a pagar según el precio de los apoyos de sus previsibles aliados. En el caso de Sánchez lo previsible es que esos aliados coincidan en el propósito de quebrar el sistema constitucional vigente.
Es esencial que los electores sean conscientes de esto antes de votar por simpatías o antipatías a uno u otro partido o a uno u otro personaje. Con su voto van a hacer posible uno u otro resultado sabiendo que los porcentajes de voto por escaño no son iguales en unas circunscripciones que en otras, Que en aquellas provincias de menor población el voto a partidos que no alcancen los dos primeros puestos son votos perdidos en beneficio del adversario. Que el sentimentalismo, el castigo, la indignación, la fantasía, la revancha, la ingenuidad o las manías personales son factores inútiles en esta confrontación política.
En esta coyuntura, el presidente Sánchez tiene la gran ventaja aglutinadora de ocupar visiblemente la Presidencia del Gobierno aunque sea discutible como dirigente socialista. El pedestal del poder alza la imagen de un personaje por encima de sus méritos y hace inevitable el mayor protagonismo mediático de quien ocupa el aparato del Estado de todos los españoles frente a la imagen de otros líderes de partido que luchan por desplazarlo a la vez que compiten entre sí para mantener una ventaja que justifique su preminencia sobre fuerzas afines. Sánchez tiene a su favor su instalación en la Moncloa y la miniaturización de sus posibles y heterogéneas asistencias. La fragmentación de los partidos separatistas en grupos mal avenidos y la descoordinación de Podemos le dan una dimensión de casa común en donde protegerse grupos decadentes. Por el contrario, el Partido Popular rivaliza con otras dos fuerzas con aires de novedad y protagonismo y deseosas de lograr una influencia ascendente en el mapa político.
No existe ninguna garantía del equilibrio del conglomerado llamado “Frankenstein” en torno a Sánchez si no es a cambio de cesiones vergonzantes en relación con la unidad, la estabilidad constitucional, la economía de mercado, el europeísmo y la estrategia internacional de España. Lo que existe, por el contrario, es una tendencia natural de todo el conjunto a la derecha del Partido Socialista a coaligarse en torno a los valores positivos de una política de Estado basada en principios comunes. Vistas así las cosas, cabría esperar la existencia de una mayoría de ciudadanos inteligentes, en parte refugiada en lo que se llama voto oculto de los españoles que saben lo que les conviene votar. Pero entre lo positivo de unos y lo negativo de otros está la aritmética. Y se mire como se mire, en la derecha hay que dividir por tres mientras la izquierda se presenta como Blancanieves y los siete enanitos.
Está por ver si los españoles somos mucho más despiertos de lo imaginable y capaces de corregir la dificultosa situación divisoria y capaces de evitar que nos siga gobernando un presidente que no gusta apoyado por una suma de complementos que gustan mucho menos. La única esperanza de que “no pase” Sánchez es que la concentración de votos en favor del Partido Popular sea mucho mayor que la que vaticinan las encuestas porque los electores de la trilogía del centro-derecha voten con la cabeza y no con el corazón.