Fichajes

Gabriel Elorriaga F.

Gabriel Elorriaga

En estos días preelectorales suenan nombres conocidos y nombres inesperados para las diversas listas de candidatos: al Congreso, al Senado, al Parlamento Europeo, a los Ayuntamientos y a las Comunidades. Lo diferente es que circulan con más insistencia de lo habitual personalidades sin antecedentes políticos, con carácter de fichajes más o menos independientes de los escalafones partidistas. Estos fichajes son bien recibidos mediáticamente como síntomas de apertura hacia valores propios de la sociedad civil y como estimación de méritos profesionales en actividades diversas. Pueden ser jueces en excedencia, deportistas o entrenadores de deportistas, militares en la reserva, periodistas, fabricantes de refrescos, economistas de salón o profesores de astronomía. Sus currículos resultan más sugestivos que los de los activistas políticos y se presentan libres de sospechas de corrupción o de apego al poder, dado que nunca han tenido que moverse sobre las mareas de intereses y ambiciones políticas contradictorias. Se supone, por ello, que harán crecer el número de electores de los partidos que los fichan confiando en el efecto de nuevas caras, aunque no siempre aporten nuevas ideas.

Se repite que ya era hora de demostrar que la política no es un coto cerrado de unos personajes singulares llamados políticos y que en democracia todos los ciudadanos tienen derecho a participar en este complejo ingenio de los asuntos públicos no solo votando y opinando sino gestionando las máquinas del Estado. Los políticos puros resultan por contraste sospechosos y no se valora que conozcan mejor su oficio que aquellos otros distinguidos ciudadanos que han aprendido laboriosamente en la vida privada sus profesiones especializadas. El problema surge cuando se visualiza en la práctica que la política no es una exclusiva de los políticos pero los políticos si son una necesidad de la política.

 
Muchos de estos fichajes parapolíticos descubren tardíamente y con amargura que ni la política está hecha a su medida ni ellos han nacido para la política. Son los sospechosos políticos quienes los han embarcado en sus naves para beneficiarse de su imagen en favor de sí mismos aunque este beneficio dure pocos meses tras las jornadas electorales. Han sido utilizados como elementos decorativos en favor de una u otra causa. Lo que no quiere decir que estas causas no sean honorables ni su coyuntural aportación deje de ser un factor positivo en un esfuerzo colectivo. Habrán servido para parchear la imagen de una partitocracia desgastada con cierta vistosidad. Pero no hay que engañarse ni engañar al electorado. La política es una vocación intensiva y los políticos se hacen, se curten y se consumen en el servicio a los asuntos públicos de la misma manera que los deportistas se robustecen en las competiciones y otros profesionales en su experiencia específica. Es cierto que la vocación del político puede corromperse, como la del jurista, el sacerdote o el profesor, pero la renovación o la purga de elementos desprestigiados no se sana metiendo en danza a gente ajena a la vocación sino estimulando la aparición de otras vocaciones limpias.

Lo urgente no es fichar a personas que aprendan su oficio político manejando con torpeza de novatos la delicada mecánica de los asuntos públicos. Lo urgente es que los partidos entiendan que una de las misiones esenciales de su existencia es formar sucesivas promociones de dirigentes y representantes, Personas que han conocido desde la juventud que la administración de los asuntos públicos no funciona con la lógica expeditiva y la explotación de los recursos humanos de la empresa privada orientada a la consecución del lucro ni con la aplicación de un complicado manual de instrucciones técnicas, sino con el ritmo acompasado de un conjunto de factores humanos, tendencias ideológicas y contrapesos económicos cuyo equilibrio supone un marco de estabilidad y seguridad institucional sobre el que un pueblo evoluciona pacíficamente. Esta capacidad de servir a la evolución positiva de una comunidad, sorteando los riesgos de la Historia, es una virtud a la que es refractario quien llega creyendo que sus recetas ajenas a la política valen para ser aplicadas como la purga de Benito. El ecosistema público demanda un temperamento adecuado para ser útil. Lo primero es saber respirar en el agua de la política como los peces en el mar.

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