Según el Real diccionario de la Academia Española (RAE), la palabra cuentista tiene tres acepciones: «Dicho de una persona que acostumbra a contar enredos, chismes o embustes», «Persona que por vanidad u otro motivo semejante exagera o falsea la realidad» y «Persona que suele narrar o escribir cuentos». No es sobre las dos primeras sobre las que quiero hablar. En las próximas semanas tendremos numerosos ejemplos de ese tipo de cuentistas que llenarán nuestros lugares públicos ofreciendo, sin ningún tipo de pudor, todo tipo de promesas que en muchos casos se convertirán en mentiras y embustes.
De los Cuentistas que les quiero hablar aquí es de los narradores y escritores de cuentos, de los que, con sus palabras mágicas, convierten la imaginación en algo real. Esta es la razón por la cual, si me lo permiten, cuando hable de ellos, escriba con mayúscula la primera letra. Los primeros Cuentistas fueron aquellos que de manera oral iban transmitiendo, de pueblo en pueblo, las narraciones y las leyendas en las que los elementos mágicos y la fantasía popular envolvían los hechos históricos y mitológicos. No se conoce con exactitud el origen de los cuentos, el oral casi imposible de datar, sus inicios se sitúan, de forma difusa, en Oriente, la antigua Grecia y Egipto.
En el mundo literario, el cuento ha sido, y sigue siendo, minusvalorado. Quizás tenga que ver con esos cuentistas, aquí no usaré la mayúscula, que cita la RAE y de los que hoy yo no les quiero hablar. Existen múltiples prejuicios en torno al cuento etiquetándolo como una literatura más fácil, secundaria o de menor importancia. ¿Conocen ustedes algún escritor que se describa como Cuentista? Si a un escritor le preguntan sobre uno de sus libros y contesta que es un libro de cuentos, en muchos casos la reacción de su interlocutor será: ¡Ah, un libro para niños! Como si los libros para niños ocuparán un escalón inferior en el mundo literario, despreciando la capacidad literaria de los niños y demostrando un desconocimiento de grandes escritores y Cuentistas como los Hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Charles Dickens o Charles Perrault que en el siglo XVII, entre otros, escribió los cuentos de Cenicienta, Caperucita Roja, Pulgarcito o el Gato con Botas.
En ocasiones para evitar el «estigma» de Cuentista el escritor contesta que es un libro de relatos. Lo cual es correcto ya que el cuento se puede encuadrar en un género más amplio que es el relato, pero con ciertos matices que se deben de tener en cuenta. Si bien, como ya he comentado, todo cuento se engloba en el género del relato, pero no al revés. El cuento tiene una naturaleza ficcional que no siempre, y no necesariamente, tiene un relato. Los relatos pueden ser descriptivos, de viajes, de memorias, de anécdotas, leyendas…El cuento tiene la misma estructura que una novela: introducción, nudo y desenlace; y tiene elementos que no se requieren en un relato como son el conflicto, puntos de tensión y clímax. Lo que diferencia al relato de la novela corta o de la novela es lo mismo que limita al cuento. Simplemente una cuestión de extensión: hasta 15 folios, aproximadamente, estaríamos hablando de relato; entre 75 y 120 folios novela corta y a partir de ahí, novela. Esta es la razón por la que Alicia en el país de las Maravillas es una novela y no un cuento.
Repasando la historia de la literatura nos encontramos con grandes Cuentistas que han sido más reconocidos popularmente por sus novelas. Tras leer alguno de los libros más celebres de Ernest Hemingway, siempre tuve la sensación de que les faltaba algo, lo que no me ocurría cuando leía sus cuentos. La explicación la encontré cuando hace unos años compre un libro, escrito en 1938, en el que Hemingway recopiló sus primeros 49 cuentos y donde se encuentran relatos como Las nieves del Kilimanjaro, La breve vida feliz de Francis Mancober o Los asesinos. Les podrá parecer extraño pero lo que me dejó más impresionado de dicho libro, sin desmerecer la maestría con la que están escritos los 49 cuentos, fue el prólogo Mi Hemingway personal, escrito por Gabriel García Márquez. En él, habla García Márquez de sus dos maestros: William Faulkner, del que dice que tuvo que ver con su alma; y de Hemingway, el que más tuvo que ver con su oficio. De las novelas de Ernest Hemingway dice que «parecen cuentos desmedidos a las que les sobran demasiadas cosas pero lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y eso es precisamente lo que les confiere su misterio y belleza». Así comprendí aquella sensación de que a las novelas de Hemingway les faltaba algo, cuándo en realidad era que les sobraba. Cita García Márquez al propio Hemingway quien, al hablar de Por quién doblan las campanas, dijo que no tenía un plan concebido para componer el libro, sino que lo inventaba cada día a medida que lo iba escribiendo. Sobre este comentario de Hemingway, García Márquez dice: «Se nota. En cambio, sus cuentos de inspiración instantánea son invulnerables».
Para terminar con el prólogo, no soy quien para hacerles recomendaciones pero me van a permitir que les sugiera la lectura de este libro de cuentos, García Márquez también habla de otro maestro del cuento, Jorge Luis Borges. A él se refiere como «uno de los grandes escritores de nuestro tiempo que tiene los mismos límites que Hemingway pero que tuvo la inteligencia de no rebasarlos».
Desde estas líneas quisiera rendir un pequeño homenaje a los Cuentistas que nos hacen disfrutar con sus palabras, elevando el Cuento al lugar más alto en el podio de la literatura. Que mejor para ello que añadir a la lista de grandes cuentistas citados anteriormente, y que me van a permitir repetir: Los Hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Charles Dickens, Charles Perrault, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez y José Luis Borges, y seguro que dejándome algunos en el tintero, a Guy de Maupassant, H.P. Lovecraft, Juan Rulfo, Isaac Asimov, Antón Chejov, Alice Munro, Julio Cortázar, Emilia Pardo Bazán, Edgar Allan Poe, Haruki Murakami y Francis Scott Fitzgerald.
Para terminar con este pequeño homenaje, que mejor que hacerlo con las primeras palabras con las que el maestro y uno de los más grandes Cuentistas de la historia, Gabriel García Márquez, comienza uno de mis cuentos favoritos: El ahogado más hermoso del mundo.
«Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado».