«Basura»

Pedro Sande García

Uno de los ejercicios más apasionantes a la hora de escribir es juntar palabras, muchas de ellas solo tienen significado y no producen ningún sentimiento, y conseguir, como en un puzle, que el resultado final provoque algún tipo de emoción. Antes de comenzar a escribir este artículo, cuando decidí el tema sobre el que quería hablar, pensé que el título más adecuado sería «Plásticos». Las palabras, para darle forma a esa idea inicial, comenzaron a bombardearme como si estuviera debajo de un tormenta de lluvia y granizo: pilas, madera, aceite, jabones, residuos orgánicos, vidrio, papel, metales, textiles, cerámica, cuero, radiografías, pañuelos y toallitas desechables, jeringas, agujas, medicamentos…

Tuve que decir basta para poner freno al torrente de palabras que me estaba abrumando, y decidí cambiar el título del artículo por «Basura». Ni más ni menos que basura, lo que más produce el ser humano: 228.000 toneladas por hora, 1.997.228.000 de toneladas al año, casi dos mil millones de toneladas al año. ¿Se lo pueden imaginar?, una media de 260 toneladas por habitante y año. De esa cantidad se estima que un 30% permanece sin ser recogida ni tratada, lo que no quiere decir que el 70% restante tenga algún tipo de tratamiento. Se trata de miles de materiales diferentes, con tiempos de descomposición muy variables. Me voy a centrar en dos de ellos, una bolsa de plástico tarda como mínimo 150 años y una pila 1.000 años en descomponerse. Es decir, cualquier bolsa de plástico de un supermercado sobrevive a dos generaciones de seres humanos.

El plástico es el material sobre el que se centra la preocupación actual. Desde los medios de comunicación y las redes sociales nos llegan imágenes de animales maltratados por este maligno material y todos nos conmovemos y nos sentimos entristecidos. El plástico se obtiene, casi en su totalidad, a partir del petróleo crudo o del gas natural mediante procesos químicos y, actualmente, existe un alto porcentaje que es imposible de reciclar. Los más fácilmente reciclables no pueden serlo más de 6 o 7 veces, y no todos los plásticos reciclados son aptos para envasar productos de consumo humano. En los últimos años, en el proceso de reciclaje del plástico, se han producido importantes avances, casi todos ellos encaminados a la degradación natural de los mismos, aunque se desconocen los inconvenientes futuros de esa degradación.

Algunos de estos avances se centran en una bacteria, un pequeño microbio que puede alimentarse de plástico. No sé a ustedes pero a mí me produce pánico pensar en ello, se me ocurre el guion una película: me imagino el Pacífico lleno de multicolores y rollizos aliens que, después de haber engullido la enorme isla de plástico que flota en ese océano, se dirigen con su sonrisa maléfica, mostrando una hilera de pequeños y afilados dientes, hacia las costas en busca de deshechos plásticos. Perdonen por este pequeño inciso macabro, pero cuando leo algunas de las soluciones que se proponen para tratar los residuos que generamos mi preocupación aumenta.

Me voy a centrar ahora en otro tipo de material: las pilas, baterías y residuos electrónicos. Por no abrumarles con cifras me centraré en el caso de los teléfonos móviles. En el año 2017, a nivel mundial, había 5.000 millones de usuarios de telefonía móvil y el número de tarjetas SIM utilizadas ascendía a 7.800 millones (por encima del número total de habitantes). En el año 2016 se vendieron 1.500 millones de teléfonos móviles, cantidad que se ha mantenido estable en los dos últimos años. Con independencia de su precio, la vida media de un móvil es de dos años, sin duda como consecuencia de la obsolescencia programada y de la enloquecedora dinámica del consumo en este sector, máximo exponente del «usar y tirar». Pensemos un momento el lugar a donde va a parar gran parte de esa basura y el resto de basura que generan los residuos electrónicos. Un porcentaje muy alto, a vertederos donde no existe ningún tipo de control.

Otro tipo de «basura» es la que respiramos, la producida por fábricas y automóviles. Vivimos el inicio de una nueva etapa en el transporte, el coche eléctrico. ¿Qué ocurrirá con las baterías de los millones de automóviles que circularán por las carreteras?, actualmente en la Unión Europea solo se recicla el 5% de las baterías de litio y se estima que la duración media de una batería de un automóvil es de 6-8 años. En definitiva, parece que sustituimos un tipo de basura por otra.

Según datos publicados por la Organización Mundial de la Salud, cada año mueren 7 millones de personas como consecuencia de la polución ambiental y doméstica, se estima que en el año 2050 el número de personas que no tendrán acceso a los servicios de gestión de basuras se elevará a 5.300 millones. Los riesgos de los residuos electrónicos y eléctricos exponen a los más pequeños a toxinas que pueden afectar a sus aptitudes cognitivas y a provocar lesiones pulmonares y cáncer. En un informe con fecha de marzo de 2017 se cita que las consecuencias de la contaminación ambiental suponen 1,7 millones de muertes niños menores de 5 años de manera anual. Aterrador, y nosotros centrando toda nuestra preocupación en sustituir las bolsas de plástico por bolsas de papel.

Todo parecen buenas intenciones para tratar la basura y creo que hay que seguir buscando formas de reciclaje eficientes, pero ¿es en la basura donde está el grave problema? Yo creo que no, yo creo que el problema está en los hábitos de consumo. ¿Y que se ha hecho hasta ahora?, prácticamente nada. En el caso de los plásticos se ha empezado a cobrar en los establecimientos públicos un precio ridículo (10 céntimos de euro) por cada bolsa de plástico. Los datos confirman que se ha reducido el consumo de bolsas y que ha supuesto una mayor concienciación por parte del ciudadano, pero la pregunta es: ¿Cuál es la razón de cobrar 10 céntimos de euro? ¿No sería mejor cobrar 5 euros? de esta manera de reduciría drásticamente el consumo ya que, al fin y al cabo, el mensaje actual es «si usted quiere contaminar pague 10 céntimos de euro». También se está barajando la posibilidad de prohibir los cubiertos y las pajitas de plástico, permítanme que me ría. Parece evidente que no nos van a obligar a comer con las manos, entonces ¿Cuál será el material que sustituya a los cubiertos?, ¿la madera? Creo que no merece mucho más comentario, si tienen algún árbol a su alrededor imagínenselo convertido en pajitas, cubiertos y bolsas de papel.

En el año 1986 leí un libro de Robert Rodergas sobre Marketing y Publicidad, «En el arca no se vende». No quiero hablarles sobre el contenido del libro pero si sobre su título, una clara referencia al dicho «El buen paño en el arca se vende». No viví aquellos tiempos en los que a un abrigo, cuando envejecía, se le daba la vuelta y se volvía a usar durante unos cuantos años más, tampoco estoy proponiendo regresar a ellos. A partir de mediados de los años 70 del siglo pasado irrumpió un nuevo modelo de consumo que ha evolucionado hasta la situación actual, donde se ha sustituido el valor funcional de un producto por el valor atractivo. La producción en masa supuso que la oferta superara ampliamente a la demanda poniendo el foco en la venta y la comercialización. La última revolución, la tecnológica, nos ha convertido en una sociedad de consumo masivo y destructivo, el usar y tirar ha sobrepasado los máximos de velocidad convirtiéndonos en máquinas de triturar productos.

Los recursos no son infinitos y la capacidad del planeta de absorber la basura que generamos es limitada. Debemos seguir trabajando en un reciclaje más eficiente pero es fundamental cambiar el modelo de consumo. La obsolescencia programada es un atentado al planeta; ya no se repara, se sustituye; ya no se reutiliza, se tira.

Si no modificamos nuestros hábitos de consumo, definitivamente, convertiremos el planeta en un gran estercolero.

Para terminar, déjenme que les dé un consejo: Si están cerca del mar, de la montaña, si tienen cerca un parque, un bosque o un río, salgan a dar un paseo y respiren.

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