Gabriel Elorriega F.
Con cinismo descarado Pedro Sánchez afirmó: “El Reino Unido ha aceptado las exigencias que había marcado España y por tanto España levantará el veto y votará mañana a favor del Brexit”. Poco después era pública la carta del embajador británico ante la Unión Europea, Tim Barrow a las autoridades de la Unión Europea afirmando que el Reino Unido no entraría en negociaciones sobre Gibraltar y seguirá defendiendo los intereses de la colonia en negociaciones directas con la Unión. Nadie explicó como había sido posible que de la redacción del famoso artículo 184 hubiese desaparecido toda alusión a España tal y como había sido estipulado por el gobierno Rajoy. Unos atribuyen este escandaloso “descuido” al negociador europeo Michelle Barnier y otros a la dejadez de nuestro propio Ministerio de Asuntos Exteriores.
El presidente Sánchez y su ministro Borrell se enteraron de esta manipulación mientras se paseaban innecesaria e inoportunamente por la Habana mientras Theresa May se movía en Bruselas. Tras unas bravatas a distancia, amenazando con vetar el proyecto del Tratado y no asistir a las reuniones de Bruselas, Sánchez arrió la bandera sin entrar en combate y renunció a todo lo negociado por el Gobierno anterior plasmado en directrices ratificadas por todos los Estados miembros de la Unión. Así se desperdició un inicial proceso diplomático sin dar otra explicación a los españoles que la de que daban igual huevos que castañas.
Los españoles deben saber que donde debería estar su jefe de Gobierno y su ministro de Exteriores era en Bruselas, cerca del presidente de la Comisión Europea, del Consejo de Europa y del negociador principal del Brexit en vez de darse un paseo innecesario y aplazable por Cuba sin otro beneficio que contribuir en lo posible a blanquear la prolongación del totalitarismo castrista del brazo de su fantasmal e inexpresivo continuador Miguel Díaz-Canel. No se atrevieron a plantear al fantasma las circunstancias que padecen los opositores en Cuba sino que intentaron disfrazar con los ecos sentimentales que despierta en España la vieja Habana su inoperancia para defender los derechos humanos allí y su inoperancia diplomática aquí. Sánchez no estuvo donde tenía que estar porque lo suyo no es política internacional sino turismo aeroportuario. Demostró una irresponsabilidad monumental que quedará grabada en la historia del secular litigio entre España y el Reino Unido que mide la calidad patriótica de los gobernantes y la talla de sus ministros de Asuntos Exteriores. Ha permitido el cambio de una directriz preestablecida por unas cartas sin valor jurídico. Es un asunto tan ridículo que no merece que lo clasifiquen grandilocuentemente como traición o cobardía. Es, simplemente, una muestra de incompetencia y estolidez de quien ostenta el cargo de presidente del Gobierno de España en estos días.
A los españoles se les debe recordar que lo que estaba en juego -y lo seguirá estando- era la simple realidad de que al dejar de ser el Reino Unido parte de la Unión Europea sus únicas fronteras terrestres con la U.E. vuelven a ser la de Irlanda y el istmo de Gibraltar en España y, por ello, inevitablemente, tendrá el Reino Unido, en uso de sus competencias, tratar con Irlanda y con España si pretende mantener el “tráfico fluido” que se considere conveniente por cada una de las partes. Es decir, que, al confirmarse el divorcio, las mencionadas fronteras terrestres se convierten en fronteras “duras” o se dulcifican por razones de conveniencia estimadas por las partes interesadas. En el caso de Gibraltar España tiene que considerar el tratamiento adecuado que se le da a un punto estratégico en la economía y la defensa de la geografía peninsular y del tráfico financiero de Europa y se comportará proporcionalmente al grado de colaboración bilateral que pueda establecer con Gran Bretaña. Lo que es impensable es que cambie el modelo de relación política y económica entre el Reino Unido y España en cuanto miembro de la Unión Europea y la frontera de Gibraltar permanezca intocable como coto de un paraíso fiscal incontrolable e inalterable. No se trata de la eterna reivindicación española ni de la descolonización apremiada por Naciones Unidas. Se trata de la consecuencia puntual de una decisión de cambio por iniciativa británica a la que tiene que responder España digna y seriamente y no con mentiras y bravatas.