La frase atribuida al Canciller de Hierro, Otto von Bismarck, en la que se declaraba “firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo al llevar siglos queriendo destruirse a sí misma sin conseguirlo” podría contener una gran verdad.
Pronunciada a mediados del siglo XIX, España pasó desde entonces por monarquías, repúblicas, guerras carlistas, pérdida de las últimas provincias ultramarinas, guerras africanas, guerra civil, una dictadura casi cuarentona y una democracia ya cuarentona, que sufre ahora un golpe de Estado separatista.
España sigue. Con gobernantes catalanes pagados por los españoles a los que desprecian y que peregrinan por el mundo pidiendo que expulsen al país de las organizaciones internacionales.
Sin embargo, España tiene muy buena imagen, como acaba de reiterar el Real Instituto Elcano, quizás al haber tenido poco eco el informe reciente del Country RepTrak, del Reputation Institute: lo bueno de España lo callamos los españoles.
Aplicando a los países las técnicas de investigación que señalan la imagen de las empresas en los mercados, el Reputation Institute estudia la notoriedad de los 55 países con mayor PIB del mundo: resulta que España aparece con la decimotercera mejor imagen, por delante de Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia.
Si para las empresas privadas esta calificación influye en su crecimiento, inversión y atractivo, la miso ocurre con los países.
Las campañas del separatismo catalán no han tenido efectividad internacional ni han dañado la economía del conjunto –aunque sí a la catalana—, ni a su imagen general, ni a la cultural, ni a sus valores, el principal la lengua, ni a la política exterior, en la que el país está mejorando su influencia.
Una buena imagen que, masoquistas, nos gusta proclamar que es mala.