La novela Patria me parece una ofensa. No puedo callarme.

María Fidalgo Casares. Doctora en Historia

Pertenezco a una familia vinculada a las Fuerzas Armadas. Tengo amigos en Ferrol a los que ha tocado muy de cerca la barbarie terrorista y en los llamados años de plomo estudié en un colegio militar. Cuando llegaba el lunes las chicas con padre en activo contaban con horror las amenazas que sufrían sus padres y la tensión de sus familias, entre ellas mi querida compañera Eva Gabeiras. Por eso, no puedo callarme.

2017, ha sido el año de Patria, de Fernando Aramburu. La reconocible portada ha poblado estaciones, aeropuertos y playas. Una campaña mediática martilleante. Abría 2018  en la cima de los libros más vendidos. Entre otros galardones, el jurado del Premio Nacional de narrativa distinguía a Aramburu  “por la voluntad de escribir una novela global sobre unos años convulsos en el País Vasco»… Pero Patria me ha parecido no sólo un bluff literario, sino lo que es peor una inadmisible afrenta moral. Una afrenta de la que no es culpable el escritor, aunque se haya beneficiado enormemente. “Yo no he escrito ‘Patria’ para juzgar a nadie”, dijo.

Porque los responsables de la ofensa son los numerosos palmeros autores de afirmaciones grandilocuentes que inciden en que “ Por fin, la verdad”, “Es el gran fresco histórico de la Euskadi del conflicto”, » La gran epopeya del conflicto vasco», «La derrota literaria de ETA»,  “Relato respetuoso con la verdad de lo ocurrido», “Va a ser el libro que explique nuestra época a las generaciones futuras”, «El relato que marcará un antes y un después en la memoria de las víctimas»... Son titulares y mensajes destacados entre decenas de otros similares publicados en El País, El Mundo, ABC y otros medios que iremos entrecomillando.

Todas estas loas incurren en un grave falseamiento por omisión, exculpación de responsables y un inadmisible ninguneo/ desprecio a las auténticas víctimas como detallo a continuación. 

Para más inri y casi sin excepción la mayoría consolidan la palabra “conflicto”, palabro menor que ofende y relativiza la masacre de casi un millar de inocentes por un grupo terrorista que ha sembrado el terror a través de la violencia, la extorsión y la amenaza.

 ¿Un bluff literario?

Mientras mentes pensantes valoraban esta novela con comparativas sonrojantes de Galdós a Tolstoi, una visión no excesivamente profunda dejaba ver en esta “epopeya” un best seller  puro y duro. Escrito de manera elemental, fácil de leer con expresiones no demasiado elaboradas y a la vez melodramáticas, llena de tópicos y estereotipos, presenta un argumento superficial disfrazado de complejo, que llega en ocasiones a ser machacón y repetitivo.

Los personajes principales son básicos y planos  y cuando cambian su trayectoria lo hacen de una página a otra, sin evolucionar. Las tramas secundarias no aportan nada al relato  –escenas morbosas inclusive–  y dan la sensación de ser un relleno para llegar a las 600 páginas y ser » un tocho»,  algo que enorgullece a los que no leen en exceso. Su estructura sencilla con capítulos muy breves produce la agradable sensación de avanzar muy rápido y estar  “enganchado al libro”. Si a todo esto sumamos  la complacencia que produce posicionarse en el lado de los buenos frente a los malos, tenemos las claves del éxito.

Inadmisible afrenta

¿Es ésta una crítica literaria malévola?. Tal vez, pero es lo de menos. El problema es que las maravillosas críticas de Patria, no sólo han valorado la calidad de la novela, es que han enfatizado hasta el paroxismo su contenido moral.

Si se presentara como una emotiva y válida novela sobre una familia vasca de un pueblo que sufre la violencia terrorista, no habría más que decir. Al presentar la novela como “el relato definitivo de la Euskadi de la época” se incurre en una inmensa afrenta:  ningunear  a las grandes víctimas del conflicto: los cuerpos de seguridad del Estado: policías, guardia civiles y militares que durante años estuvieron amenazados, vivieron con miedo, vieron morir asesinados a sus miembros y familiares con la complacencia de parte de la sociedad vasca. Sufrieron tal acoso, demoledor en todos los ámbitos, que convertiría en un mero contratiempo lo sufrido por la familia protagonista. Tendrían que haber estado presentes si se pretendía escribir una historia real sobre lo sucedido. ¿O fueron obviados del relato de forma consciente?

Entierro de miembros de la Guardia Civil.

Protagonistas cuestionables

El autor es libre de elegir lo que le plazca, faltaría más. Aramburu construye unas víctimas de extracción social baja, euskaldunas y vascas, para explicar que la violencia era tan atroz que incluso se ejercía contra vascos “del pueblo”. ¿Hay un mensaje implícito de que éstos no se lo merecían y los ricos de Neguri, policías y guardia civiles sí?, como si fuera atroz por ejercitarse contra ellos, pero no contra otros. De vascos a vascos es censurable, de vascos a maketos  tiene tan poca importancia que en esta “auténtica verdad”, como tanto han cacareado o “en esta historia global” ni aparecen.    

La parcialidad se presenta torticeramente como la totalidad, porque los protagonistas de Aramburu, en ningún caso, ni por su origen social, ni económico ni político son representativos de la mayoría de las víctimas, y por lo tanto no son extrapolables a “un conflicto global”. Es el relato de una familia puntual que sufrió la violencia terrorista, pero de ningún modo como se ha hecho –y el autor no ha desmentido con ojo clínico y comercial– se puede elevar a la categoría de epopeya universal.

La mayoría de las víctimas, que no aparecen como víctimas en el libro ni de pasada, pertenecieron a las fuerzas de seguridad del Estado. La Guardia Civil fue la más castigada con 230 caídos, seguida de la Policía Nacional con 183 asesinados, 109 militares de todas las graduaciones, algunos ferrolanos conocidos por todos y 30 policías locales. Junto a ellos 9 jueces, 3 periodistas, 10 funcionarios penitenciarios, 40 políticos y 58 empresarios. De los 58 empresarios asesinados muy pocos podrían compartir el perfil de El Txato.

Pero es más  en esta novela «tan real que duele», para mayor escarnio cuando aparecen los cuerpos de seguridad, aparecen como torturadores. Siete páginas describen de forma exhaustiva  brutales torturas:  golpes, electrodos, asfixias,  no como algo excepcional sino como una violencia metódica y despiadada.  Abusos policiales, forenses y jueces se compinchan. En este “fresco real”  la Policía no es víctima, es verdugo, por lo tanto implícitamente podría pensarse que se merecía lo que le pasó a muchos de sus miembros.

 Intelectuales

No se produce ni un solo debate ideológico de cierta profundidad que intente justificar el terrorismo. Los etarras del libro son simples e incultos. Su visión maniquea cura en salud al autor contra posibles lecturas sospechosas de su relato. Pero está dando una información sesgada.

En ETA había mucho intelectual apoyando las tesis terroristas, profesores universitarios, periodistas y cargos en instituciones  en la esfera de la izquierda abertzale que daban respaldo al aparato organizativo, y por lo tanto  fueron cómplices. En este “fresco real”  estos intelectuales no aparecen, por tanto quedan exculpados.

Setién e Ibarretxe.

Una iglesia corrompida

La iglesia vasca tiene páginas muy oscuras vinculadas al nacionalismo desde la Guerra Civil española. Las vinculaciones con ETA parecen estar claras desde los inicios de la banda. 

En el relato aparece un párroco filoetarra, pero “va a su bola”. Pero la verdad es que respondía a un engranaje eclesiástico: la Iglesia vasca con mayúsculas, donde hasta el propio obispo se saltaba los mandamientos de la iglesia que le había nombrado en aras de un nacionalismo criminal.

El obispo Setién que se refería a los terroristas como revolucionarios, negó el entierro a asesinados, pero albergaba a gestoras proamnistía, se ofreció a mediar a favor de los presos políticos, luchó por el acercamiento en las cárceles, pero ignoraba a familiares de secuestrados. Llegó a decir que “Para hablar con ETA no es imprescindible que deje de matar y fue autor de una de las frases más deleznables de la época: «¿Dónde se ha dicho que un padre deba querer por igual a sus hijos?». Tanto Monseñor Uriarte como Setién mostraron muy  poca empatía con familiares de las victimas de ETA, pero se sentían muy cerca de los de los  terroristas.

Omitir en la novela este amparo es una nueva afrenta a los cientos de asesinados que profesaban el catolicismo y para los que el mandamiento de no matarás también era vigente. En este “ fresco real”  el obispado vasco no aparece, era un cura aislado, por tanto queda exculpado.

Unos políticos inexistentes

En la época más criminal de este terrorismo había un establishment que si no  lo amparaba, no colaboraba lo que debería, por lo que en cierta manera fue cómplice. ¿Dónde están en la novela el lehendakari, los gobernadores, diputados, alcaldes y concejales? ¿No quedamos en que es “ el fresco definitivo de la Euskadi de la época?» Entonces… en esa sociedad de Patria ¿se autogobernaban los ciudadanos?

La novela no es un ensayo político, pero en una situación como ésta para entenderse tiene que haber un contexto. En todo el libro apenas hay dos citas a partidos de pasada y ni un solo párrafo a situar el panorama político. Parece que al autor no le interesa comprometerse.

 

El perdón del buenismo

SPOILER. La protagonista no quiere morir sin un perdón. Aquí está el mensaje oficial de la España del buenismo, hay que pasar página, y perdonar a los verdugos y cómplices . Pero ¿a quién le serviría un perdón obligado por las circunstancias, a trancas y a barrancas, y motivado por las relaciones amistosas del asesino con  la familia y no por arrepentimiento? A nadie,  no es creíble. La argucia literaria de presentar una reconciliación épica, cual final de traca para cerrar el libro, a nadie convence pero es muy políticamente correcta.

Pero las críticas se atreven a más: «Si alguien quiere entender lo sucedido, basta con que lea esta novela», “Va a ser un libro que explique nuestra época a las generaciones futuras”... O sea, que la verdad es que los ciudadanos vascos se mataban unos a otros y la sociedad estaba dividida, No que una brutal banda de asesinos seguidores de una ideología criminal ejecutara por la espalda a casi un millar de inocentes, de los que la inmensísima mayoría eran policías, militares y  guardia civiles no vascos. No hubo complicidad ni de la Iglesia, ni de intelectuales, ni políticos, ya que “Aramburu no ha querido dejar fuera de su foco narrativo ninguna posición”...

 Si el fenómeno Patria ha sido tal revulsivo como se ha dicho que lograría por fin la justicia y la reconciliación (y se cita al Guerra y Paz de Tolstoi y hasta los Episodios Nacionales de Galdós)  debería haber generado una catarsis paralela en los medios y en la sociedad vasca. Una autocrítica en todos los ámbitos y una asunción pública de responsabilidades y complicidades al pairo de esta Patria “imprescindible para  la superación del conflicto”. Pero nada de esto ha sucedido, ni lo han pedido los que tanto exaltaban el libro, ni tampoco el exitoso autor, pese a que «Sea un referente imprescindible, por no decir un héroe, de la conciencia histórica de nuestro tiempo”.

¿Era entonces todo lo dicho una campaña de marketing? Mucho.

«Gracias a Patria, por fin Euskadi podrá superarlo»  y nada se ha movido, salvo la parafernalia comercial de la novela. Poco caso o ninguno a los que siguen pidiendo justicia para los más de 300 asesinados cuyos crímenes quedaron impunes, como siguen quedando impunes diariamente actos de exaltación del terrorismo. Se siguen destruyendo expedientes de la ETA, se dialoga en Francia  y se planea el acercamiento de presos que ni muestran arrepentimiento, ni colaboran con información.

Para esta justicia les faltan las palabras grandilocuentes que dedican a Patria. Literariamente un éxito, moralmente, muy reprobable.

 

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2 comentarios

  1. Aunque, en general debo reconocer que es de lectura fácil, sin embargo encontré carencias en cuanto a la descripción que no respetaba una estructura clásica que permitiera un seguimiento fluido de la narración y en cuanto a no citar aspectos fundamentales como los que cita la doctora en su artículo, con el que estoy plenamente de acuerdo, que permitieran encuadrar en su tiempo y forma el relato.
    A lo largo de su lectura tuve la impresión de que en absoluto respondía a los calificativos de los que venía precedido, sentimiento que se mantuvo al terminarla. Parece que todo esto ha sido, como mínimo, un logrado montaje comercial.

    • Querido Chema. Creo adivinar que eres/eras mi amigo Chema. .querido Capitan. ..tal vez lo último que escribiste.Gracias. María Fidalgo