Juan Cardona Comellas
Desde hace unos meses el «procés» catalán se ha convertido en el problema más importante de nuestra democracia. Tal es así que han empequeñecido y casi soterrado los que nos preocupaban en lugares destacados hace poco tiempo; como son los derivados de la corrupción, la marcha de la economía o recuperar todos aquellos recortes que se tuvieron que efectuar para paliar la crisis que padecíamos y que creíamos superada.
Los políticos de una de las regiones más rica de España, con un PIB per cápita de 28.590 €, muy superior a los 23.970 € de la media española (Galicia 21.358 €; Murcia 19.411 € o Andalucía 17.651 € ), y que representa el 19% del PIB español, deciden motu propio, en un alarde de egoísmo, falto de solidaridad con otras regiones españolas, repudiando en muchos casos sus orígenes, despreciando a más de la mitad de los votantes en las últimas elecciones autonómicas y no respetando las mayorías exigidas en su propio Estatuto de Autonomía y ciscándose en la Constitución Española, decidieron emprender un tortuoso camino en solitario.
La promesa de la Arcadia feliz, predicada con entusiasmo por Más y Puigdemón, se extendió con facilidad entre la población que siempre se han creído «algo más» (hasta consideran al FC Barcelona «més que un club») renegando en muchos casos de los orígenes de sus abuelos, o de sus progenitores (como ejemplo: el diputado independentista Rufian Romero, hijo y nieto de trabajadores andaluces). En las últimas elecciones a los sesudos, serenos y mercantiles catalanes les prometieron que la independencia, entre otros beneficios, les traerían una mayor tasa de ocupación, mayor sueldo medio, mejora en las pensiones y en las prestaciones por desempleo, más control sobre la corrupción, una democracia de mejor calidad y otras bondades por el estilo. Según el expresidente Más, «el astuto», los Bancos se pelearían por radicarse en su territorio y las grandes empresas se quedarían y aumentarían sus inversiones. La Unión Europea les admitirían ipso facto y no habría problemas de financiación bajo el paraguas del Euro. En el terreno de Defensa el problema estaba resuelto: mientras no tuviesen unas fuerzas armadas propias contarían con la OTAN y la ONU para que los defendieran (similar a las misiones empleadas en Kosovo), harían del puerto de Barcelona una base de submarinos atómicos chinos y como corolario final: La República naciente sería uno de los países más ricos per cápita del mundo.
No ha pasado mucho tiempo desde la proclamación de la República Catalana, de tan efímera vida —batió con mucho los ya brevísimos periodos conseguidos por los prohombres Macià y Companys en 1931 y 1934—. Los resultados cantan: Ningún país reconoció al naciente Estado, la Unión Europea no quiere ni oír nada que suene catalán, a la OTAN y a la ONU no se le espera, el bono catalán continua con su calificación de «bono basura», China no han constituido su base naval, se ha perdido la sede de Agencia Europea del Medicamento, los bancos catalanes han trasladado sus sedes a otros lugares de España ante el pánico que produjo la retirada de fondos y cierre de cuentas, 2.600 empresas más han abandonado «El Dorado Estat», las anulaciones de reservas turísticas son de época, el consumo ha descendido y las ventas de los pequeños comerciantes se resienten. Con este bagaje los separatistas siguen y siguen con su cantinela, ahora toca acusar a la aplicación del 155 de todos sus males y al malvado estado central que quiere humillar al pueblo catalán y esta propiciando el hundimiento de su sufrida sociedad.
La solución a todo este problema no parece fácil, no se arregla con unas simples elecciones. A los separatistas «de pro» es imposible convencerles, la aplicación de la Ley (Dura Lex) ante el temor de poder perder sus patrimonios puede que pospongan momentáneamente sus aspiraciones. Hay que actuar desde la base sobre todos aquellos que se ha «apuntado» al bando secesionista últimamente, haciéndoles ver la verdad, mostrado claramente quienes eran los que robaban, recordándoles el concepto de «El imperio de la Ley» y las consecuencias de su quebrantamiento. Dar un cambio radical en la educación (incluida la preescolar) evitando el adoctrinamiento del «odio hacia España y lo español» y reponiendo la Historia a sus justos términos retirando de las publicaciones el título de reino a los díscolos condados y devolver la nacionalidad a Cervantes, a Santa Teresa y a Colon. Es importante una mayor implicación en la vida ordinaria de los catalanes no secesionistas y esperar una mejora importante en la comunicación del Gobierno Central, tanto en el exterior como en el interior, mayor firmeza en sus decisiones, aparcar los intereses particulares de pactos con quien no tiene en sus objetivos la mejora de España, sino todo lo contrario y modificar las Leyes que refuercen al Estado ante dislates secesionistas. Si no somos capaces de llevar a buen puerto estas sencillas propuestas… esto huele mal, muy mal con muy mal pronóstico.
Juan Cardona Comellas 22/11/2017
Estupendo y centrado artículo de Cardona .Además de su certero análisis de la crisis Catalana , su ponderación y razonados argumentos para la solucion del conflicto , nos hace pensar que gente asi es la que se necesitaria en la politica española.
«Otro gallo nos cantaria».