MANU AMOR
Las ha vivido de todos los colores. Ha sonreído cada victoria y llorado cada derrota, sufrido en sus carnes la montaña rusa de emociones que suponen un ascenso y un descenso. Han pasado jugadores, entrenadores, directivos e incluso presidentes por cada una de las últimas nueve temporadas en el Racing de Ferrol. Pero ahí, siempre, estuvo Pablo Rey. Lidiando ante el Mesón do Bento, el Narón Balompé o el Betanzos y también en Cádiz, en Huesca o en Santander.
Su deslumbrante talento desde el enganche llamó la atención del Espanyol allá por el 2003. Las cosas, quizá, no salieron como a él le hubiera gustado. Tras un par de años, volvió a Galicia. Varias temporadas en el vecino Narón, una en el Negreira y un breve exilio en Linares antes de retornar a A Malata. A defender el escudo de su vida.
Tuvo múltiples ofertas para abandonar Ferrol. En épocas buenas y en otras no tan buenas. Muchas para jugar en Segunda y otras, como la del Real Oviedo, cuando el club carbayón se encaminaba de manera contundente hacia la categoría de plata. Pero prefirió sacar del barro al equipo de su corazón. Un capitán de leyenda.
Sufrió el descenso del 2010, el vergonzoso octavo puesto en Tercera del 2012 y protagonizó, 12 meses después, la brillante vuelta al bronce encuadrado en un equipo memorable. Barreiro se marchó al Alavés, Dani Rodríguez al Racing de Santander, Pumar al Murcia. Pero Pablo siguió en el barco.
Sus sinceras lágrimas en Astorga. Las de felicidad frente al Laudio. Puro sentimiento. Cientos de duelos en un templo que le adora y que el domingo, cuando salte al terreno de juego ante el Deportivo Fabril, le rendirá un sentido homenaje.
Te lo mereces, Pablo.