La Unión Europea (UE), como se suele decir, es una Organización Internacional (OOII) sui generis, aunque a mí me gusta llamarla, con cariño, “rara”.
La UE es una mezcla de dos conceptos a priori contradictorios: federación (entendiendo por tal, integración) y confederación (lo que llamamos intergubernamentabilidad). Me explicaré mejor, con respecto a algunas competencias nos situamos en el concepto de integración siendo el ejemplo más claro el Euro y, en cambio, en otros aspectos, solamente cooperamos, es decir, los acuerdos se adoptan a nivel intergubernamental (el ejemplo más claro es la política de exteriores y de defensa de la UE y en concreto la política de inmigración y asilo).
Y esto, ¿por qué? Porque la soberanía reside en los Estados y, por tanto, ellos deben “ceder” su ejercicio a otro ente político. De este modo, mediante el principio de atribución, los 28 Estados miembros (si, seguimos siendo 28) se ponen de acuerdo para ceder el ejercicio de su soberanía a la UE. Hay materias que les interesa hacerlo y otras que no.
Esa es la razón por la que es muy difícil entender la estructura de la UE y sobre todo, quién es el/la último/a responsable de las decisiones que se toman porque dependerá del tipo de materia del que estemos hablando. Vivimos en una contradicción, porque hemos rebasado la línea de la típica relación internacional entre Estados soberanos y nos hemos embarcado en otra cosa que va más allá: la UE es un conjunto de Estados soberanos que conscientemente deciden ceder parte de su soberanía para que un ente político superior organice la convivencia entre todos sus miembros. Pero en parte, les da miedo concluir ese proyecto porque la cesión de la soberanía total tendría como consecuencia la creación de un mega Estado federal creado a partir de Estados-nación soberanos (por primera vez en la Historia de la humanidad) y al mismo tiempo, éstos perderían como tales capacidad en la toma de las decisiones que ya estarían en el nivel superior.
Pero yo me pregunto, ¿no estamos ya en ese nivel? Cuando intentamos hacer frente conjuntamente a la “crisis de los/as refugiados/as” cooperando para tomar decisiones en conjunto (como la política de cuotas) y, posteriormente, en base a nuestra soberanía estatal no cumplimos los acuerdos adoptados. ¿Quién falla? ¿La UE o los Estados miembros cegados por el poder soberano que tienen como tales, recelosos y cobardes de ceder el ejercicio en la toma de decisiones ante una situación que nos desborda como Estados?
Generalmente, “la culpa se la echamos a la UE” pero no tenemos en cuenta de que la UE no puede hacer más de lo que hace porque esta competencia es una competencia que los Estados mantienen dentro de su soberanía, no la ceden a la UE y no están dispuestos a hacerlo. Por tanto, la responsabilidad está en los Estados que no resuelven este problema a nivel intergubernamental ni tampoco ceden, ante esta realidad, esta capacidad a la UE.
En definitiva, la UE es una incomprendida por ser diferente a todo lo conocido que es, al mismo tiempo el pushing ball al que todo el mundo, ciudadanía europea y Estados miembros culpa, pero que nadie comprende ni intenta comprender: los/as primeros/as, porque se encuentran ante una empresa difícil de entender que nadie se ha parado a explicarles y, los segundos, porque no quieren invertir energía en explicar qué es para poder culparla de todo aquello en lo que fracasan como tales Estados-nación. Y así vivimos, en una contradicción y ante la maravillosa empresa de crear una democracia transnacional por primera vez en la Historia, como dice Javier Cercas “la Unión Europea no sólo sigue siendo el proyecto político más ambiciosos del siglo XXI, nuestra única utopía razonable, sino lisa y llanamente, la gran esperanza de la democracia en el mundo” (discurso pronunciado ante el Parlamento Europeo con motivo de la entrega del premio al libro europeo por El impostor”).
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