Las comparaciones, casi siempre, son odiosas

Carlos J. García

Para poder evaluar los aspectos estéticos de algo es necesario tener referencias de objetos similares para poder comparar y en tal caso, sin duda alguna, nuestra opinión será más ajustada y con mayores y mejores argumentos, al margen de los puramente subjetivos que influyen mucho.

Evidentemente este principio es válido también para hacer una valoración de una ciudad, que en mi caso, hoy, la hago de la nuestra. Les comentaba en este mismo medio hace un par de meses, cual era mi opinión sobre nuestro querido Ferrol, opinión que mantengo, sigo defendiendo y me reafirmo en que Ferrol es una ciudad, en definitiva, muy bonita. Pero también me doy cuenta de que no todo lo que reluce, es oro. Por circunstancias he de viajar y, por tanto, visito otras ciudades, mas grandes, iguales y pequeñas que la nuestra y me doy cuenta cómo han evolucionado en los últimos años, cómo, conservando su sello de identidad, van cambiando su aspecto, y casi siempre para mejor; valorando mas sus cambios cuando regreso a casa y Ferrol me atrapa de nuevo. Me digo: Ferroliño sigues igual. Opinión que no es exclusivamente mía y que para nada, tal hecho, me alegra.

Las vacaciones, y las de verano quizás más, son días de sosiego, de pasear y dedicar un poco más de tiempo a la charla plácida delante de unas cervezas, en una terraza celebrando reencuentros con viejos amigos. Es en una de estas charlas cuando surge la conversación y la pregunta inevitable: «¿Carlos, cuál es el futuro de Ferrol? Nosotros venimos en las vacaciones por los recuerdos, la familia, los amigos, y porque aquí nacimos, pero es que cada vez encontramos Ferrol mas decadente y quita las ganas de venir». Interviene otro amigo diciendo: «Prácticamente no ha cambiado en los último 15 o 20 años, salvo la tortura urbanística de la Plaza de España y alguna otra de difícil comprensión por la zona del Inferniño. Poco más». Acabamos pronto el debate, ellos saben que me duele, pero tienen razón. Quizás nuestro Ferrol sea hoy como esas personas que han sido muy bellas y que el tiempo va firmando en su cuerpo la historia de la vida. A los poco días recibí la visita de un matrimonio amigo, nunca antes habían estado en Ferrol, paseando por las calles y enseñándoles los edificios de Correos, Jofre, Ucha etc. Me dice: «Carlos, es precioso, pero qué pena tantos bajos abandonados». Quizás sea la definición que más se acerca a la realidad: Abandonado, pero con la sensación de que hay poca solución a la vista. Quizás a muchos de Vds. les pase lo mismo que a mí con mis amigos. Una pena en el alma, en vacaciones.