Venimos de celebrar el cuarenta y cuatro aniversario del 10 de marzo, día de la Clase Obrera Gallega, que invita a reflexionar sobre el empleo y las consecuencias de su falta para muchos ciudadanos. Lo digo porque llevamos un trimestre de incertidumbres observando perplejos a unos grupos parlamentarios ocupados en la elección del Presidente del Ejecutivo español, otros en frustrarla y aparentemente todos despreocupados de los dos principales problemas de España, la convivencia y el desempleo.
El desempleo es una de las principales causa de la desigualdad imperante hoy en todos los países y se está convirtiendo en la fundamental preocupación de importantes organizaciones internacionales e intelectuales de las ciencias sociales. En nuestro país tiene una incidencia especial en los jóvenes y las mujeres, agravado por la continua reducción de la tasa de cobertura de desempleo, que hoy sólo cubre a uno de cada dos desempleados, y el aumento del número de hogares en que todos sus miembros no tienen ocupación.
Ante esta situación, desespera observar al enredado Parlamento ausente de los debates que le deberían preocupar y ocupar. Le debería inquietar que al ritmo de creación empleo actual, cuatrocientos mil afiliados a la Seguridad Social al año, tardaremos más de una década en alcanzar las cifras anteriores a la crisis, con el agravante de que el creado es precario, frecuentemente parcial e infrahumano con baja remuneración consecuencia del cambio radicar de la actividad y organización económica propiciada por el capital financiero al crear y ampliar mercados desregulados gracias a las nuevas tecnologías.
Es hora de que la política española se tome en serio este problema de Estado. Sobran ejemplos de decisiones radicales para atajar el desempleo y sus consecuencias en otros momentos históricos. En Estados Unidos de América, «los cien días de Roosevelt» de los New Deal de los años treinta del siglo pasado; En Argentina, el programa Jefes y Jefas de principos de siglo; o los programas que propiciaron «los treinta gloriosos» de crecimiento posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Afortunadamente, la Sociedad Civil española está perfectamente estructurada con organizaciones no gubernamentales que operan en el ámbito social o redes de bancos de alimentos y, por supuesto, mucha ayuda familiar a sus miembros en situación precaria. Gracias a todos ellos no se produce una ruptura social más profunda pero no pueden continuar soportado todo el peso. Por eso, disgusta ver a los Grupos Parlamentarios enmarañados en su laberinto e inactivos en el principal problema de Estado, el desempleo.