Algunos lectores me pidieron que continuase con el relato relativo a “mis cumpleaños” en referencia a la vivencia acaecida en San Jorge en mis años mozos, no, más bien pueriles pues en aquellas fechas yo tendría 8 o 10 años, y que queréis que os diga, me alegro de que les intrigue conocer el motivo que me llevó a afirmar, ya que así lo considero, que este acontecimiento hace el segundo de mis cumpleaños. Digo que hace el segundo refiriéndome a él de forma cronológica en el tiempo, no porque tenga menos importancia que los otros dos, sino porque realmente ocupa ese lugar entre los tres que celebro.
Ocurrió un día de verano, un día que había de ser de disfrute y juegos en la playa, como solían ser los días del período vacacional para los niños, juegos, playa, saltos, carreras, paseos, la vida diaria durante el veraneo era siempre la misma, playa y más playa, salvo días contados que era el tiempo quien obligaba a mis padres a buscar alternativas al día playero, no faltaban recursos: paseo por La Insua, excursión a Doniños, al monte, la siega, la malla o incluso ir a pescar a Lobadiz, algunos días la jornada remataba en Claudina, en Vila da Iglesia, que era el lugar de reunión donde en medio de aquellas tertulias y partidas, cuando menos lo esperabas aparecía Caco con su sable, su sombrero, sus medallas y sus historias y amenizaba las tertulias de los mayores, parroquianos y veraneantes, con sus cuentos durante unos minutos y era el único capaz de separarnos, a los chavales, de aquel viejo futbolín que nos tenía ocupados en alternancia con los juegos varios que solíamos practicar.
En la playa aquel día, curiosamente, del mes de Agosto, siempre Agosto, no tengo la menor duda este es mi mes, además de los juegos playeros de todos conocidos, brilé, carreras, castillos en la arena, presas con el agua del manantial y fuente correspondiente que procedente del monte bajaba rumorosa hasta la playa, teníamos otras alternativas, corretear en la duna grande, en las dunas, ir a la fuente del querer, al hoyo de la vaca, pero aquel día que pudo haber sido fatídico por la situación que nos había de tocar vivir y que resultó ser excelente visto el desenlace habido en la misma.
Los Niebla, los De la Vega, los Suarez, nosotros los Galdo, y algunos más que se me escapan, éramos los veraneantes de Vila d’area, en Vila da Iglesia había más , entre ellos, la pandilla de Simeón con Eduardo al frente, siempre con sus prismáticos pendiente de cualquier cosa que se moviese en el mar o en la playa, y como no, pendiente de Kincho mientras nadaba, cuando el mar lo permitía, de un lado a otro de la ensenada que configuran las playas de San Jorge, San Juan de Esmelle, que ahora se llama Esmelle a secas, y Cobas, que ahora dejó de ser Cobas ya que se escribe con “V”. A menudo el carro de vacas de cualquier paisano era nuestro transporte para ir o volver de la playa en aquellas horas de calor insoportable del mediodía, aquel carro de vacas que recorría la playa en busca de las algas que servían para el abono de las tierras, quizás de la plantación de patatas que dice el saber popular que no hay nada para aquellas como la tierra salitrosa de la mariña, de San Jorge de la Marina, que así se llamaba.
Ni el Carregal desaguando por un nuevo cauce ya que este se vio variado por las últimas mareas vivas, nada podía o debía romper la tranquilidad de un día más, otro, de veraneo placentero; el mar estaba tranquilo, como el agua en un plato, su quietud, su color, el sol mañanero que calentaba en exceso invitaba a bañarse, la monotonía playera solo rota por nuestras carreras detrás de las gaviotas que a miles intentaban descansar sobre la arena.
Mi padre, vigilante, paseaba por la orilla con las perneras del pantalón recogidas para arriba, remangadas vamos, atento a nuestros juegos y chapoteos en el agua, ni una ola, la marea baja, tan baja por efecto de las mareas Lagarteiras que la playa perecía haberse quedado sin agua, mi prima, mis hermanos y yo jugábamos, pero surgió un imprevisto y de repente el chapotear en el agua dejó de ser un juego pasando a ser una necesidad como único recurso para nuestra supervivencia. El Hoyo de la sardina, así se conoce aquel lugar al pié de las rocas de la costa, solo los pescadores sabían de su existencia, la marea extraordinariamente baja facilitó que nosotros con el agua por la cintura nos viésemos metidos en el hoyo, ni mi prima ni yo sabíamos nadar, mi hermana que si sabía pretendió “salvarnos” pero después de verse impotente para ayudarnos logro salir hasta hacer pié y corrió lo que pudo en busca de mi padre que a una distancia considerable observaba nuestros chapoteos pero no el peligro que corríamos, advertido por mi hermana corrió lo que pudo para llegar a socorrernos a mi prima y a mí, entretanto yo me hundía en el agua y empujaba a mi prima para que saliese a flote, luego era ella quien hacía lo mismo conmigo y así pudimos resistir hasta que llegó mi padre a auxiliarnos. A punto estuvimos de morir los tres, ya que mi prima y yo agarrados a mi padre le impedíamos mantenerse a flote, las rocas se habían llenado de gente y mi padre a gritos solicito ayuda de alguno de los presentes, allí estaba Tino, un cedeirés, que se echó al agua en nuestra ayuda, mi padre, sin pensarlo y resuelta la duda que se le había planteado de tener que elegir entre salvarme a mi o a mi prima, me cogió, cuatro o seis brazadas y a salvo, cuatro pasos conmigo en brazos y quiso dejarme en el suelo, mi miedo era tal que me agarré a su cuello con tal fuerza que viéndose incapaz de soltarme hubo de llevarme a tierra firme para poder dejarme en el suelo donde fui atendido por quienes allí se encontraban. Mi prima agarrada al cuello de Tino le impedía nadar, mi padre hubo de echar a correr de nuevo hacia ellos para poder ayudarlos, entre los dos Tino y mi padre consiguieron sacar a mi prima del hoyo. Nosotros nos recuperamos enseguida, allí mismo, mi padre sin embargo había tragado demasiada agua lo que le supuso un par de largos meses de reposo y convalecencia.
Es curioso como recuerdo y “veo” con todo detalle, después del tiempo transcurrido, dos momentos cruciales de este episodio vivido, por un lado la agonía de mi prima y yo hundiéndonos alternativamente, y por otro la fuerza con la que me agarré al cuello de mi padre cuando quiso dejarme en el suelo estando aún dentro del agua. Es lo único que recuerdo.
“Los días que yo nací”, varios, tres para ser exactos. A estas alturas a nadie le quedará ya duda de lo afirmado
Las «Lagarteiras» no son en agosto, son en septiembre. Son mareas equinocciales y se caracterizan por sus grandes valores de coeficiente de marea, y por tanto, de amplitud entre pleamar y bajamar. Sus fechas coinciden con la luna llena más cercana al equinoccio, o sea, al 21-22 de septiembre que es cuando están en el mismo plano la eclíptica y el ecuador terrestre y por tanto las fuerzas resultantes de las atracciones gravitatorias son mayores. Hoy mismo 29 SEP, por ejemplo, nos encontramos en plenas «Lagarteiras» debido a la luna llena con eclipse que disfrutamos ayer.
Tomo nota, gracias.