Nuestro lenguaje, un problema

enrique barreraEnrique Barrera

Fíjense que hablo de nuestro lenguaje, no de nuestra lengua, porque la estructura gramatical y la semántica favorecen o dificultan la elaboración científica o la transmisión de ideas, pero políticamente  son neutrales, mientras que el lenguaje,  que refleja el carácter de un pueblo, es muy subjetivo.

Estarán de acuerdo conmigo que en las conversaciones se deslizan demasiadas veces frases como “todos son” o “no hay nadie que”, cuando sería más correcto y conveniente decir “hay muchos que” o “hay pocos que”. El abandono de los términos moderados en el lenguaje coloquial, más allá de descargar tensiones, refleja la simplificación del análisis y la descalificación como señal de identidad. Si todos los vascos son terroristas,  todos los catalanes son separatistas, todos los andaluces son vagos, todos los políticos son corruptos, todos los sacerdotes son pederastas,  todos los gitanos venden droga…y así hasta no dejar títere con cabeza, es misión imposible sentarse para resolver problemas. Si además consideramos personas de carácter  a los que sencillamente tienen mal genio y confundimos la firmeza con la descalificación, no debería sorprendernos que el espíritu comunitario que hace fuertes a los pueblos, retroceda entre nosotros y nos haga perder la perspectiva global que  pide consenso, porque la sociedad es plural y no se pueden imponer los  programas de máximos.

Es lícito desahogar tensiones en los bares, pero en los foros políticos debe hacerse pedagogía. Por desgracia, las tertulias de las diferentes emisoras de radio y televisión, son penosas, no tanto por sus contenidos como por la mala educación de buena parte de los tertulianos que no respetan los turnos de palabra, critican libros que no han leído y películas que no han visto. Las sesiones plenarias del parlamento tampoco son muy edificantes, con los diputados haciendo ruido para molestar al orador opositor, como si hubiesen asumido el manual de estilo de Sálvame o del Chiringuito de Jugones.

Tenemos además un refranero muy conservador y muy maniqueo («Más vale malo conocido que bueno por conocer», «al pan, pan, y al vino,  vino», etc), que  refuerza estas tendencias y dificulta el intercambio de opiniones, porque no es lo mismo oír lo que el otro dice, que escucharle. Lo primero es una simple muestra de cortesía, a la espera de tener el turno de palabra para convencerle, mientras que lo segundo es aceptar la idea de que puedes aprender algo de tu interlocutor.

Nuestro lenguaje cotidiano coincide sólo en parte con la realidad, porque la difumina, la condiciona y por esto influye en nuestro pensamiento y en la manera de relacionarnos con los demás. Los humanos hemos llegado a la cúspide de la cadena evolutiva por nuestra inteligencia y por nuestra capacidad de empatizar mucho más allá de nuestro círculo familiar, creando vínculos de afecto y ayuda mutua que han ido extendiéndose y abarcando a cada vez más individuos. Así, las familias forman clanes, los clanes forman tribus, las tribus forman naciones y las naciones forman estados. Sin embargo, parece que en España hay una regresión hacia la esfera tribal.

De la misma manera que una autovía permite un tráfico más fluido y seguro que una carretera, un lenguaje amable permite una mayor empatía, una mayor cohesión social y una mayor capacidad para canalizar los problemas. Las formas son muy importantes. Los anglosajones tienen un lenguaje más descriptivo y positivo, por lo que son más pragmáticos. El nuestro tiene más contenido moral y manejamos más conceptos, por lo que acentuamos las diferencias. Como dicen los ingleses, «se empieza cometiendo un crimen y se termina perdiendo la buena educación en la mesa».

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